Descubro mi cojera, mi dolor, mi carencia, mi enfermedad. Descubrirlo no es difícil. Lo veo yo, lo ven otros. Me señalan, me gritan, me dicen al oído para que no me olvide que soy un discapacitado.
A veces quiero olvidarlo o lo escondo. Pero en el fondo no me olvido porque cojeo aunque no quiera.
No depende del suelo que piso. Puede ser una superficie lisa, pero para mí basta para cojear.
Busco excusas para mi cojera. El suelo, las prisas, el cansancio, la vida, los demás. Pero nada de eso basta para cambiar la realidad.
Mi imperfección me entristece
Por más que culpo a otros de mi cojera yo sigo siendo un cojo. Quisiera evitarlo, caminar como los demás. Sin prisa, sin pausa, sin tambalearme de un lado al otro. Sin pensar en la cojera.
Pero intento correr y tropiezo. Y me hundo, o siento tristezas profundas, mareas olvidadas bajo capas de superficialidad.
Creí que lo había superado, lo que me hacía imperfecto. Por momentos llegué a pensar que ya no pesaría tanto el dolor de mi cojera. Que no me importaría tropezar una y otra vez en la misma piedra.
Miro a mi alrededor y veo sólo sonrisas. Admiro los pies ágiles, las manos diestras, las mentes despiertas, las vidas logradas. No veo cojeras.
Pero luego me miro y veo que mi vida camina por el alambre, sostenida por vientos contrarios.
Me angustia la altura y al fondo del precipicio. Veo con claridad el lugar de la caída, del desprecio, del abandono.
¿Inventar otro yo?
He tratado de sujetar todos los palos que tengo a mi alcance para que nada se caiga. Me he enfermado luchando contra la gravedad que lo tira todo por el suelo, sin respetar las dignidades.
He querido inventarme un pasado peculiar, único, intachable, para que me admiraran.
Me duelen las miradas altivas, las sonrisas despectivas que no confían en mí, no creen en mi verdad. ¿Qué tengo que hacer para demostrarles, para demostrarme que valgo?
Siento sobre mí la mirada de los hombres que caminan con paso rápido y seguro, con pies firmes y sonoros, junto a mí. Sin respetar mis pausas ni mis tiempos, sin compadecerse de mis caídas.
Me da miedo ser un impostor, un fraude cuando escondo mi cojera o guardo bajo llave mis olvidos.
Escucho palabras y resuenan muy dentro de mí acusatorias. Rehúyo las mentiras y evito tocar la superficie fría de las aguas oscuras que me abruman.
No tengo que demostrar nada
Me da miedo levantarme sin nada a lo que aferrarme, como un muerto abandonado en medio de la vida, como un pobre despreciado.
He decidido no angustiarme ante las cosas que no son como eran o como a mí me gustaría que fueran.
Dejo de juzgar las intenciones de los actos que veo, incluso de mis actos. Sé que lo hago más por miedo a equivocarme que por un respeto sano por la vida de los otros.
Estoy convencido de que muchas de mis críticas vienen de mis complejos, de mis heridas, de mis miedos no reconocidos. Por eso cuando callo me siento más libre, más seguro, más pobre.
Quiero abandonar el deseo de cargos que no necesito, de honores que no me hacen bien. No tengo que demostrarle a nadie cuánto valgo.
No merece la pena el esfuerzo de querer ser otro. De nada me vale luchar contra lo imposible. He descubierto que la vida es demasiado corta como para andar perdiendo el tiempo.
Mirando a quien me construyó
Dibujo en mi alma el nombre de las personas que me han marcado desde niño. Y borro los nombres de los que me han herido. No para cambiar el pasado, es imposible. Sí para no vivir atado a ese perdón que no logro dar.
Alabo a Dios por los que me han sanado, con su amor, con su mirada, con sus palabras, con sus abrazos y sus silencios llenos de respeto.
No puedo meterme en el corazón de nadie para cambiar sus sentimientos hacia mí, para que me perdone o perdone a quien yo ya he perdonado.
Los actos fríos y desgajados son una tortura. Con como un fotograma de una larga película sostenido en el tiempo.
En camino como soy
He abrazado esperanzas con estos brazos míos que casi no se sostienen. Y me he puesto en camino con mi cojera, con mi andar dubitativo, lleno de preguntas e inquietudes.
Quizás caminar sea la única forma que tengo de pausar el alma, de ralentizar la vida, de sostener el canto en un tono alto y santo.
Siento que dentro de mí hay muchas miserias, y mentiras, y también muchas obras buenas, mucha misericordia.
De mis obras malas me confieso para que Dios perdone. Sé que lo hace, cada día, cada hora, con su mirada, con su silencio.
Me alegra su mirada llena de bondad. ¿Cómo podré retenerla en el alma para nunca olvidarla?
Los vientos me incitan a creer que nada es posible cada vez que fallo. Que la soledad del mar es más dolorosa que todos los inviernos juntos.
Amanezco cada día dispuesto a llegar más lejos. Pero no es tan fácil derribar los muros que me retienen, me contienen, me paralizan.
Voy en compañía
He descubierto en el sol un calor que me hace bien, me sana por dentro. He sentido que la soledad es el más imprescindible de los sentimientos, aunque me desgarre por dentro.
Si no me siento nunca solo no podré alzar los ojos a Dios pidiéndole un abrazo lleno de ternura y bondad. Él mandará a alguien a dármelo cuando menos lo espere.
He decidido tejer una historia santa llena de nudos y roturas. Sin tejer la vida con Dios me resulta imposible sonreír al cielo.
Estoy cojeando, lo veo, lo siento. Me duele el alma por dentro cada vez que me miro. Quizás es por ser hijo, por ser niño.
No me molestan ni el dolor, ni la pena, ni los llantos. He aprendido a vivir confiado porque confiar en mis fuerzas parece inútil.
Pido ayuda a los que pueden ayudarme. Y algo de amor a los que pueden amarme. Y hago lo mismo con el que grita, con el que espera, con el que pide sin que yo lo escuche a veces.
La misericordia se lleva mi miseria
He escrito en la playa el nombre de mis pecados, de mis dolores. Espero que suba la marea y lo borre todo del alma, todo de golpe para siempre.
Para no sentir cosas feas dentro de mí, en lo más hondo. Para esperar el abrazo de Dios que me saque de todas mis penas y me haga sonreír.
Sigo caminando, cojeando, siendo yo mismo sin pretender engañar a nadie. Así es la verdad de mi esperanza. Así es la vida que recorro. En Dios confío.