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Ojo con el ‘Pinocho’ de Del Toro: su revoltijo religioso puede generar confusión

PINOCCHIO
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Vidal Arranz - publicado el 06/02/23
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La última versión animada del clásico de Carlo Collodi es visualmente deslumbrante, pero reinterpreta el original de forma muy discutible

Vivimos en tiempos de mucha confusión y no siempre es lo que parece. Estamos tan acostumbrados a que el cine y las series más populares ignoren olímpicamente todo lo que tenga que ver con lo religioso, especialmente con lo cristiano y lo católico, que cuando aparecen nuestros símbolos en una obra audiovisual no siempre interpretamos adecuadamente su uso por el artista.

Este riesgo me parece evidente en el caso del Pinocho de Guillermo del Toro, la última versión animada del clásico italiano de Carlo Collodi. Éste nos ofrece un revoltijo religioso muy notable, así como unas reflexiones sobre la muerte y la vida eterna que no sólo niegan la trascendencia, sino incluso su bondad, y reivindican que la vida sólo tiene sentido porque acaba. "Lo que ocurre, ocurre, y luego nos vamos", concluye el relato. Sólo existe el aquí y el ahora, y hay que aprovecharlo.

Este inmanentismo no es nuevo, ni en el cine, ni en la cultura popular contemporánea. Pero en este caso viene servido por una película que juega con los referentes religiosos católicos (la cruz, la oración, el rosario…) lo que puede generar confusión. Hay que añadir, además, que todos estos elementos están ausentes en la obra original, publicada como libro en 1893, hace ahora 140 años, y que son aportaciones personales del cineasta mexicano. 

PINOCCHIO

Pero situemos la clave del problema. Pinocho arranca con un prólogo inventado, ajeno a la obra original, en el que vemos a Geppetto feliz con su hijo Carlo. Con él reza por las noches, en una casa presidida por un crucifijo, con él va a misa, en una iglesia presidida por una imponente imagen de un crucificado que el carpintero está reparando…

Adiós a la visión cristiana de la vida

Esta primera parte muestra un mundo feliz, ciertamente asociado con las creencias católicas. Pero ese mundo se derrumba cuando unos aviones lanzan sus bombas sobre el pueblo de Geppetto y una de ellas destruye la iglesia y mata a su hijo justamente cuando estaba dentro. El templo queda casi completamente destruido, a excepción de la imagen del Cristo, que resulta dañada, pero sigue en pie.

Esta asociación idílica de lo religioso con ese mundo feliz de Geppetto, con el que es fácil identificarse, si se tiene una cierta edad, es lo que ha movido la complicidad de muchos con la película. Pero no conviene quedarse sólo ahí, porque en realidad, Del Toro, en cierto modo, no hace otra cosa más que dar fe de la muerte de esa civilización cristiana, que aparece convertida en una ruina de lo que fue, como la propia iglesia de la historia.

Podemos afirmar esto, porque nada de lo que vendrá después, nada de lo que forma parte de la vida del muñeco de madera se ajusta mínimamente a los parámetros de una cosmovisión cristiana; más bien al contrario.

Del Toro sustituye las hadas clásicas del cuento de Collodi, inspiradas, como todas las hadas de los cuentos infantiles, en los ángeles, por unos seres de apariencia mitológica claramente pagana. 

Asimismo, se inventa una especie de más allá bastante extraño, al que viaja Pinocho cada vez que es matado, porque, como marioneta de madera que es, resulta ser inmortal. 

¿Por qué meter a Mussolini?

Nada de esto está en el cuento original, hay que insistir en ello, pero el resultado es una reflexión que nos presenta la inmortalidad como algo francamente indeseable. Salvo que se pueda disfrutar en el aquí y el ahora de este mundo.

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Hay que añadir, además, que la relación de Guillermo del Toro con la religión católica parece ambivalente. Hay cierto cariño en el tratamiento de esas primeras escenas, como si considerara que el mundo de las creencias populares respetable, incluso entrañable. Pero es muy crítico con la Iglesia institución, representada por el sacerdote del pueblo, que es presentada como una institución represiva y al servicio de los poderes del municipio. Y que siempre que aparece lo hace de la mano del líder fascista local, servilmente legitimadora de esa ideología.

A mayor abundamiento, la incorporación del contexto fascista en el relato de Pinocho -con aparición incluso del mismísimo Mussolini, que es objeto de burlas por parte de la marioneta- es otra invención del director mexicano. Pues Collodi escribió su obra 40 años antes de que surgiera el movimiento fascista, que, por tanto, no conoció, como tampoco el mundo del que surgió.

La imagen del Cristo es usada por Del Toro de forma tramposa en otro momento, cuando Pinocho, que está siendo rechazado por los demás niños, mira la figura del crucificado y dice: "Es de madera, como yo. ¿Por qué a él le quieren y a mí me rechazan?". 

Un ser inadaptado

Estamos ante una de esas manipulaciones de los sentimientos que tienen éxito porque apenas nos paramos a pensarlas.

Si lo hiciéramos recordaríamos que las personas no amamos las tallas de Cristo porque sean de madera, que es algo secundario, sino porque nos evocan a la persona de carne y hueso, al Mesías.

Aunque quizás haya otra lectura. En los comentarios a su obra, Guillermo del Toro reconoce que su acercamiento al personaje de Pinocho parte de su consideración como un ser extraño, un inadaptado, un freak que atenta contra la idea de normalidad.

Y es muy probable que la interpretación que el cineasta mexicano haga de la figura de Cristo realce también estos aspectos de su dimensión humana y predicadora. 

De modo que, para Del Toro, sí hay algo en común entre Cristo y Pinocho, más allá de la madera, y es su condición de inadaptados, de personas ajenas al mundo y las convenciones.

Esta interpretación sesga mucho la visión del Jesús evangélico, desde luego. Pero, además, no tiene nada que ver con el Pinocho de Collodi, cuyo problema no es de inadaptación a la sociedad, sino de inmadurez. Es un niño que todavía no ha sido domesticado por la educación y se guía sólo por sus impulsos.

No hay una visión cristiana detrás

En cierto modo, y siguiendo la interpretación que Diego Blanco realiza de los cuentos populares, y de su vínculo profundo con el Evangelio, a veces explícito, podríamos interpretar la madera de Pinocho como una metáfora de la condición pecaminosa del hombre. Un estado que habría que intentar superar, aunque nunca consigamos vencerlo del todo. 

Pero nada de esto está en la visualmente deslumbrante película del cineasta mexicano. Como tampoco está la idea de la perfectibilidad del hombre, que debe aprender a mejorarse y a fortalecer su voluntad, que a veces resulta demasiado débil, especialmente cuando tiene que enfrentarse a la tendencia innata de los seres humanos hacia el placer y lo grato. 

El Pinocho de Guillermo del Toro no es, en realidad, un niño que tenga que aprender nada. Ni que adaptarse a las expectativas de los demás o de la sociedad. 

"Sé quien eres, te querré tal y como eres", le dice hacia el final de la película Geppetto a su hijo de madera. Pero Pinocho, como podemos imaginar, es un niño de corta edad que, en buena lógica, debería estar más preocupado por buscarse y por definirse que por autoafirmarse en una identidad frágil y necesariamente provisional, por la escasa vida experimentada.

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