En una de las escenas cruciales de "Los renglones torcidos de Dios", la segunda adaptación cinematográfica de la novela homónima y celebérrima de Torcuato Luca de Tena, quizá el corazón de la misma por cuanto implica, conversan Samuel Alvar (Eduard Fernández), el director del hospital psiquiátrico donde se desarrolla la trama, y Ruiz de Pablos (Antonio Buíl), el comisario de la policía encargado de desentrañar el asesinato de un paciente:
DIRECTOR: ¿Es usted creyente, comisario?
COMISARIO: Sí, señor.
DIRECTOR: El otro día pensaba: si Dios nos creó a su imagen y semejanza como si de una escritura perfecta se tratase, los pacientes que acaban aquí serían como los renglones torcidos de cuando Dios aprendió a escribir. ¿Qué clase de Dios permite tanta imperfección?
COMISARIO: Estoy convencido de que también tiene un plan para ellos.
DIRECTOR: Creo que ese plan me lo ha reservado a mí, comisario.
Seres humanos dignos de misericordia
Esos renglones torcidos son las criaturas que habitan el manicomio: seres deformes, trastornados, enfermos mentales con taras y manías… El sacerdote que ofrece una misa en otra de las escenas de la película les dice a esos internos o pacientes que Dios guarda un lugar para ellos en el Reino de los Cielos porque sus sufrimientos les hacen aún más dignos de misericordia. Casi todos están exentos de maldad. Pero hay excepciones.
A este lugar, en el que confluyen el fin de una época de dictadura férrea y el principio de los nuevos aires democráticos, va a parar Alice Gould (Bárbara Lennie), una investigadora a la que un hombre encarga que descubra la verdad en torno a la muerte de su hijo en el manicomio, que los organismos oficiales han calificado de suicidio, pero su padre cree que fue un asesinato.
El plan secreto consiste en que Alice se haga pasar por una mujer paranoica a la que su marido ha ingresado a la fuerza. Mientras investiga el caso y trata de interrogar a los enfermos, los médicos y el director cuestionan su salud mental… hasta el punto en que ella misma dudará: ¿cuál es la verdad? ¿En qué línea se cruzan la realidad y la paranoia, la cordura y la locura?
Oriol Paulo, el director de la película, desarrolla ésta como un thriller de suspense en el que poco a poco nos vemos inmersos en una red de mentiras, verdades a medias y locura difusa. Para ello, y contando con precedentes ilustres del género como "Shutter Island", "La cura del bienestar" o "Alguien voló sobre el nido del cuco", relata la historia con calma, poniendo en marcha un tempo lento que nunca llega a hacerse tedioso, con escenas que nos van introduciendo despacio en el laberinto propuesto por Luca de Tena.
Su duración y ese tempo, sumado a la magnífica puesta en escena y al trabajo de todo el reparto (con sobresaliente para Bárbara Lennie, Eduard Fernández y Pablo Derqui), convierten a "Los renglones torcidos…" en un filme sólido y capaz de entretenernos tanto como las veneradas películas de misterio norteamericanas.
Por debajo subyacen dos temas sugeridos que a mí me parecen lo más interesante de la película, y que podrían pasar desapercibidos a quienes suelen quedarse en la superficie:
El primero es ese contraste entre dos mundos que chocan: la agonía de la dictadura y el desarrollo de la transición democrática, el conflicto entre las imposiciones del director y la necesidad de votos y de propuestas conjuntas de sus subalternos, la lucha de egos entre un hombre y una mujer… Esto atañe, también, al retrato de la protagonista: una chica fuerte, decidida y misericordiosa, a quien dos gemelos ven como una madre.
El segundo es su análisis de la locura como un equilibrio frágil en el que cualquiera puede caer. Los enfermos son seres que habitan otro camino, inocentes de sus perjuicios mentales. Alice es una de las pocas personas que los entiende. Sobre todo cuando Urquieta, uno de ellos, dice: "Incluso en el lugar más infame nacen cosas hermosas".