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Vamos a responder directamente a la pregunta implícita en el título sobre la función de la escuela: educar a ciudadanos ejemplares, cultos y de conocimientos amplios. Parece poco por la brevedad de la proposición, pero creemos que detrás hay unas cuantas ideas que es importante desarrollar.
En cualquier caso, el papel de la escuela (también de la universidad) es educar a cada niño, adolescente y joven para sostener y desarrollar lo mejor de la civilización –sus grandes lecciones- que hemos recibido en herencia en aras a promover sociedades más libres, pero a la vez también más cohesivas, compasivas y responsables.
La sabiduría del pasado importa y ha de estar presente en la escuela para impregnar la sabiduría del presente. Y todo ello desde una escuela pensada no solo para preparar a los mejores profesionales sino también para que sean ciudadanos ejemplares que contagian su coherencia ética allí donde se encuentran.
Pero estamos sumidos en una desorientación autorreferencial y en una apatía que nos inclina a vivir el presente sin reparar en nuestros errores, en nuestras pequeñas injusticias diarias a menudo en forma de chapuzas o decisiones llenas de ignorancia.
Quizá estamos buscando la absoluta autodeterminación omnipotente por encima de todo y todos. Y a la vez estamos más solos que nunca. Andamos en una sociedad impulsiva y masificada, donde, también desde la escuela actual, han sido anestesiados los placeres espirituales de pensar la historia, contemplar la belleza, meditar, disfrutar del silencio, leer y reflexionar sobre el futuro “a hombros de los gigantes” que nos precedieron (frase atribuida a Bernardo de Chartres –s.XII-).
¿Ciegos guiando a otros ciegos?
¿Nos hemos convertido en la escuela, y en la sociedad, en ciegos guiando a otros ciegos? ¿Dónde están lo modelos nobles, los héroes capaces de conducirnos desde la ejemplaridad hacia el florecimiento humano (eudaimonía)?
Pero parece que solo nos importa dominar, el poder, la imagen, el beneficio a toda costa, la picaresca de ganar a cualquier precio. “¡Qué más da!”, nos decimos muchas veces: “Todos lo hacen”.
Es verdad que quien tiene más poder económico, político y cultural presenta una mayor visibilidad; y que las consecuencias de sus actos tienen más repercusiones y desmoralizan más. ¿Pero seríamos nosotros mejores, los adultos de a pie, si alcanzáramos mucho más poder político, mediático, económico?
Un ejemplo es la rabia y el odio que respiramos el común de los mortales en Twitter; la frivolidad y el vacío existencial de las Redes Sociales; los excesos de una adolescencia y una juventud incultas y a veces violentas que perpetran acosos y desmanes de todo tipo en la escuela y en la calle.
Una escuela más segura de sí misma y de su misión
La escuela debe fijarse en esta realidad y constatar que la desconfianza es generalizada, la sospecha es la norma, el cinismo en el juicio sobre muchos temas es demoledor.
Hagámonos una pregunta poco común: ¿por qué casi nadie, ante estos años de crisis (codicia, desapego, corrupción, ignorancia, etc.) en nuestras sociedades, ha pensado en la escuela como un agente social de cambio de hondo calado? ¿Qué ha pasado? ¿Qué se les enseña en la escuela? ¿Se puede formar a los estudiantes actuales para que afronten el presente, y sobre todo el futuro, de otro modo?
Sin embargo, la escuela también parece estar cansada, desorientada y politizada; y no está cumpliendo con su fin primordial: educar a buenos futuros profesionales y a mejores ciudadanos más sabios y templados. Pero la escuela también es sociedad y refleja la confusión reinante. Una educación líquida, en palabras de Zigmunt Bauman, donde cualquier ocurrencia es posible.
Y hoy muchas escuelas improvisan, olvidan contenidos vitales que nos ilustran en la geografía, en la historia, en la literatura para situarnos más reflexivamente en el mundo.
¿Educamos... o entretenemos?
Pero, “los niños están imposibles”: entonces se llega a la solución más fácil: hay que entretenerlos. Y entonces en la escuela juguetean, ensayan innovaciones discutibles y reparten pantallas para que cada niño y adolescente se eduque a sí mismo, si es que eso es posible. ¿De este modo responde la escuela a los dilemas morales que atenazan a nuestra sociedad? ¿Así responde la escuela ante su trascendente misión social y cultural?
