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Juan de Brébeuf, evangelizador de los nativos americanos

John de Brébeuf

Mykola Swarnyk | CC BY-SA 3.0

Philip Kosloski - publicado el 19/10/23

Un santo cuyos métodos de evangelización siguen vigentes y nos recuerdan que la predicación más eficaz que podemos hacer es a través de nuestras acciones

En 1625, el jesuita francés John de Brébeuf llegó a Quebec (Canadá) y poco después comenzó sus aventuras misioneras con los nativos americanos. En lugar de tratar de ganar adeptos de la manera más rápida posible, Brébeuf tomó el “camino largo”, viviendo con tribus locales e incrustándose en la cultura nativa.

Aprendió su idioma, costumbres y creencias religiosas y no les impuso su cristianismo. En cambio, vivió tranquilamente en sus chozas e hizo lo que pudo para ayudarlos en sus necesidades.

El estilo de vida de los hurones no era fácil, y cuando supo de otros jesuitas que querían unirse a él, les escribió una carta y detalló las dificultades que tendrían que soportar:

Cuando lleguéis a los hurones, encontraréis en verdad corazones llenos de caridad; os recibiremos con los brazos abiertos como a un ángel del Paraíso, tendremos toda la inclinación del mundo para haceros bien; pero estamos tan situados que podemos hacer muy poco. Te recibiremos en una cabaña, tan miserable que apenas he encontrado en Francia una lo bastante miserable para compararla con ella; así es como te alojarás.

Acosados y fatigados como estaréis, no podremos daros más que una pobre estera, o a lo sumo una piel, para que os sirva de cama; y, además, llegaréis en una estación en que unos miserables insectitos que aquí llamamos Taouhac [pulgas] os mantendrán despiertos casi toda la noche, pues en estos países son incomparablemente más molestos que en Francia; el polvo de la cabaña los alimenta… Los tenemos en sus casas; y este pequeño martirio, por no hablar de los mosquitos, los flebótomos y otras alimañas similares, suele durar no menos de tres o cuatro meses del verano.

En lugar de ser un gran maestro y un gran teólogo como en Francia, debes contar con ser aquí un humilde erudito, y además, ¡válgame Dios! con qué amos: mujeres, niños pequeños y todos los salvajes, y expuesto a sus risas. La lengua hurona será tu Santo Tomás y tu Aristóteles; y hombre inteligente, como eres, y hablando con ligereza entre personas eruditas y capaces, debes decidirte a quedarte mudo durante mucho tiempo entre los nativos.

Habrás logrado mucho si, al cabo de un tiempo considerable, empiezas a tartamudear un poco. ¿Y cómo crees que pasarás el invierno con nosotros? Lo digo sin exagerar, los cinco y seis meses de invierno los pasamos con incomodidades casi continuas: frío excesivo, humo y la molestia de los nativos; tenemos una cabaña construida con simple corteza, pero tan unida que tenemos que enviar a alguien fuera para saber qué tiempo hace; el humo es a menudo tan espeso, tan molesto y tan obstinado que, durante cinco o seis días seguidos, si no estás completamente a prueba de él, es todo lo que puedes hacer para escribir unas pocas líneas en tu Breviario.

Sin embargo, los sufrimientos no disuadieron a Brébeuf y aceptó con gusto todo lo vivido, llegando a un profundo amor por los nativos americanos y su cultura.

“Pero, ¿eso es todo?”, exclamará alguno. “¿Pensáis con vuestros argumentos echar agua al fuego que me consume, y disminuir aunque sea un poco el celo que tengo por la conversión de estos Pueblos? Os declaro que estas cosas no han servido más que para confirmarme aún más en mi vocación; que me siento más llevado que nunca por mi afecto a Nueva Francia, y que siento santos celos hacia los que soportan ya todos estos sufrimientos; todos estos trabajos no me parecen nada en comparación con lo que estoy dispuesto a soportar por Dios; si conociera un lugar bajo el Cielo donde hubiera aún más que sufrir, iría allí”.

Aunque Brébeuf acabaría siendo martirizado por una tribu vecina, empezó a ver el fruto de su trabajo, ya que muchos nativos se bautizaron y adoptaron la religión cristiana. Lo hicieron libremente, sin ser coaccionados por Brébeuf, sino después de ver brillar su caridad y su voluntad de convertirse en uno de ellos.

Sus métodos de evangelización siguen vigentes y nos recuerdan que la predicación más eficaz que podemos hacer es a través de nuestras acciones.

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