Un día 3 de mayo de 1822, con tan sólo 21 años, Paulina Jaricot revolucionó la misión de la Iglesia. Conseguiría implicar a todos los católicos con su oración donativos en la evangelización. Sería el germen de lo que hoy conocemos como Obras Misionales Pontificias –Infancia Misionera y San Pedro Apóstol-. 100 años después, el Papa Pío XI las asumiría como suyas.
Todos comenzó con las obreras de la fábrica de su padre. Allí formaba grupos de 10 que rezaban por la misión y ofrecían sus donativos. Cambia la dimensión de lo que es ser evangelizador. Ya no es sólo tarea de los misioneros, sino de todos los bautizados.
El 3 de mayo de 1922, el Papa Pío XI asumió a estas tres Obras Misionales como suyas: Obras Misionales, Infancia Misionera para sostener el trabajo misionero con niños (cuyo fundador fue monseñor Charles de Forbin-Janson), y San Pedro Apóstol para sostener las Vocaciones Nativas (cuya fundadora fue Juana Bigard), y les dio el carácter de Pontificias, en el motu proprio Romanorum Pontificum.
“Las Obras, que hasta entonces habían contado con la aprobación, el aplauso y el impulso de la Santa Sede, se convertían oficialmente en una institución propia de esta, en el cauce y medio propuesto a todas las comunidades de creyentes para participar en la empresa misionera. Posteriormente, ya en 1956, se unió a ellas la Pontificia Unión Misional, fundada por el beato Paolo Manna, para la formación y la espiritualidad misionera”, explica OMP.
Desde entonces son 1.117 territorios de misión los que se sustentan especialmente a través de jornadas misioneras tan importantes como las del Domund, Infancia Misionera y Vocaciones Nativas.