Paso la tarde en un parque. A mi derecha, el parque infantil. Los niños no paran de corretear. Suben y bajan del tobogán. Se cuelgan de las arandelas. Parecen no querer perder un segundo. A mi izquierda, sentados en un banco, una pareja de ancianos. Están de la mano. En silencio. No se mueven. Miran al horizonte. Las prisas no van con ellos. Para unos el tiempo parece escaparse de las manos, para otros parece que nunca habrá final.
Me coloco en medio. Siento que, hoy, es mi lugar. Me acompaña Miguel de Santiago. Corrijo, me acompaña su último libro: "Hojas de Otoño", publicado por PPC. Miguel de Santiago es sacerdote, periodista y poeta. Es amigo y también un maestro. Pero siento que está sentado a mi lado, en el banco y que cada una de sus reflexiones (poemas en prosa) me las está explicando al oído. Son reflexiones que parten de la vida, de la realidad y cuyas interpretaciones el lector termina haciendo suyas. Revives el poema, lo haces tuyo y deja un poso imborrable.
Así que me fijo en lo que me rodea y me olvido de mis quehaceres, de mis cosas, de mí mismo. Y leo: "El olvido de sí mismo acarrea el gozo que sepulta necesidades y carencias, envidias y ambiciones". Simplemente disfruto de cómo va llegando el atardecer: "el mejor momento para sentir la calma alrededor, para lograr la paz del espíritu, para escuchar en el silencio la tranquilidad de la conciencia".
Un libro sobre la llegada al final, sobre el ocaso
Pero "Hojas de Otoño" no sólo nos habla de paisajes y de las hojas que caen. También son las profundas reflexiones sobre el ocaso, sobre la llegada al final. Y aquí la cosa se pone mucho más seria. Es un diálogo interior. Es la serenidad de la llegada al final: "Quizá resulta enormemente acertada la expresión "sueño eterno" para referirse a la muerte". Y aparecen los recuerdos, que emergen desbocados "cuando la soledad aprieta". También las preguntas: "¿Llevará a alguna parte? ¿Merecerá la pena comprobar el misterio de lo que hay más allá?"
Me voy dejando llevar por la lectura y me veo reflexionando sobre los geranios: "¿Podrán sobrevivir mucho tiempo?". De repente quiero ser como un águila: "mensajera de felicidad, porque transmite confianza y valentía en su ascensión". Y me siento acompañado, muy acompañado: "hay alguien que nunca falta, que permanece siempre al lado, escuchando, asistiendo y consolando en medio de los gritos angustiados".
Sigo leyendo y en mi mente me encuentro buscando a un escultor, pienso en mi tiempo libre, hago mío un bosque, un túnel, una cima. Y todo junto a versículos de la Biblia. Reflexiones que terminan por tocar el alma. Disfruto, me evado. El tiempo va volando y de repente miro a mi izquierda y veo que el señor, de barba cana, que acaricia con una mano a su mujer y con otra agarra un bastón, no deja de mirarme. ¿Cuánto tiempo llevará así? ¿Por qué me mira? ¿Qué he hecho?
Miguel de Santiago vuelve a hablarme y me deja más tranquilo. Me habla sobre las personas mayores: "sentadas en un banco, con la mirada aparentemente perdida, quizá estén navegando por el inmenso mar de sus recuerdos" y añade: "Ese misterio de sus ojos, que siempre están mirando en los adentros de sí mismos, resulta indescifrable".
Continúo leyendo el libro y me doy cuenta de que es sencillo entender lo que ocurre y lo que piensan los niños del parque infantil de mi derecha. Allí ya he estado. Más complejo es comprender la mirada de mi izquierda. Serenidad, sabiduría y una mirada perdida. Miguel de Santiago nos ayuda, con este libro a entender y rezar con sus reflexiones lo que es la caída de las hojas, propias y ajenas. El ocaso: "que va abriendo espacios a la serenidad y al gozo de la paz interior". Un libro con una mirada especial: Una mirada que es otoño.