Pocos días después de la Navidad de 1948, Salvador Dalí viajó a la ciudad fortificada de Ávila, que estaba cubierta de nieve. El pintor se refugió en el Convento de la Encarnación, donde le fue presentado un asombroso dibujo relicario, única representación de la experiencia mística de san Juan de la Cruz en el siglo XVI, cuando era confesor de la comunidad dirigida entonces por Santa Teresa de Ávila.
Escrita con tinta sobre un pequeño trozo de papel amarillento, la visión de san Juan de la Cruz representa a Cristo en el momento de su muerte, con el cuerpo exangüe y desplomado por su propio peso, la cabeza inclinada y las manos laceradas por los clavos. Pero fue la perspectiva elegida por el santo lo que impactó a Salvador Dalí: una vista oblicua y de ángulo bajo del crucifijo desde arriba a la derecha, en un ángulo vertiginoso.
El pintor, que atravesaba entonces una crisis existencial, se sintió sacudido por este encuentro. Acababa de salir de su fase psicoanalítica y acababa de descubrir la física nuclear, obsesión que iba acompañada de otra conversión, orientada hacia la rica tradición mística de su país. El 23 de noviembre de 1949 viajó a Roma y fue recibido por el Papa Pío XII. Tras varios meses de agitación, regresó a su villa de Port Lligat, en Cataluña, y en 1950 empezó a pintar su primera obra cristiana, la Virgen de Port Lligat. En 1951 escribió el Manifiesto místico y finalmente pintó el Cristo de san Juan de la Cruz.
Este cuadro, homenaje directo a la reliquia que había contemplado tres años antes, representa a Cristo en la Cruz en un ángulo bajo, pero esta vez en línea con la cruz. El cuerpo de Jesús se desploma con toda la pesadez de su muerte en una noche profunda, una referencia a la oscuridad que cayó sobre el mundo el Viernes Santo. Al mismo tiempo, este cuerpo semejante al de Cristo, todo sombras y luz, está suspendido, como en el aire, porque Dalí decidió colocarlo sobre un apacible paisaje que representa el golfo de Port-Lligat.
Salvador Dalí, al querer dar la vuelta a Cristo ante el mundo, parece dar un paso más en su conversión al catolicismo. Según la tradición, volcar la cruz fue también el castigo elegido por san Pedro en su lecho de muerte. El escritor G.K. Chesterton, hablando del primer Papa, imagina que al morir pudo ver "el paisaje tal como era en realidad: con las estrellas como flores y las nubes como colinas, y todos los hombres dependientes de la misericordia de Dios". Porque, añade el escritor inglés, "es gracias a la misericordia de Dios que no caemos".
En 2020, cuando el mundo estaba más revuelto que nunca por la pandemia, el Papa Francisco acudió a una iglesia del centro de Roma, San Marcelo, para implorar un crucifijo milagroso. El crucifijo había escapado ileso de un incendio en 1519 antes de ser llevado en procesión por Roma en 1522, repeliendo la peste de la ciudad según la creencia popular. Llevado al Vaticano para la "Statio orbis" del 27 de marzo de 2020, este Cristo en la Cruz, golpeado por la lluvia al atardecer, pareció llorar sobre el mundo durante la retransmisión del acontecimiento.
Por una maravillosa combinación de circunstancias, estos tres crucifijos "asombrosos" -la reliquia de san Juan, el cuadro de Dalí y el crucifijo milagroso- se encuentran ahora en la iglesia de San Marcello al Corso de Roma. Un acontecimiento que ofrece la oportunidad de contemplar el misterio de la Cruz desde un ángulo diferente.
Información práctica
Basílica de San Marcelo al Corso de Roma
13 de mayo-23 de junio de 2024.