– Recientemente ha viajado a España para participar en un Congreso, organizado por la Universidad CEU San Pablo, que insistía en la importancia del testimonio. Hoy, cuando la secularización y el analfabetismo religioso avanzan, ¿de verdad importa tanto el testimonio personal para transmitir la fe?
Dar testimonio con la propia vida es fundamental porque fue lo que hizo Jesús y es lo que debemos hacer sus discípulos. El testimonio siempre ha importado, y fue la forma en que nació y creció la Iglesia en medio de una situación totalmente adversa. Porque el imperio romano era la exageración del libertinaje en las clases que lo podían ejercer, y los otros eran esclavos. En ese contexto, el contraste con el cristianismo fue tremendo.
Animar a vivir las enseñanzas de Cristo siempre ha sido impactante, pero no sólo diciéndolas, sino desde el ejemplo.
– Y usted, ¿cómo vive su relación personal con Cristo?
De niño, una de mis abuelas, que me quería mucho y murió cuando yo iba a cumplir 7 años, me llevaba de la mano muchos días a la iglesia. Entonces no había misas en la tarde, pero siempre se rezaba el Rosario y había exposición del Santísimo. Y ella, señalando el Sagrario o al Santísimo, me decía: «Mira Carlos, hijo, ahí está Jesús. En esa cajita que tú ves, ahí se esconde. Háblale. Dile lo que quieres, lo que piensas…». Así aprendí yo a orar. Otras personas aprenden con oraciones, pero yo aprendí de mi abuela que orar es hablar con Él. Y eso ha sido definitivo en mi vida: Yo hablo con Dios.
«Mi abuela me decía: Mira Carlos, hijo, ahí está Jesús. En esa cajita que tú ves, ahí se esconde. Háblale. Dile lo que quieres, lo que piensas… Y eso ha sido definitivo en mi vida»
Cómo reza un cardenal
– ¿Y cómo lo hace? ¿Cómo reza un cardenal?
Trato de hacerlo siempre en la mañana, cuando despierto, y en la noche, cuando me acuesto. También durante el día, cuando tengo que hablar con alguien o tomar ciertas decisiones, hago presente al Señor. Y me gusta rezar el Rosario y pasar tiempo en la Basílica de Guadalupe para estar con nuestra Madre. Por eso decidí que los domingos no iba a celebrar la misa en la catedral, sino en la Basílica. ¿Y sabe lo que me dijo el Papa Francisco cuando se lo pedí?
– ¿Qué le dijo?
«Yo haría lo mismo que tú». (Ríe) Para mí, la misa es esencial. La celebro a diario, aunque sea solo, y me sirve para orientar el día. Por eso me duele cuando encuentro sacerdotes que celebran ocho o diez misas un domingo. «Es que no tengo a nadie que lo haga», me dicen. Y los comprendo, pero en esos casos, es mejor hacer celebraciones de la Palabra. Porque el momento en que uno tiene al Señor en sus manos es único y los sacerdotes tenemos que cuidarlo. Si lo hacemos no más como un rito: subir, bajar el cáliz, lavarte las manos… no puede ser.
«¡Claro que me confieso! Los sacerdotes igualmente somos de condición frágil y tenemos necesidad de esa Gracia que nos repara»
– No le preguntaré de qué pero, ¿se confiesa?
(Ríe) ¡Claro, claro! Los sacerdotes igualmente somos de condición frágil y tenemos necesidad de esa Gracia que nos repara y nos restaura interiormente. Yo tengo con quién confesarme, que normalmente es un sacerdote con quien tengo amistad y nos conocemos de tiempo. Así podemos perfilar mejor cómo presentarnos ante el Señor en las situaciones en que uno pide la ayuda para seguir adelante.
La primera gran crisis de fe
– ¿A lo largo de su vida ha tenido dudas de fe o momentos de crisis espiritual?
Sí, como cualquiera. La primera crisis que recuerdo fue decidir si aceptaba o no ser sacerdote. Yo entré en el seminario a los 11 años, y al crecer, me vino muy fuerte, porque soy miembro de una familia de seis hermanos, con unos padres que se amaron mucho, y tenía el intenso deseo de formar una familia. Entonces, mi director espiritual me dijo: «A ver, Carlos: inquietud por una familia la tiene todo ser humano. Inquietud sacerdotal no todos la tienen. ¿Tú quieres ser sacerdote? ¿Sí? ¿Y quién te lo puso en el corazón? Pues tú sabes qué le respondes, porque no a todos les nace…». Ahora aprecio muchísimo a las familias y me encanta estar con ellas, pero la mía es la Iglesia.
– El color púrpura de los cardenales es por estar dispuestos a derramar la sangre por el Señor. ¿Cómo vive el martirio diario?
