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Los seres humanos estamos imbuidos en el activismo y creemos que todo depende de nosotros, por eso, poco nos acordamos de Dios, pues la vida frenética que llevamos no nos lo permite.
Esta actitud guía la conducta de mucha gente que en la actualidad vive sin pensar en que, en cualquier momento, Dios puede poner un alto a nuestra veloz carrera, porque lo que Él permita convendrá a nuestra salvación.
Dios sabe lo que nos hace falta
Por eso, debemos aprender a distinguir entre las situaciones que podemos remediar de las que no dependen de nuestra intervención, y más aún, tenemos que hacer un ejercicio de humildad para permitir que sea Dios quien ponga las cosas en su lugar.
El Evangelio de san Mateo recoge unas muy precisas palabras de Jesús con respecto a nuestra confianza en que Dios se ocupa de nosotros:
¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?» Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.
Aprendamos a abandonarnos en Dios
Nos cuesta mucho creerle a Jesús. Si Él nos lo ha asegurado, ¿por qué no lo entendemos? bastaría con que dijéramos de todo corazón: "Jesús, hágase tu voluntad, ocúpate Tú de todo", para ver la diferencia en nuestra vida.
Por supuesto que tendremos vicisitudes y contingencias, las altas y bajas son parte de la vida pues es la manera en la que aprendemos a confiar en Dios y a purificarnos de nuestros pecados.
Pero, al final, la confianza en que se haga la voluntad de Dios siempre será la mejor decisión que podamos tomar y nos demostrará que cualquier dificultad se resolverá con solo dejarlo en manos del Señor.
Él nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Confiemos y oremos, porque "la esperanza no quedará defraudada" (Rom 5,5).