Insistimos: las leyes educativas, los currículums, los modelos (o contramodelos) sociales empapan la escuela también; pues forman parte de este entramado de desorientación, déficit ético, descreimiento y desconfianza que nos invade. Por consiguiente, la escuela sigue huyendo de su finalidad primordial y se pierde en discusiones bizantinas.
Consecuentemente, para empezar por algún lado, la escuela, cuya misión es educar en sentido fuerte, debe ser más autoexigente que nunca y apostar llena de convicciones, sin miedos, ni indecisiones, por formar a ciudadanos ejemplares, cultos y expertos en sus áreas.
Y cultos significa, entre otras cosas, leídos, con criterio propio, capaces de pensar el presente sin olvidar el pasado para proyectar el futuro. Solo un ejemplo: una escuela que enseña a leer con profundidad, a escribir y a argumentar, a menudo oralmente, es ahora mismo una revolución.
¿Qué le pedimos a la escuela y a las familias?
Eso es lo que queremos de la escuela: profesores auténticamente sabios, directivos audaces en coordinar escuelas avanzadas; tutores muy preparados y justos que despliegan una pedagogía de la excelencia que conduce a los estudiantes a la mejor versión de sí mismos. ¿En qué planos? En el de las Humanidades y en el ámbito de las disciplinas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics -Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas-).
Y es probable que estos profesores –de mucha autoridad y prestigio- también nos den lecciones a nosotros, a las familias, de honradez, nobleza y meticulosidad si están conectados con las corrientes pedagógicas más sensatas; que hoy hablan de fortalezas de carácter y de virtudes en sentido aristotélico-tomista en la línea de Alasdair MacIntyre. Profesores, asesores, conferenciantes expertos en diversas disciplinas que visitan la escuela, literatos y lectores avezados, que nos dan buenos consejos; buenas lecturas que nos ilustran con su visión del mundo, a toda la familia (no solo a los estudiantes).
Hay escuelas que han regresado a los clásicos (ciencia, arte, literatura) y están pensando pedagógicamente con mucha profundidad. En definitiva, profesores y especialistas que también son maestros de padres –desde la escuela muy a menudo- y que en los cursos de orientación familiar nos invitan al mejor ocio (el otium cum dignitatem, del que hablaba Cicerón). Expertos que nos acompañan en las mejores lecturas, cine, viajes, teatro y también culinariamente y deportivamente.
Además, algunas de estas escuelas avanzadas cuentan con una oferta de actividades co-curriculares para después de la escuela; donde se da continuidad a este clima que permite crecer y educarse en muchos entornos más allá del centro educativo.
El acuerdo entre escuelas y familias para crear un nuevo clima comunitario
¿Es seguro que no nos podemos poner de acuerdo para construir nuevas comunidades educativas llenas de responsabilidad que tienen como centro a las escuelas y a las familias organizadas? Con la avanzadísima ciencia actual y con tanto adelanto técnico, con las nuevas comunicaciones digitales; tiene que ser posible para los hombres libres del siglo XXI construir mejores escuelas y comunidades.
En los Estados Unidos se ha ensayado con éxito un modelo que se denomina School, Family, and Community Partnerships. Y su vértice es la escuela y la familia, y otros actores que educan como las bibliotecas (escolares o públicas); el deporte federado, los museos, el voluntariado, etc. Estamos hablando de una nueva escuela que forma también a los padres; y los invita a sumarse, desde el hogar, a esta campaña de saber, de cultura, de rectitud de un centro educativo inscrito en la comunidad.
Creemos que es así: la escuela debe ser un templo del saber y un microcosmos diferente de la sociedad actual; para nutrir a esta misma sociedad, de la que todos formamos parte. Un lugar en el que cabe la esperanza y la fe en el futuro. Un espacio privilegiado para proponer otro estilo de pensar, de estudiar, de trabajar lejos del fatalismo de nuestros tiempos. Una escuela, eso sí, que apuesta por la verdad del hombre que es vivir humanamente en sociedades cohesivas, llenas de servicio y cuidado. Como proponía Aristóteles: una sociedad de amigos.