Las primeras imágenes de “The Dry” (en España titulada “Años de sequía”) nos muestran un páramo australiano desolado por la falta de lluvias. Un coche avanza entre el polvo y la tierra agrietada. Conduce el protagonista, un policía llamado Aaron Falk (Eric Bana) que regresa a la localidad de su infancia para el entierro de un amigo y su familia.
En la radio escuchamos la voz de una locutora comentando que no hay previsiones de chubascos y la situación agravará los incendios forestales. Incluso en la misa de funeral, el sacerdote comenta la sequía tan devastadora que están afrontando.
Como sucedía en “La isla mínima”, la espléndida película de Alberto Rodríguez, aquí el paisaje actúa como condicionante de sus habitantes: el calor, los problemas para los ganaderos y los agricultores, los fuegos a pocos kilómetros de casa y la escasez de agua agravan las tensiones.
El entorno de “The Dry” está de plena actualidad en relación al verano que estamos viviendo. Apenas unos días antes de verla en Movistar, viajé por el territorio de Las Batuecas. No vi incendios, pero el contraste entre lo que mostraban las guías y los reportajes sobre las piscinas naturales y los ríos y lo que encontré fue brutal: lechos secos, estanques vacíos, tierra abierta por la sequía.
Esto mismo ocurre en la película dirigida por Robert Connolly: a menudo nos enseñan los recuerdos de juventud del protagonista, llenos de baños en los arroyos y en los lagos, y en contraposición la realidad a la que ha vuelto, con todo reseco y árido y en proceso de muerte.
El fuego que arrasa los bosques se distingue de lejos, en un horizonte que arde y nos recuerda a los telediarios actuales, con las llamas devorando bosques, cosechas y animales.
¿Asesinatos o suicidios?
Aaron Falk vuelve al entierro de su antiguo amigo Luke. Los informes oficiales indican que Luke ha asesinado a su familia y luego se ha suicidado. Pero los padres del muchacho muerto se empeñan en que Luke no haría eso, no tenía madera de asesino ni ganas de morir.
El padre pide a Falk que investigue. El policía acepta y pronto empieza a encontrar detalles que no cuajan con un suicidio, piezas que se salen del puzzle que han ofrecido los medios de comunicación. Sus investigaciones entran en el terreno de lo personal. ¿Era Luke un suicida y un asesino o, por el contrario, fue sólo la víctima de algún homicida que maquilló la escena? El pueblo, sin embargo, ya ha juzgado: todos creen la versión oficial.
El policía, además, debe afrontar un trauma del pasado que los habitantes del pueblo siguen echándole en cara: cuando era mozo, estaba enamorado de Ellie, una chica que murió ahogada en el río. Aaron fue el principal sospechoso de su asesinato y tuvo que abandonar la localidad porque le hacían la vida imposible. La versión oficial fue suicidio. Falk cree que ella probablemente fuera asesinada y nunca se encontró al culpable. ¿Y si fue Luke? A pesar de eso, le reconcome la culpa. Porque tal vez pudo hacer algo para ayudar a la chica. La culpa vuelve y la conciencia le atosiga.
Eric Bana: actor, católico y estrella
La película alterna ambas secuencias de tiempo: por un lado, las pesquisas de Falk junto al poli local, interrogando a gente y comprobando cámaras y coartadas; por el otro, los recuerdos del pasado, cuando se divertía junto a sus amigos Luke, Ellie y Gretchen, y su mente trata de descifrar qué pudo pasarle en realidad a aquella chica de la que estaba enamorado.
Ninguno de los tiempos es favorable para Falk: en el pasado había juventud y lluvias, pero no consiguió a la chica y luego fue sospechoso; en el presente, la sequía se lo come todo, las piezas no encajan y algunas personas siguen creyendo que él fue el asesino. ¿Cómo conseguir limpiar los nombres de los tres? ¿Cómo demostrar la inocencia? ¿En realidad fueron inocentes?
Connolly dirige la película con buen pulso, de cine negro, sin que en ningún momento decaiga el ritmo y la tensión vaya in crescendo (sin recurrir a tiroteos ni persecuciones), ayudado por la interpretación sólida de Eric Bana, quien demuestra sólo con miradas y una contención digna de los actores clásicos sus temores y sus traumas del pasado.
Para hallar las verdades, tendrá que desenredar la telaraña de mentiras con las que muchos de sus habitantes han crecido y averiguar el por qué de los secretos. Bana confesó en la prensa hace unos años: “Soy católico y creo en el mal”, y esas fuerzas del bien y del mal, que logran el equilibrio al que el actor aludía entonces, también circulan por “Años de sequía”, en medio de la locura y la agresividad que fomentan un paraje reseco y un horizonte en llamas.