A menudo unas películas llevan a otras. En algunas reseñas sobre el biopic del que hablamos la semana anterior, La joven y el mar, recomendaban también otra crónica reciente basada en hechos reales: The Boys in the Boat, que en España y en algunos países de Latinoamérica han titulado Remando como un solo hombre, título que por otra parte refleja a la perfección las intenciones de su director, George Clooney.
Cuenta una historia verídica: cómo el entrenador Al Ulbrickson (Joel Edgerton, un actor siempre estupendo y muy versátil) logra preparar al equipo de remo de la Universidad de Washington para que aspiren a competir en los Juegos Olímpicos de Berlín. Corren los años 30, por lo que Clooney inserta dos temas fundamentales en aquella época: la huella que estaba dejando la Depresión en los ciudadanos de Norteamérica y el ascenso de Hitler al poder en Alemania. Para construir esa especie de metáfora doble a la que aludíamos en el subtítulo la mayor parte de la trama gira alrededor de un personaje modélico, como veremos a continuación.
Joe Rantz (Callum Turner) es un joven al que le vinieron mal dadas: su madre murió cuando él era niño y su padre le abandonó para buscar trabajo, pensando que no podría alimentarlo. Contaba con 13 años cuando se quedó solo y, para pagarse los estudios en la Universidad, acepta un puesto como remero en un equipo de ocho hombres. Al principio lo hace solo por dinero. Pronto irá descubriendo que la embarcación, el entrenador y el equipo son todo lo que tiene.
Es un joven desarraigado que le sirve al director para introducir una metáfora doble: el bote simboliza el hogar, el único que posee, y el equipo representa la familia, la única de la que dispone.
Rantz es uno de esos personajes que, con tesón y esfuerzo, sale de la nada, de las chabolas en las que malvive a las afueras, en soledad, y poco a poco va obteniendo triunfos: un grupo de amigos dentro del equipo, una novia, dos mentores (el entrenador y el carpintero que construye los botes) y una serie de récords y de triunfos en las competiciones. Una de las enseñanzas que recibirá es que cada pieza convive en armonía con las demás: sea en un equipo o en una embarcación.
Los valores clásicos del cine deportivo
George Clooney firma con esta una de sus películas más entusiastas, que posee la emoción que le faltaba, por ejemplo, a The Monuments Men. Aunque es inevitable que deslice algún tópico que otro, la cinta conserva ese espíritu deportivo del género, repleto de valores clásicos: fe en uno mismo para superar los retos, sentido de confianza y solidaridad y participación entre los componentes del grupo, afán de superación… y, sobre todo, el sentimiento de remar y pensar como un único hombre aunque en el bote sean ocho.
Remar, les dicen, se parece más a la poesía que al deporte. El equipo, dentro de la embarcación, tiene que ser una piña y una familia. Ninguna pieza debe fallar.
Es la lección más importante que tratan de inculcarles el entrenador y el carpintero, George Pocock (el veterano Peter Guinness). Estos dos personajes son esenciales para el crecimiento y el aprendizaje del protagonista, Joe Rantz, dado que representan las figuras paternas que necesita: Ulbrickson viene a ser como ese padre severo, duro pero justo, que a veces toma decisiones muy racionales y lógicas; Pocock viene a ser como ese abuelo entrañable que enseña lecciones sobre la vida contando anécdotas y sin caer en sermones ni en reprimendas, todo ello mientras cepilla o barniza la superficie del bote y compara sus piezas con las del equipo humano.
Las dos figuras, como decimos, resultan claves en la formación y en el ánimo de Joe, ya que, tras una escena en la que encuentra a su padre en la calle tras años sin verse, el joven empieza a arrastrar tristeza y decepción. El carpintero y el entrenador sabrán devolverle al lugar que se ha ganado.
No hay muchas películas en torno a regatas y competiciones de remo, y tampoco son muy célebres: Oxford Blues, True Blue, Heart of Champions, La aspirante… Por eso se agradece ver algo diferente en el cine de deportes (que, por una vez, no sea sobre rugby, fútbol, béisbol o baloncesto)
Las escenas de las competiciones están rodadas de manera clásica pero sin que en ellas falte la pasión. Aunque no alcanza el nivel artístico de las primeras obras de Clooney como director, esto es, Confesiones de una mente peligrosa y Buenas noches, y buena suerte, merece la pena pasarse dos horas viendo el esfuerzo de unos muchachos de clase baja que consiguieron eso tan habitual en el deporte: que todo el mundo puede tener una oportunidad.