En primer lugar, recordemos que los diez mandamientos de la Ley de Dios se encuentran en dos libros bíblicos diferentes. Son básicamente iguales en su formulación, excepto por la comparación entre Éxodo 20, 17 y Deuteronomio 5, 21. En el pasaje del Éxodo, la lujuria por la casa se antepone a la lujuria por la mujer del prójimo; en Deuteronomio, la mujer se antepone a la casa.
En cualquier caso, se trata de diez palabras muy apreciadas (cf. Os 4,2; Jr 7,9; Ez 18,5-9). De ahí el Decálogo (cf. Ex 34,28; Dt 4,13; 10,4), que Dios mismo, a diferencia de otros preceptos escritos por Moisés, escribió con su propio dedo (cf. Ex 31,18; Dt 5,22). Por tanto, judíos y cristianos coinciden en que son diez los Mandamientos de la Ley de Dios que debemos seguir, ni más ni menos. A lo largo de la historia, se han sistematizado de tres formas principales. Veamos
Primeros sistematizadores
Los primeros sistematizadores fueron Filón de Alejandría (+40) y Flavio Josefo (+100), ambos de cultura greco-cristiana. Según ellos, el primer mandamiento prescribe el culto al Dios único o monoteísmo (cf. Ex 20,2-3), el segundo prohíbe la idolatría (cf. Ex 20,4-6), el tercero ordena honrar el nombre del Señor (cf. Ex 20,7) y el cuarto prescribe la observancia del día de reposo (cf. Ex 20,8-11).
Los seis restantes se refieren a las relaciones del ser humano con su prójimo. Así, el noveno mandamiento prohíbe mentir (cf. Ex 20, 6) y el décimo codiciar los bienes y la mujer del prójimo (cf. Ex 20, 17). Esta división fue aceptada por diversos santos y escritores desde los primeros tiempos del cristianismo. A partir del siglo XVI, luteranos, calvinistas y anglicanos también la adoptaron.
Segunda división
La segunda división, que parece predominar en el judaísmo hasta nuestros días, se debe a las tradiciones rabínicas. Rechaza la ordenación de los mandamientos hecha por Filón de Alejandría y Flavio Josefo y propone en su lugar la siguiente división: el primer mandamiento ordena adorar al Dios verdadero (cf. Ex 20,2), el segundo prohíbe adorar ídolos o dioses falsos (cf. Ex 20,3-6), el tercero ordena honrar el nombre de Dios (cf. Ex 20,7) y el décimo prohíbe codiciar los bienes y la mujer del prójimo. Los demás mandamientos, del cuarto al noveno, tratan de las relaciones fraternales entre las personas.
Tercera distribución
La tercera gran distribución de los Mandamientos se debe a San Agustín de Hipona (+ 430), uno de los mayores genios del cristianismo (cf. Quaestiones in Exodum LXXI, ed. Migne, 34, 620 y ss.). Así entiende el santo el Decálogo: adorar al Dios verdadero (algo positivo y santo) y no adorar a dioses falsos o ídolos (un aspecto negativo y pecaminoso) se deben a un único mandamiento (cf. Ex 20,2-6).
En cuanto a Ex 20,17, el obispo de Hipona lo divide en dos mandamientos, porque entiende que la repetición de la fórmula "No codiciarás" pone freno a dos pasiones humanas: la sexual, que lleva a desear la mujer del prójimo, y la posesión ilícita, que lleva a desear codiciosamente los bienes ajenos.
Esta división de los mandamientos es la que prevalece entre los católicos. Como señala Dom Estêvão Bettencourt, OSB, ya había sido propuesta a su manera por Teófilo de Antioquía en el siglo II, por lo que se difundió de forma muy especial en la Edad Media (cf. Curso de Diálogo Ecuménico. Río de Janeiro: Mater Ecclesiae, 1988, p. 113).
Los mandamientos son divinos
Por último, vienen a la mente tres puntos más:
1) La Iglesia católica, como vemos, no ha alterado el Decálogo, ya que su formulación exacta -ya sea judía o cristiana- es obra humana, no divina. Sin embargo, de las tres distribuciones mencionadas, la debida a San Agustín goza para nosotros los católicos del sello del Magisterio de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2065-2066).
2) El hecho de que el noveno y el décimo mandamiento se encuentren en un solo versículo -el 17 del capítulo 20 del Éxodo- no dice nada, porque en la época de las clasificaciones, el Antiguo Testamento no estaba dividido, como hoy, en capítulos y versículos. Esta división solo tuvo lugar en el siglo XVI.
3) Los cristianos cumplen los Mandamientos porque son divinos. Que la norma A o B esté en el primer, quinto o noveno mandamiento no importa. En la práctica se aplica la gran unidad del Decálogo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2069).
Dicho todo esto, oremos Señor, ¡ayúdanos a vivir tus mandamientos!