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¿Por qué no soportamos los mandamientos?

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Credere - publicado el 18/10/19
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La parábola del hijo pródigo es como nuestra vida: en lugar de ver los Mandamientos como sugerencias del Padre para nuestra felicidad, los sentimos como obstáculos que nos impiden hacer lo que queremos…

La estupenda parábola del hijo pródigo -mejor aún: “del Padre bueno”- es un poco la historia de nuestra vida. El Padre nos invita a permanecer en su amor y si permanecemos en su amor, participamos en la vida de la Trinidad, en la vida del cielo y, por lo tanto, vivimos una pizca de santidad celestial eterna ya en esta tierra; pero la mayoría de las veces en nuestra presunción, en nuestro egoísmo, en nuestro pecado, ¿qué hacemos? Hacemos como el hijo pródigo y decimos: “Escucha papá, dame lo que me corresponde, que quiero irme por ahí, a hacer lo que yo quiera”.

Así, esta invitación: “Si cumplen mis mandamientos” (Jn 15,10) la soportamos mal.

Más que ver los mandamientos como sugerencias del Padre para la plenitud de nuestra felicidad, los vemos como restricciones, obstáculos que nos impiden hacer lo que queremos, y con la soberbia que demasiado a menudo nos caracteriza decimos: “Tomo todo y ahora hago lo que quiero”.

Como para el hijo pródigo, quizá ha habido una época en la que lo hemos pasado bien, nos parecía estar de maravilla porque nos divertíamos, hacíamos lo que queríamos (el “haz lo que quieras”, el ocio, el placer, las drogas, el sexo, etc.), y desperdiciamos todo el tesoro grande de ser hijos de Dios, que nos pertenece porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.

Hemos despilfarrado y nos hemos encontrado en medio de los cerdos. Y en el momento en que nos hemos encontrado comiendo con ellos y quizá convirtiéndonos en esos animales, también nosotros, por un don de la gracia gratuito del amor de Dios, con estremecimiento y reverencia hemos intentando volver a acercarnos a Él.

Y es la experiencia más conmovedora, más profunda, más bella, que marca la vida de cada uno de nosotros: la experiencia de la misericordia del Padre, en la cual se siente uno renacer.

Un Papá que no solo no condena, sino que abraza tiernamente y además hace fiesta por nosotros. ¡Y es bello entonces hacer fiesta y compartirla con la mayor cantidad de personas posible!

Por Chiara Amirante

Artículo original 

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