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¿Cómo evitar que el fracaso me rompa?

samobójstwa wśród dzieci

La depresión y la ansiedad se han extendido entre los pequeños y adolescentes en muchos países de los cinco continentes.

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/09/22
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Hay una clave tan sencilla como eficaz, la revela el Padre de Schoenstatt Carlos Padilla

Tengo en el alma dormido el deseo de vivir más en plenitud. Pero siento que vivo respondiendo a las expectativas y requerimientos de los demás. Eso me hace vulnerable al fracaso.

Me gustaría tener la libertad de los niños para decir que sí y que no sin medir tanto las consecuencias.

Vivo obsesionado por mi fama, mi bienestar, mi gloria. Es la vanidad del hombre que deambula pidiendo milagros a diestro y siniestro.

Como si nada de lo que vivo fuera un don gratuito, un milagro al que me acostumbro, como el hecho de ver nacer el sol.

¿Todo depende de mí?

Me llenan el alma de ilusiones aquellos que sueñan a lo grande. Desconfío de aquellos que un día quisieron verter sobre mí duras exigencias.

Como si todo dependiera de mí y la felicidad consistiera en eso, en cumplir para no fallar. Sólo hacer para no dejar sin hacer y responder para no guardar silencio.

Los vientos que me acarician la piel me hablan de un mundo nuevo que está por nacer. No dudo del mañana, no tengo miedo ante la vida que es insegura, incierta.

Algo puede salir mal, eso siempre. Pero no quiero vivir angustiado por tantas cosas que se escapan de mi control.

Paz en las dificultades

Me gustaría tener mucha paz en el alma, pasear tranquilo por los caminos de la vida, perder el tiempo delante de una taza de té.

Hablar de cualquier cosa que no parezca tan importante, sonreír sin prisas, vivir sin agenda, abrazar el viento, no controlar nada de lo que sucede.

Mantenerme firme en medio de la tormenta, sin perder nunca el control. Hablar bajito, sin gritar en exceso.

Decir pocas cosas, sólo las importantes. Soñar con sueños grandes, que me descolocan y me sacan de mi zona segura, donde me siento en casa.

Creerse insustituible, un peso que soltar

No me da miedo volar aunque sea muy lejos. Ni temo que al faltar yo nada funcione correctamente.

Es el temor constante de sentirme imprescindible, como si sólo yo pudiera hacer las cosas bien, de forma correcta.

No soy yo la única persona que puede hacer algo bien. Si yo falto todo seguirá su curso. El recuerdo mantendrá viva mi memoria, pero las cosas seguirán adelante, no soy insustituible.

Puede que no haga todo el bien posible, porque me falten las fuerzas llegado el momento.

Y quizás quede por escalar esa cumbre tan alta, no me echaré en cara mi pereza, mi desidia. Seguiré soñando en alto, levantando los brazos al cielo.

Me gusta creer que las sombras de la noche desaparecen siempre al nacer un nuevo día.

La clave de la serenidad

Necesito crecer en humildad para no tener miedo de las sombras. Por eso me gustan las palabras de Jesús Villarroel:

La humildad me da serenidad. Y el orgullo me vuelve inseguro, cuando pretendo vencer en todas las batallas.

Nada me hace más daño que pensar que siempre voy a ganar el siguiente partido. Y creer que nadie me podrá superar en ningún momento.

Me asusta la vanidad que veo dibujada en mis ojos después de una victoria. Y esa fe ciega en mí mismo que me vuelve crítico y duro hacia los demás.

Por eso las derrotas y las humillaciones no me desagradan tanto. Me enseñan otro camino, uno más rápido, que lleva al cielo.

Mientras que pensar que siempre saldré victorioso me acaba enfermando en esa inseguridad que tiene la vida.

La inseguridad forma parte de esta vida

Detrás de cada paso que doy surge una nueva duda. No me asustan los que dicen que no es posible el camino que sigo. Ellos no lo recorren, soy yo el que camino.

No me asustan las críticas movidas en ocasiones por la envidia, que es tan poco sana.

No le tengo miedo a la vida cuando el vuelo se eleva por encima de mis ojos y se pierde en el horizonte extenso.

No sé bien cuántas veces podré vivir sin seguridades, ¿toda la vida?

La sensación de soledad desaparece al notar una presencia divina cerca de mis pasos. Y no le tengo miedo entonces a nada, no camino ya solo.

Desaparece la angustia del pecho, como una bola que pesa cuando me inquieto demasiado ante lo que viene.

Confío en el abrazo de Dios a cada paso que doy, hacia la meta. Un día más o un día menos. Todo depende.

Camino al ritmo de Dios y eso me llena de paz. Mantengo un ritmo seguro, sin prisas.

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