¡Cuánto me cuesta dialogar! Cuesta estar abierto a escuchar. No es fácil conversar, intercambiar opiniones sin querer imponer mi pensamiento.
Me cuesta dialogar con tranquilidad, sin alterarme, sin ponerme nervioso. Tiendo a discutir elevando la voz cuando no estoy de acuerdo con lo que me dicen.
No me siento siempre capaz de enfrentar y solucionar los conflictos. Quiero hacerlo por la vía rápida y no siempre funciona.
El otro tal vez necesita más tiempo para calmarse, para escuchar con bondad, para darse con humildad.
No se trata solo de ofrecer soluciones
Dialogar implica no querer dar soluciones. No siempre es la solución lo que se busca.
A menudo es una oportunidad el diálogo para el desahogo. Me calmo hablando. Saco la rabia, el miedo, el enojo al decir lo que me está pasando.
Verbalizo el problema. Lo pongo sobre la mesa y no espero soluciones. Tal vez sólo que me escuchen con misericordia. O que se pongan en mi piel y me apoyen, incluso aunque no tenga la razón.
El diálogo busca en ocasiones llegar a una decisión. Pero en otras ocasiones sólo comparto lo que siento, cómo veo las cosas, sin más pretensiones.
No quiero que pienses como yo o veas las cosas a mi manera. Pero sí necesito sentirme comprendido, acogido, escuchado.
Conversaciones de calidad
Dialogar es fundamental para que el amor crezca. Cuando no hay diálogo el amor se enfría.
Quiero ser capaz de dialogar desde el corazón. Desde lo que siento, desde la forma como veo las cosas.
No quiero alterarme. Miro con humildad al otro aunque no esté de acuerdo con lo que dice. Eso no importa tanto a veces.
Prefiero no tener razón en muchas discusiones si con ello gano un amigo y vence el amor. Decía el papa Francisco hablando de la calidad de las conversaciones:
Encuentros reales
Quisiera tener encuentros reales en mi vida. Encuentros profundos y verdaderos donde me doy con todo mi ser, acepto a mi hermano y lo escucho con humildad, sin prisas, sin juzgarlo, sin caer en la crítica.
Muchas conversaciones se centran en sucesos externos a nosotros, en personas ausentes, en realidades que no nos tocan el corazón.
Cuesta hablar de lo importante, de lo que me está costando, de lo que estoy sintiendo. Esa forma de vivir las relaciones hace que sean más profundos los vínculos.
El buen diálogo
Donde hay buen diálogo las cosas funcionan bien. Quiero aprender a dialogar de todos los temas. De los importantes, de los que me cuestan.
Quiero aprender a escuchar a mi hermano sin poner distancia, sin caer en el juicio. No quiero solucionar sus problemas, sólo quiero escuchar con paciencia y alegría.
En el diálogo no quiero imponer mis criterios y opiniones. La verdad es importante. Pero también lo es el corazón del otro.
A veces hablo desde mis heridas y mi vehemencia me traiciona. No me dejo complementar. Busco que el otro respete lo que digo.
En ocasiones no hablo de ciertos temas con la persona a la que amo, me da miedo. No quiero herirla, o no quiero que me hiera. Son temas tabúes en la relación que van haciendo que el amor se seque.
Aprender a dialogar de corazón a corazón es un arte. Quiero escuchar y contar lo que me pasa, lo que siento, lo que anhelo, lo que espero, lo que me decepciona, lo que me duele.
Pero me cuesta decirte lo que estoy sintiendo. No quiero mostrar mi debilidad y me callo. Prefiero guardarme el resentimiento.
Puede ser que el miedo a tu reacción impida que me abra. No quiero sufrir más, no quiero que me hagas daño.
El miedo a exponerme y mostrarme débil, necesitado. Entonces me callo, guardo lo que me está pasando y no lo cuento.
Un esfuerzo para la unidad
Dialogar es un camino para unir corazones. No hay comunión sin diálogo. No hay verdadera unidad sin escucha y apertura.
Abrir el alma en el diálogo exige esfuerzo. No quiero arrepentirme de lo que digo, de lo que expreso y por eso me refugio en mi silencio.
O creo que si no respondo o no te llevo la contraria la relación va a ir mejor. Pero no es así, por dentro aumenta el resentimiento y comienzan las críticas.
No me atrevo a decirte la verdad, mi verdad, lo que siento y veo desde fuera. No me atrevo a exponerte cómo se encuentra mi corazón.
Y por miedo me escondo y refugio detrás de mis muros. Entonces no hay diálogo.
Cuando no hay diálogo
La mayoría de las discrepancias surgen desde los malentendidos. Creo que has querido decirme algo que no has dicho. Interpreto tus silencios y tus palabras.
Me hago una imagen de lo que estás pensando, pero como no he hablado contigo sólo me lo imagino. Y entonces vienen las desavenencias y las distancias. El frío que congela el amor y la amistad.
Ya no hablo, no te digo, no te cuento. Se lo digo a otros, hablo sobre ti frente a otras personas. Pero sin amor. Lo hago con dureza.
Y la vida se me escapa sin darme cuenta. No aprovecho las oportunidades que Dios me da para encontrarme contigo de corazón a corazón. No escucho y no cuento. No te abrazo y te dejo ir.
Necesito aprender a escuchar, a hablar con mesura, a abrir el alma y dialogar dando paz.