Todas las culturas del mundo han tenido la necesidad de elegir sacerdotes para dirigirse a su Ser Supremo. Los católicos tenemos a Jesús y a sus ministros
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Cuando se habla del sacerdocio, indudablemente tenemos que voltear la mirada hacia el Sumo y Eterno Sacerdote: Jesús, el Señor.
El Catecismo de la Iglesia católica dice que:
"Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, 'único [...] mediador entre Dios y los hombres' (1 Tm 2,5). Melquisedec, 'sacerdote del Altísimo' (Gn 14,18), es considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio de Cristo, único 'Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec' (Hb 5,10; 6,20)
"El género humano ha experimentado siempre la necesidad de tener sacerdotes, es decir, hombres que por la misión oficial que se les daba, fuesen medianeros entre Dios y los hombres, y consagrados de lleno a esta mediación, hiciesen de ella la ocupación de toda su vida, como diputados para ofrecer a Dios oraciones y sacrificios públicos en nombre de la sociedad".
Por esta razón, en todas las religiones existen los sacerdotes que dirigen sus sacrificios a Dios; o a sus dioses, en el caso de religiones politeístas.
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Solo hay un Sumo y Eterno Sacerdote
Sin embargo, en la Iglesia católica el único Sacerdote y Mediador entre Dios y los hombres es Jesucristo. Él, con su sacrificio en la cruz, como Víctima perfecta, alcanzó la salvación de la humanidad, pero no acabó ahí su sacerdocio, como escribió el papa Pío XI :
"En primer lugar, como enseña el concilio de Trento, Jesucristo en la última Cena instituyó el sacrificio y el sacerdocio de la Nueva Alianza: Jesucristo, Dios y Señor nuestro, aunque se había de ofrecer una sola vez a Dios Padre muriendo en el ara de la cruz para obrar en ella la eterna redención, pero como no se había de acabar su sacerdocio con la muerte, a fin de dejar a su amada Esposa la Iglesia un sacrificio visible, como a hombres correspondía, el cual fuese representación del sangriento, que solo una vez había de ofrecer en la cruz, y que perpetuase su memoria hasta el fin de los siglos y nos aplicase sus frutos en la remisión de los pecados que cada día cometemos" (Ad catholici sacerdotii, 13).
Los ministros de Jesucristo
Y fue el mismo Jesús quien envió a sus discípulos para continuar su obra y les mandó en la última cena "Hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19).
Por eso el Pío XI destaca:
"El sacerdote es ministro de Jesucristo; por lo tanto, instrumento en las manos del Redentor divino para continuar su obra redentora en toda su universalidad mundial y eficacia divina para la construcción de esa obra admirable que transformó el mundo; más aún, el sacerdote, como suele decirse con mucha razón, es verdaderamente otro Cristo, porque continúa en cierto modo al mismo Jesucristo" (Ad catholici sacerdotii 12).
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