Era la chica vistosa ante la que los chicos se voltean en las fiestas y que envidian las chicas por su simpatía. Hoy, sor Raquel ha consagrado su vida a Dios en el Monasterio de Agustinas Contemplativas de Santa Ana en San Mateu, Castellón.
Sor Raquel ha querido compartir su testimonio que, como ella misma confirma, podría sonar «surrealista, si miramos la sociedad actual y la vida que hasta mi entrada en el convento he llevado».
Comienza diciendo que, «quien no me conoce, puede pensar que soy una beata, una santita… ¡Ojalá! Pero quien me conoce un poquito sabe de sobra que no es así».
Curiosamente, había sido una niña muy introvertida, «pensando que era el patito feo, poco estudiosa, gordita, con granitos… ¡Vamos, poco vistosa! Y esto creó en mi niñez una gran sensación de vacío afectivo».
Todo fachada
De este modo, al crecer, como les sucede a muchas chicas, empezó «a ser ‘más vistosita’, creí entender que esto era lo importante: llamar la atención, ser sociable, simpática, amable… ¡Todo fachada!».
Con la distancia, reconoce: «caí en el peligro de preocuparme tanto de lo de fuera que descuidé lo de dentro: todos los dones que Dios me había regalado los estaba aprovechando para llenar mi yo afectivo, en lugar de compartirlos con los hermanos. ¡Cuán ignorante fui!».
Como el pavo real
Al llegar a la adolescencia, nos sigue contando, «me comporté como un pavo real: presumiendo de mis plumas. Pero, como al susodicho, cuando está bien hinchado, resulta que le despellejan, le cortan a trocitos, le guisan y sirve de alimento a unos comensales, esto mismo hice yo conmigo».
Sin embargo, sor Raquel reconoce que «hay algo que ningún mortal puede matar y es la conciencia; esta gritaba en mi interior día y noche, sabía que la belleza exterior, el dinero, la fiesta, el trabajo, los amigos de juergas, todo esto pasa, llevándose cada cual un trozo de mí; y llega un momento que te paras, miras a tu alrededor y ves que no te queda nada».
La familia, buenos amigos y…
En medio de este vacío interior, sor Raquel reconoce: «tuve la gran suerte de seguir teniendo una familia a mi lado, aunque muchas veces no lo merecía; de tener amigos de verdad y gente que me quería bien».
«Y, sobre todo --añade--, pude contar con el apoyo de la Madre Iglesia, sí, esa que miramos tan mal y hemos injuriado tanto. Ella es la que me ayudó a reconstruir mi interior, a poner valores en mi vida y entender que la culpa de lo que a mí me pasaba no la tenían los demás, eran mis elecciones las que me han llevado a momentos desesperanzadores en los que todo me daba igual, vivir que morir ¿qué importaba?».
«Fue la Iglesia la que dio sentido a mi vida por medio de Dios y ha sido la Virgen la que ha llevado mi vocación en todo momento --reconoce sor Raquel--. Si por mí fuera, seguiría malviviendo por ahí, vendiéndome a cualquier precio por un poco de cariño y matándome a trabajar por un poquito más de dinero con el que solo compraba los lujos para el cuerpo, destruyendo el alma».
«Si por mí fuera, seguiría malviviendo por ahí, vendiéndome a cualquier precio por un poco de cariño y matándome a trabajar por un poquito más de dinero con el que solo compraba los lujos para el cuerpo, destruyendo el alma».
La lección de vida de sor Raquel es clara: «Es del alma de quien nos debemos preocupar, pues ya se encargará el que vive dentro de tener la fachada arreglada».
Dos accidentes de coche… y muchas dudas
En particular, esta lección la religiosa la aprendió cuando experimentó acontecimientos en que los que se halló entre la vida y la muerte: «lo que me ocurrió con mis dos accidentes de coche en poco tiempo».
«Te planteas preguntas existenciales: ¿qué hay detrás de la muerte?… ¿En qué estoy gastando la vida?… En el único sitio donde encontré respuesta convincente a estos enigmas fue en la Iglesia».
La monja agustina aclara que «no se trata de creerlo o no: se apoya en la evidencia de que la vida avanza, bien hacia donde yo y mi destino quiere (pues no solo depende de mí) o bien la pongo en manos de Dios y me fío de lo que él dispone».
La llamada de un Padre
«Esto a primera vista parece más loco», asegura sor Raquel, pero confirma «que da más plenitud y seguridad responder a Su llamada. Nunca te obliga a nada y si te dejas guiar… ¿dónde te va a llevar tu Padre, que te quiere, te conoce, es creador y poseedor del mundo entero?».
«Por supuesto, al sitio más adecuado para ti, en el que llegues a ser más feliz».
Y sor Raquel concluye su testimonio: «¡Es lo que hoy por hoy, con satisfacción, estoy experimentando y os comparto!».
Ahora comparte su consagración a Dios con otras hermanas de monasterio, a las que entonces no conocía y que hoy experimenta como hermanas.
Una comunidad consagrada a Dios
Uno de los rasgos específicos de su carisma agustino, es una gran riqueza: cada hermana aporta sus dones, talento, personalidad. Las ancianas son estímulo, sabiduría y experiencia; las hermanas más jóvenes traen un sentido fresco de celo y energía; mientras que las hermanas más experimentadas traen el ejemplo de perseverancia y fidelidad.
Cada día, buscan a Dios, por Cristo, bajo la guía del Espíritu Santo, a través de la oración litúrgica – que la madre Iglesia les ha confiado-, a través de la meditación de la Palabra de Dios y la vida interior que alimentan con el silencio y el recogimiento propios de nuestra vida monástica.
También tienen una serie de trabajos comunes para el sustento material de la comunidad, el principal de ellos la elaboración de pastas, que venden en una pequeña tienda en el mismo convento, también plancha y almidonado de ropas.
Todo este trabajo lo realizan en silencio, para mantener el clima de oración que les permita escuchar al Maestro interior, Cristo, en su corazón. Oración, trabajo y estudio forman, a grandes rasgos, el entramado de la vida diaria de sor Raquel.
Si está interesado en saber más sobre esta comunidad de consagradas contemplativas, puede visitar su web www.agustinassanmateo.org y sus redes sociales:
Facebook: El Horno de las Monjas
Twitter: @elhornodelasmon
YouTube: Monjas Agustinas San Mateo