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Karla de la Cuesta fue una de las victimas de engaño y esclavitud del clan Trevi Andrade en México. En los años noventa causó impacto mundial el saber que Sergio Andrade, un productor musical muy famoso, con engaños esclavizó y secuestró a menores de edad con fines sexuales con la mentira de hacerlas famosas.
Karla de la Cuesta fue una de sus víctimas, pero el tiempo y los años han pasado y hoy Karla, con la ayuda de Dios, ha sanado parte de los hechos traumáticos de aquellos años. Hoy está involucrada totalmente en la lucha contra la trata y la esclavitud sexual de mujeres y niños.
En exclusiva para Aleteia, abrió su corazón para compartirnos un poco de su historia y cómo Dios le ha dado una segunda oportunidad luchando y rescatando a seres humanos que con engaños son atraídos a redes de tráfico con fines sexuales. Conoce la historia de Karla de la Cuesta que hoy ha dejado de ser una víctima para convertirse en una heroína que rescata a mujeres y niños de las garras de las redes de la esclavitud y tráfico sexual.
-¿Cuáles son los talentos que Dios te ha dado?
En un punto en mi vida no sabía cuáles eran mis talentos y mis dones, pero ya sabes cómo es Dios, que tiene unos planes muy específicos hechos a mano. Yo le preguntaba: “¿Cuáles son mis talentos?” Porque, parece broma, pero a veces no sabemos cuáles son. Hoy sé que Dios me puso talentos que no imaginaba que tenía: soy una representante, una voz de la esclavitud. Aunque no lo creamos, hoy hay más esclavos que en ninguna época de la historia, hoy la esclavitud se presenta de diferentes formas.
-¿Qué fue lo que te motivó a estar dentro del movimiento en contra de la trata y la esclavitud?
En el año 2012 conocí una organización que se llama Comisión Unidos contra la Trata, que preside mi amiga Rosy Orozco, y empecé a escuchar testimonios de jovencitas que habían vivido cosas muy delicadas. Me di cuenta de que gran parte de su historia se parecía a la mía, aunque habíamos vivido diferentes formas de explotación. Yo viví manipulación, sometimiento y privación de libertad.
A la par que conocí a la organización, también inicié una relación más profunda con Dios, porque todo lo que viví me había llevado a renegar de Él. Y, justamente en ese año, todo cambió en mi corazón: conocí cuál era el propósito de mi vida, Dios usó eso malo que llegó a mi vida, para convertirlo en algo que pudiera servir al mundo. Por eso mi fundación se llama “Alas abiertas”, porque todo eso que un día me robó los sueños, hoy me los vuelve a dar a través del servicio.
-¿Qué fue lo que te robó esas alas, esos sueños?
Como sucede en la trata de personas, caí en un engaño, en una trampa que me ofrecía la oportunidad de prepararme como artista. Era una trampa que se llevaba a cabo de manera sistemática en esta organización y, desgraciadamente, lo que terminó ocurriendo es que viví distintas formas de explotación que me lastimaron porque, obviamente, la explotación siempre va acompañada de una violencia extrema. Por fortuna, tuve la bendición de Dios de haber podido regresar a casa con mis padres, gracias a la intervención de la policía internacional.
Esto realmente fue una bendición, porque hay estadísticas terribles: solamente el 2% de las víctimas de estos delitos sobrevive. Entonces, yo toda mi vida pensé que mi historia, que siempre me pesó, no podía pasar en vano. Fue un camino muy largo de superar y entendí que Dios tiene sus planes, porque realmente era alucinante ver que no había salida. Estos últimos años he dejado de sentir el miedo que tenía cuando comencé como activista; hoy me siento una mujer entera y capacitada emocionalmente para llevar esta bandera.
-¿Cuál es tu situación sentimental actualmente?
Estoy casada. Acabo de celebrar ocho años de matrimonio y ya 10 años con mi esposo. Fue una de las cosas maravillosas que Dios hizo en mi vida, porque en mi cabeza no existía la idea del matrimonio. Afortunadamente Dios me dio un nuevo corazón y me casé, porque quería estar muy de la mano de sus enseñanzas.
Todo lo que viví, lo viví muy chica y, cuando regresé a mi casa, ya traía a mi hija y no tuve oportunidad de estudiar. Lo que hice fue tratar de salir adelante y sacar adelante a mi hija. En diciembre del 2019 terminé mi carrera de leyes, con la intención de estar más preparada en mi labor como activista.
