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Noviembre de 1545. Un recién nacido fue bautizado en Medina del Campo, a pocos kilómetros de Valladolid, en Castilla y León. Esta frágil niña, que había recibido el nombre de Ana -la futura Ana de Jesús y amiga de Teresa de Ávila- nació sordomuda ese mismo día.
Hija de don Diego de Lobera y de doña Francesca de Torrès, Ana nació en el seno de una cariñosa familia de la nobleza española que ya había dado la bienvenida a su primer hijo, Cristóbal. El silencio de Ana parece haberla destinado, nada más salir del vientre de su madre, a la vida de oración que le esperaba más allá de las fronteras de su tierra natal. Lejos, al norte, los Pirineos marcaban la frontera que ella debía cruzar para extender el nuevo Carmelo por toda Europa.
La amistad de Cristo encarnado en el Santísimo Sacramento
Ana tenía solo unos meses cuando su padre, Don Diego, fue llamado de nuevo a Dios. Viuda, su madre Francesca se refugió en la oración para sacar adelante a sus dos hijos, a pesar de la dolorosa pérdida de su amado esposo. Imploró incansablemente al Señor que le concediera la curación milagrosa de su hija, cuya discapacidad hacía incierto su futuro. A pesar de su sordera, Ana y su hermano recibieron la educación que exigía su nacimiento, y su madre le dio el ejemplo de una vida de intensa oración. En la casa, hay muchas imágenes piadosas colgadas de las paredes: mires donde mires, verás un crucifijo o una Virgen, un recordatorio de que Dios está ahí para velar por la familia Lobera.
De este modo, Ana crece en la amistad de Cristo encarnado en el Santísimo Sacramento, a quien visita regularmente.
El silencio impuesto por su mudez se fue convirtiendo poco a poco en un silencio de amor, el silencio del diálogo del alma con su Creador, hasta que por fin, la oración de Francesca fue escuchada. Ana tenía 7 años y, por primera vez en su vida, su lengua se soltó para pronunciar sus primeras palabras: "Ave María". Naturalmente, Ana creció en estrecho contacto con la mujer a la que había dirigido esta primera oración, lo que la ayudó mucho cuando, a los 9 años, se produjo la gran tragedia de su vida al morir también su querida madre, Francesca. Ana y su hermano Cristóbal quedaron al cuidado de su abuela materna.
Un alma totalmente entregada a su Señor
A los 10 años, su amor a Dios hizo nacer en su corazón de niña el deseo de consagrarse por entero a Aquel que la había creado. Con el paso de los años, Ana fue creciendo en belleza y gracia. Ante la elegancia de esta joven que, con 14 años, se acercaba a la edad núbil en la España del siglo XVI, su abuela trató de asegurar el futuro de su nieta mediante un matrimonio interesante.
Para escapar a las ambiciones de su abuela y permanecer fiel a su voto de virginidad, Ana huye con su hermano, antes de regresar finalmente con la mujer que ya le ha encontrado un pretendiente. Ana tiene el corazón sanguinario de una joven española que ha sabido conquistar toda la nobleza de su alma. Brilla en un destello que revela todo el alcance de su carácter cuando, en una recepción familiar, aparece vestida con una sábana negra, con su larga y hermosa cabellera cortada en un tocado infame. Ante su inflexible decisión, todos se doblegan: a los 16 años, Ana se compromete con el amante que su alma llama Jesús.
Fue en 1560 cuando Cristóbal ingresó en la Compañía de Jesús, mientras Ana, consumida por el amor a su Señor, se olvidaba de sí misma en una vida austera de oración y ayuno en la que se dedicaba al cuidado de los enfermos, sin perder un ápice de su alegría ni la finura de espíritu que le granjeaban la admiración de quienes la rodeaban. Su reputación creció mientras Ana luchaba por encontrar la orden que correspondiera a su anhelo de amor absoluto.
En 1569, en un momento en que Teresa de Ávila reformaba la orden carmelita, Ana cayó gravemente enferma y estuvo a punto de morir, sin haber encontrado todavía un claustro que acogiera sus oraciones. Su director espiritual, destinado a Toledo, conoció a la gran reformadora, que acababa de fundar allí un convento. Fue él quien llevó a Ana hasta Teresa.
Ana tenía 24 años cuando ingresó en el convento carmelita de san José de Ávila, donde Santa Teresa era priora. Como vistió el escapulario el 1 de agosto de 1570, fiesta de san Pedro de Lesiens, pidió que la llamaran Ana de san Pedro.
Sin embargo, Teresa ya había reservado un nombre para su joven novicia. Ana de Lobera se convirtió en Ana de Jesús. Entre estas dos almas nobles y ardientes nació una amistad espiritual incomparable. Cuando Teresa partió para fundar un convento carmelita en Salamanca, llamó a su lado a Ana de Jesús, confiándole el cuidado de las demás novicias.
El 22 de octubre de 1571, en la capilla del convento carmelita, la joven novia se casó por fin con el hombre que amaba su alma. Al profesar sus votos religiosos para consagrar su vida sin retorno, Ana de Jesús entró en éxtasis.
Ana de Jesús y la gran reforma teresiana del Carmelo
Ana de Jesús se convirtió en íntima amiga de la Madre del Carmelo, que le confiaba las penas y los consuelos por los que atravesaba su alma, y le pedía consejo en un momento en que muchos opositores se oponían a su reforma, a veces violentamente.
Impregnada del pensamiento teresiano, desde la oración hasta el "Solo Dios basta", Ana de Jesús conoció al hermano espiritual del gran reformador del Carmelo, san Juan de la Cruz. El poeta místico admiró en ella la firmeza de un alma totalmente entregada a su Señor. Cuando Teresa de Ávila fue llamada de nuevo al Padre en 1582, fue Ana de Jesús quien, acompañada por Juan de la Cruz, recorrió los caminos de España y luego de Europa para difundir la obra y la reforma de La Madre, a costa de una lucha encarnizada y de muchas humillaciones.
A Ana de Jesús se debe la expansión del Carmelo Descalzo en Francia, primero en París, donde fue llamada por Pierre de Bérulle en 1604, luego en Pontoise y Dijon un año más tarde, antes de extenderse a Bélgica.
Radiante de un amor celoso y absoluto al Divino Esposo, puesta a prueba por su propia "noche de fe" y por la enfermedad, Ana de Jesús murió el 4 de marzo de 1621, tras una larga vida de duro trabajo al servicio de la Iglesia y del pueblo de Dios. Murió en olor de santidad, y su proceso de beatificación comenzó ese mismo año, antes de detenerse y reanudarse varias veces.
El 14 de diciembre de 2023, el Papa Francisco reconoció las virtudes heroicas de la Venerable Ana de Jesús, que será beatificada este año, en 2024. Esposa de Cristo, tan humilde pero más discreta que la gran Teresa, de la que fue discípula, dejó al mundo el ejemplo de una vida totalmente entregada al amor de Dios, así como el testimonio ardiente de una devoción devota a Cristo-Eucaristía.