El padre Jame Tello recorre las aguas de Colombia a bordo de una lancha. Acompañado de un grupo de voluntarios, hacen misión para llevar la Palabra de Dios. Afirma que, hasta hace pocos meses, él visitaba “de vez en cuando” a sus feligreses, muy dispersos y alejados, que reclamaban la eucaristía dominical, los sacramentos y el acompañamiento de la Iglesia.
La parroquia Nuestra Señora de las Victorias está integrada por pequeños poblados, muy distantes entre sí, asentados cerca al océano Pacífico, en las riberas del río Guapi, en el occidente de Colombia. Allí conviven cuatro grupos indígenas y diez comunidades de afrocolombianos, descendientes de los africanos esclavizados en tiempos de la Colonia.
Según el padre Tello —también descendiente de familia afrocolombiana— “este es un territorio marcado por la violencia de grupos ilegales y tiene muchas dificultades económicas y sociales, pese a estar ubicado en una vasta región con grandes riquezas pesqueras y hermosos paisajes naturales como la isla Gorgona, un paraíso natural que hace muchos años fue una prisión”.
El trabajo del vicariato de Guapi, del cual hace parte, se extiende a los municipios de Guapi, Timbiquí, López de Micay e Iscuandé, en los departamentos de Cauca y Nariño, y comprende diez parroquias que realizan sus actividades pastorales en medio de muchas dificultades, sobre todo de transporte.
“Las distancias entre las comunidades son muy extensas y para movilizar a sacerdotes y colaboradores a través de ríos, esteros (pantanos) y el mar Pacífico debemos utilizar lanchas con motores fuera de borda que necesitan un combustible muy costoso”, asegura Tello, sacerdote diocesano que hace diez años trabaja en su propia tierra, “con alma de franciscano”.
Esas dificultades, recalca, hacían más duro el trabajo porque no se podía llegar con frecuencia a los poblados más alejados, o faltaba tiempo para poder cumplir con los deberes pastorales, especialmente con los indígenas, “que tienen su cultura e idiosincrasia propias, pero que reclaman que se les bautice a sus niños”.
Llevar esperanza, consuelo y amor
El problema disminuyó cuando la fundación ACN Colombia donó al vicariato de Guapi una lancha en la que pueden viajar las mujeres, hombres, jóvenes y niños que, junto con el padre Tello, integran un equipo que llega a distintos lugares del territorio. “Ahora podemos celebrar entre tres y cuatro eucaristías los domingos, algo que antes no podíamos hacer”, explicó el padre Tello.
Para él, este ha sido una gran ayuda porque “indígenas y afros nos han recibido con alegría y, por la gracia de Dios, hemos podido llevar el Evangelio a esas comunidades dándoles esperanza, consuelo y amor”.
La fundación pontifica Ayuda a la Iglesia que Sufre (ACN) llegó a Colombia en los años 60, pero su actividad directa en este país comenzó en 2014. Durante estos diez años, la solidaridad de los colombianos ha permitido el apoyo tanto de proyectos locales de la Iglesia como el de Guapi, así como iniciativas en Tierra Santa y otros continentes.
Para el padre Astolfo Romero, presidente de ACN Colombia, “uno de los aportes de la fundación para la Iglesia colombiana es darnos cuenta de que sí podemos ayudar a sostener proyectos y cambiar vidas de muchas personas”.
Por su parte, María Inés Espinosa, directora ejecutiva de la fundación, aseguró que “la prioridad es sostener la existencia de los misioneros que llevan a Dios a personas del mundo entero que desean tenerlo, pero no pueden.”