Este año hemos visto numerosas películas sobre las relaciones paternofiliales y/o maternofiliales, y de ellas dejamos constancia en este espacio.
Ahora llega a las carteleras una de las mejores y quizá la más sutil: Aftersun, el debut de la directora Charlotte Wells, ganadora de más de treinta galardones, entre ellos el Premio del jurado en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes.
La ópera prima de Wells es una de esas películas sencillas y a la vez complejas, tan características del cine independiente, que no necesitan grandes presupuestos para contar una historia que nos emociona y donde imperan los valores humanos.
Una mujer en torno a la treintena empieza a recordar un momento crucial en su infancia: sus vacaciones de verano en un resort de Turquía. Un tiempo breve y luminoso que pasó con su padre divorciado, hombre alegre y feliz durante el día ante los ojos de su hija y melancólico y triste por las noches, cuando cree que ella no le ve.
En esos días de asueto, de jugar al billar, apuntarse a karaokes, tomar el sol, bañarse en la piscina, cenar en terrazas, ir a la playa, navegar en barco, hacer submarinismo y otras propuestas típicas de uno de esos complejos turísticos con tanta oferta para divertirse y practicar deportes, Sophie (Frankie Corio), una niña de unos 11 años, y su joven padre, Calum (Paul Mescal), estrechan lazos y pasan tiempo juntos.
No sabemos por qué los padres se separaron. Aún se dicen que se quieren cuando hablan por teléfono (algo que la niña no acaba de encajar en su mundo. Si todavía se aman, ¿por qué no vuelven a juntarse?).
Lo que sí sabemos es que Calum y Sophie necesitan tiempo uno al lado del otro, y ese tiempo viene condicionado por el espacio, por esa estancia de unos días en territorio extranjero. Sin habitar este espacio, no pasarían tantas horas haciendo actividades de padre e hija, porque entonces estarían atados a otras servidumbres: trabajos, amistades, compromisos, planes con terceros…
Recuerdos fragmentarios de admiración al padre
Mientras se recrean en las actividades lúdicas del resort, Sophie no sólo observa a Calum con cariño y admiración. También lo graba con su cámara de vídeo y observa su reflejo en numerosas superficies (espejos, fotografías, mesas relucientes, pantallas de televisión apagadas, sombras en la pared). Ese padre suele tener una sonrisa para ella cada día y la motiva para hacer cosas en esos días veraniegos.
Algo, sin embargo, le sucede a Calum. En la mesilla tiene libros de autoayuda, meditación y tai chi, alguna que otra noche se pone a llorar, le cuenta a un tipo que le sorprende haber llegado a los 30 y parece cobijar tendencias autodestructivas. Nunca sabemos con certeza qué le ocurre.
La película abre más interrogantes que respuestas: ¿sufre depresiones? ¿Es un ataque de melancolía porque añora a la madre de su hija? ¿Está enfermo sin que los demás lo sepan? ¿Exactamente qué le aflige?
Lo que sí intuimos, porque la directora va dejando pistas, es que probablemente ése fue el último verano que pasaron juntos. Y ahora que ella es mayor y recuerda, y trata de recomponer el puzzle con los vídeos y con su memoria, es cuando se ve afligida por la pérdida, por ese padre que veneró y al que intenta comprender con esos fragmentos.
Ya lo hemos dicho alguna vez y lo repetiremos: se agradecen estos homenajes a las figuras paternas en el cine en una época en la que la dictadura de las redes decide poner en tela de juicio a todos los hombres.
"Aftersun" es otra de esas películas que, sin grandes alardes ni presupuestos, vienen a demostrar la importancia de un progenitor en nuestras vidas. Un filme erigido sobre el cariño y sobre cómo nuestra memoria trata de recrear, con ayuda de cámaras, a quienes perdimos, y a quienes, cuando ya no están, vemos bajo otra luz. Hacia el final, los personajes bailan una canción de Queen & David Bowie que dice: "El amor te reta a cuidar a la gente al borde de la noche. Y el amor te reta a cambiar".