-¿Quién te engañó y cuánto tiempo estuviste en cautiverio?
Fueron varios años, cuatro o cinco años. Desgraciadamente de la mano de la trata de personas y de la explotación va todo tiempo de violencia, por eso la labor que nosotros hacemos es tan grande. En el momento en que caes en una trampa, es difícil que sobrevivas. Las personas que cometen los delitos parecen confiables y, generalmente, tienen sus estrategias bien armadas para que el engaño se pueda llevar a cabo y así fue como en mi caso ocurrió. Hoy la trata de personas es el segundo negocio más rentable del mundo y esto quiere decir que esta solamente después del narcotráfico; eso significa que se vende prácticamente el mismo número de seres humanos que de drogas. En México, al menos el 50 por ciento de los habitantes son vulnerables de caer en la trata de personas, porque cuando eres jovencito no alcanzas a ver la maldad en la gente. Por eso, parte de nuestra labor es servir, ayudar y acompañar a decenas de familias que tienen a sus hijos, padres o madres desaparecidos, porque la trata de personas tiene diferentes tipos de explotación.
-¿A ti quien te enganchó? ¿Cómo te enganchó?
Me ofrecieron una oportunidad en una academia artística que realmente no existía. Las personas fueron detenidas en medio de un juicio de impunidad y no solo eso, sino que desgraciadamente no existía la ley que hoy tenemos contra la trata de personas, aunque sí había delitos perfectamente tipificados a los que se les podía dar continuidad y no se hizo. Hoy, este mismo caso tendría un resultado completamente diferente, sobre todo en relación a las víctimas. Por muchos años fue muy doloroso saber que yo no tuve verdad ni justicia, pero me llena mucho saber que hoy otras personas sí lo tendrán. Hoy respaldamos los testimonios de los sobrevivientes para que salgan adelante.
-¿Cuántos años tenías cuando te ocurrió y cuáles son las características de los agresores?
Tenía 14 años. Es muy complicado, porque el perfil de un agresor no siempre es el de un hombre, ojo, las mujeres también son muy buenas victimarias; una mujer también puede ponerte la trampa. El problema de la trata de personas es que todos actúan igual, aunque no convivan en el mismo espacio, parece que a todos los insertaron un mismo chip; tienen los mismos modos de operar.
Ellos, en mi caso y en todos, analizan por dónde llegar a ti y una de las formas más comunes es enamorar a la chica. Buscan edades vulnerables en las que las jovencitas se enamoran fácilmente, por eso hay tantas niñas desaparecidas. Él aparece como un chico común, pero realmente es un tratante y eso no hace culpable a la chica. El tratante pone trampas y puede ser cualquiera.
-¿Al momento de tu cautiverio qué te hizo tener esperanza?
En ese momento perdí toda mi fe en Dios. Pensaba: “Si Dios existe, realmente me odia”, porque nada de lo que estaba viviendo tenía sentido. Lo que viví me desconectó de Dios. No tenía ninguna esperanza, solamente sobreviví pensando en mis papás, en lo duro que sería para ellos si yo no regresaba.
-¿Cómo llegas a “Alas Abiertas”?
“Alas Abiertas” es la fundación que creé hace algunos años y lo hice porque me di cuenta de que era lo que Dios quería. Con el tiempo he ido entendiendo por qué Dios quería que yo hablara, porque, así como yo, la mayoría de los sobrevivientes de estos delitos no quieren hablar del tema, pues les resulta muy doloroso, tienen miedo de sus agresores. Sentí en mi corazón que eran alas abiertas, que de estar toda mi vida en un hoyo profundo, al fin podía retomar el vuelo y decir: “Aquí estoy, restaurando mis alas”.
-¿Cómo sana Dios?
Ha sido un proceso muy largo. Dios va trabajando para restaurar las distintas áreas. Hoy puedo decir que estoy restaurada, pero con la claridad de que siempre voy a estar trabajando para no dejar de sanar.
-¿Has perdonado a tus agresores?
Yo me he concentrado en sanar. Solo Dios sabe lo que va hacer y lo que tiene que hacer. Dios sabe que lo único que realmente me encantaría es que haya frutos dignos de arrepentimiento por parte de los agresores. Cuando no hay arrepentimiento genuino, todos pagamos.