Yo vivo el cardenalato como una enorme tarea de servicio, que me implica una gran responsabilidad. El martirio está en que tengo que cuidar lo que digo, las relaciones en todos los niveles, y en que primero están los deberes y después los gustos. Pero lo vivo muy agradecido al Papa y pensando en cómo quiere el Señor que le sirva, que para eso me llamó. Lo demás: críticas, chismes, contrariedades o rebeldías de sacerdotes, mientras no tengan fondo de verdad, me despreocupa. Como decimos en México, no soy monedita de oro para caerle bien a todos…
«La sinodalidad no es democracia. Si se entiende esto, se podría resolver cualquier problema como el de Alemania»
– Ya que lo dice, eso de «caerle bien a todos» ¿está en la raíz de problemas como el del Sínodo de Alemania y de esas corrientes que, con la excusa de la sinodalidad, piden cambiar el Magisterio de la Iglesia?
En su naturaleza, la Iglesia es sinodal. Pero, ¿qué quiere decir esto? Que caminamos juntos, y que para caminar juntos necesitamos escucha recíproca. Pero si hacemos un discernimiento común es para presentárselo a la autoridad, no para decidir por nuestra cuenta. Si esto se entiende, se podría resolver cualquier problema como el de Alemania.
Tenemos que recordar que la sinodalidad no es democracia. Es escuchar todas las voces, discerniendo conjuntamente, y haciendo propuestas al párroco, al vicario episcopal, al obispo, a la Conferencia Episcopal, al Vaticano, o al Papa. Pero proponiendo, no exigiendo. Y la autoridad decidirá qué sí y qué no. Y eso se aceptará. Porque la sinodalidad no es democracia.
– Muchas veces, la piedad popular de los hispanos se ha mirado con desdén frente a la supuesta «altura» de una fe «intelectual» o «social» del Norte de Europa. Hoy, al ver qué pasa en esas regiones, ¿debemos valorar la religiosidad popular como un ancla para mantener a los católicos en fidelidad a la Iglesia?
Así es. Y no solo en Latinoamérica, también en África y en algunos países de Europa la religiosidad popular es una potencia de evangelización. El que tiene la vivencia de las tradiciones religiosas cree en Dios, y cree que se hace presente, que actúa e interviene en el mundo. ¡Es un potencial enorme que tenemos que encauzar hacia las enseñanzas de Cristo! El desafío es atender a la religiosidad popular y emplearla para hacer crecer a la persona en su conocimiento y en su experiencia de Dios.
Encauzar bien la religiosidad popular para evangelizar
– Así que para transmitir la fe en el siglo XXI, ¿siguen siendo útil la piedad popular típica de nuestros países?
En Latinoamérica, la evangelización implica una presencia combinada de la religiosidad popular y del testimonio de personas que viven con coherencia su fe, o que al menos queremos vivirla así. ¿Qué quiero decir con esto?
– Dígamelo usted…
Pues que a muchos bautizados podemos considerarlos unos incipientes testigos. Los mexicanos tienen, por ejemplo, una devoción muy fuerte a la Virgen de Guadalupe, y cada vez que van al santuario sienten su presencia y su auxilio, en un encuentro que les hace sentir a Cristo, a veces inconscientemente. Esa religiosidad está latente en la inmensa mayoría de los católicos. Pero pasar a una puesta en práctica en la vida, teniendo en cuenta el conjunto de las enseñanzas de Jesús en los Evangelios, es una labor que estamos haciendo y que es aún pequeña respecto al conjunto de la población.
«El que tiene la vivencia de las tradiciones religiosas cree en Dios y cree que actúa en el mundo. ¡Es un potencial evangelizador enorme!»
¿O sea, que el «catolicismo sociológico» es un aliado de la evangelización?
Si se entiende bien, sí. Los últimos datos del censo reflejan que el 80% de los mexicanos se declaran católicos. Pero una encuesta de 2010 que hicimos los obispos mostró que, como promedio en el país, la participación de la misa dominical es del 10%. Ese 10% se alimenta habitualmente para tener la experiencia de desarrollar un corazón misericordioso, una presencia testimonial… Pero llegar al resto de la sociedad es lo que nos hace falta desarrollar. En resumen, evangelizar.
El bautismo, un regalo que no tiene precio
– ¿Cómo se puede despertar el celo evangelizador de ese 10%, que son los que tras la misa van a comer con sus cuñados, sus amigos, se encuentran al vecino…?
Esa es justo la tarea que estamos tratando de impulsar en México, cuando decimos que debemos ser una comunidad de testigos de la presencia de Cristo en el mundo. Porque Cristo vive en medio de nosotros, es decir, a través de nosotros, y los católicos hacemos presente a Cristo. Pero ese Cristo que vive en nosotros necesitamos tenerlo en cuenta en la oración, sobre todo en la Eucaristía, y en la escucha de su Palabra para aplicarla en nuestra conducta diaria.
– ¿Qué es lo que yo no le he preguntado y desea usted decir para terminar esta entrevista?
Quiero animar a los lectores a valorar enormemente que estemos bautizados. Con el bautismo, ya tenemos garantizado que somos hijos adoptivos del Señor, que nos ha adoptado con todo su amor y su ternura. Y si tienes un Padre que te ama, tienes que recordarlo en las situaciones que te toca vivir. En México, a la gente les encanta que les eche agua bendita, y siempre trato de decirles que eso nos recuerda que somos hijos de Dios. Porque la filiación divina que nos ofrece Dios no tiene precio.