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El 9 de noviembre de 1989, el Papa Francisco estaba trabajando en su habitación del Colegio del Salvador, un prestigioso colegio jesuita del centro de Buenos Aires. Estaba trabajando en su tesis sobre el teólogo alemán Romano Guardini -que nunca terminaría- cuando de repente sonó el teléfono. Era un jesuita al que Bergoglio conocía bien, Guillermo Ortiz:
"Padre Jorge, rápido, encienda el televisor…"
El sacerdote, de 52 años, corrió hacia su televisor y vio imágenes de alemanes cruzando el Muro de Berlín, que separa la capital en Este y Oeste desde 1961.
"La historia pasó ante nuestros ojos", recuerda el Pontífice, que afirma que nunca había imaginado que un acontecimiento así pudiera suceder. Recuerda a los berlineses bailando, bebiendo y besándose: "Esta gente estaba experimentando el final de toda la represión y la violencia. Estaban recuperando su libertad.
El Pontífice argentino recuerda también los rostros bañados en lágrimas de ancianos entrevistados por televisión tras el levantamiento del Telón de Acero. Eran incapaces de hablar porque estaban abrumados por la emoción. "Habían experimentado un gran sufrimiento en sus carnes y llevaban muchos años esperando este momento".
Frente a su televisor, el futuro Papa contemplaba estas escenas de alegría. Tres años antes dejó Alemania Occidental, donde no era muy feliz, pero para él, como para muchas personas en todo el mundo, este muro simboliza "la división ideológica del mundo entero".
Detrás de este cambio, el Pontífice ve la labor de los pacificadores en la corriente ascendente, empezando por Mijaíl Gorbachov, "quizá uno de los más grandes estadistas que ha conocido la URSS". Admira a Gorbachov por haber elegido el camino de las reformas para "evitar más sufrimientos al pueblo" de su país.
También recuerda al Presidente estadounidense Ronald Reagan, que instó a la URSS a derribar el Muro de Berlín. "Y realmente cayó: los vientos del cambio soplaban por fin en Europa".
Por último, destaca el papel clave desempeñado por Juan Pablo II:
"Con sus palabras y su carisma, dio a toda esa gente la fuerza para unirse y luchar por la libertad", subraya, haciendo hincapié en la capacidad del polaco para "madurar la conciencia de millones de ciudadanos de Europa del Este, que redescubrieron la esperanza".
Esas imágenes históricas de 1989 están particularmente grabadas en la mente de Jorge Mario Bergoglio. Y con razón: fue una de las últimas veces que vio la pequeña pantalla, porque un año después juró no volver a verla, y desde entonces rara vez ha encendido el televisor.