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De lo que soy y aparento, ¿qué es verdad?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 15/01/20
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Divulgar una mentira por las redes sociales u otros medios no la convierte en verdad, aunque emocione o parezca muy segura

¿Qué es verdad? ¿Qué es mentira? ¿Por divulgar una mentira por las redes sociales se convierte en verdad? ¿La ficción crea realidad? ¿Por ocultar una verdad pasa a ser una mentira?

Vivo en una época en la que todo parece relativo. Tanto la verdad como la mentira. Se impone la emoción, el sentimiento, lo que la realidad contada despierta en mí.

Me impresiona el valor que tiene la emoción. Por encima de la verdad, de la realidad tal y como es. En una película puedo cambiar una cosa por otra. Puedo hacer que importe poco la historia verdadera.

En mi propia vida puede suceder lo mismo. Lo que los demás dicen de mí determina mi vida. ¿Sabrán de verdad cómo soy? Sólo Dios lo sabe.

El arte expresa con símbolos verdades más profundas. Personajes ficticios parecen ser reales, históricos, sin pretender serlo. Tiene su peligro.

No siempre la historia verdadera importa. Lo que importan son las emociones que se despiertan al escuchar ciertas posturas. Los de un lado, los del otro. Emociones contrarias. A favor o en contra.

Yo soy de tu lado, de tu partido o soy del otro. Y por eso no te puedo ver y me alejo. Oculto la verdad, cuento la historia a mi manera. Todo se absolutiza, se relativiza.

O soy del mundo o soy de Dios, casi como si fuera algo antagónico. O soy cristiano o pagano. ¿Me estaré dejando llevar por los vientos del mundo?

Jesús se hizo hombre, carne de mi carne para asumir mi historia tal y como es, mi naturaleza igual en todo menos en el pecado.

Jesús quiso asumir mi verdad para que nunca fuera mentira ante los ojos de nadie. Para Él soy verdadero, soy bueno, soy suyo. Asumió mi carne para que aprendiera a quererla como es. En su fragilidad, en su pecado.

He decidido no quedarme en la apariencia de las cosas. La verdad es lo que importa. Jesús unió la verdad y la caridad en su alma humana y divina al mismo tiempo. Dios y hombre. No me dejó extremos contrapuestos. Unió lo que parecía imposible unir. Un Dios todopoderoso atado a la carne impotente.

A veces parece que, si soy del mundo y lo amo, irremediablemente me mundanizo y pierdo a Dios de mi mirada. Y sólo si rechazo el mundo, con sus pecados y tiranías, sólo entonces puedo ser de Dios. Pero es mentira.

Me lo repito para no olvidarme mientras miro a un niño en el Belén. No es eso lo que Jesús hizo, lo que quiso. La verdad sigue siendo la misma. Aunque yo cuente otras cosas, o hable de mi verdad, de mi punto de vista. De lo que sé o he escuchado.

Parece que lo histórico es lo que vale. Lo que ocurrió de verdad, lo que yo pensé en ese momento, lo que en realidad hice. Y es distinto a lo que puedo llegar a inventarme para que sea más interesante.

La tensión siempre va a existir entre la emoción y la realidad. Me cuesta cuando se pretende presentar la vida como opuestos enfrentados. O eres de un lado o de otro. O eres de Pablo o de Apolo. O de Cristo o del demonio. Dos formas diferentes de ver la vida. O de derechas o de izquierdas. O conservador o progresista. O de un bando o de otro.

A Jesús también quisieron encasillarlo. Así era más fácil. Cuesta creer en el punto medio. La emoción va unida a cada uno de los extremos. Todo parece irreconciliable.

La caridad y la verdad no se pueden separar. La verdad sin caridad es insufrible. Van unidas siempre. Me impresionan esas personas que lo ven todo blanco o negro. Noche o día. Frío o caliente. De Dios o del mundo.

No quiero contemporizar. Ni ceder en todo. Eso tampoco. Sé que es fácil lanzar una mentira al viento. Se convierte en verdad casi sin quererlo. Lo que digo pasa a ser creído como verdadero. Y surge la sospecha.

Ya es difícil apagar los ecos de una difamación cuando es pública. Sea verdad o mentira. Tengo la fama que me han creado. Me han encasillado en un lugar y no puedo salir de él.

Eso hago yo con las personas. Las encasillo, las someto a mi juicio, las aprisiono en mi forma de verlas. Einstein decía:

“Preocúpate más por tu conciencia que por tu reputación. Tu conciencia es lo que eres. Tu reputación lo que los demás piensan que eres”.

La verdad sin caridad es un cuchillo afilado. La verdad es lo que soy, no lo que parezco. Lo que hay en mi corazón sólo Dios lo sabe. El hombre inventa. Pretende saberlo todo y juzga. Se queda en los extremos.

Me aferro a la verdad en la que creo. No quiero que en mí impere la mentira. Es fácil caer en ella. Recuerdo una canción antigua que cantaba siendo niño:

“Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras. Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas. Me encontré con un ciruelo, cargadito de manzanas. Empecé a tirarle piedras y caían avellanas”.

Mentiras de niño, absurdas. Pero mentiras que luego se hacen mentiras de adulto. Si me acostumbro a mentir siendo niño, me acabaré haciendo mentiroso siendo hombre. Y me creeré mis propias mentiras. No distinguiré la verdad de la mentira. Y la emoción que despierta lo que creo será lo que me haga optar por uno u otro camino.

No quiero vivir en los extremos. Enfrentado con los otros. Con los que no piensan como yo. Miro en el corazón de Jesús. Para verme en mi verdad mirando dentro de Él. Allí descanso y soy yo mismo.

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