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Se ha estrenado en Estados Unidos “Man of God” (es decir, “Hombre de Dios”), una película espiritual y biográfica de la directora Yelena Popovic en torno a la vida de San Nectario de Egina, obispo ortodoxo metropolitano de Pentápolis, a quien interpreta el actor Aris Servetalis.
Proyectado el año pasado en Grecia con gran éxito, Popovic cree que su filme servirá de inspiración para las personas. En su reparto encontramos a Mickey Rourke en un papel secundario: el de un hombre paralítico que estuvo en la cama junto a la de Nectario en el hospital en el que éste murió; se cuenta que, al fallecer el predicador, al otro enfermo le colocaron el manto encima y sanó de su parálisis.
Fotogramas de la película "Man of God"
Durante las entrevistas para la promoción de la película Rourke ha hablado de conceptos como la fe, los milagros y cómo su catolicismo evitó que se suicidara, años atrás. Pero su conversión no es nueva.
Ya en torno a 2008 y 2009 hizo algunas declaraciones sobre su creencia en que Dios le había dado una segunda oportunidad. Recordemos que, por aquel entonces, regresaba con honores al cine gracias a sus papeles en Sin City y, sobre todo, El luchador, por la que obtuvo numerosos premios importantes y estuvo nominado al Oscar.
En aquellas entrevistas el actor afirmaba que su psiquiatra y un sacerdote fueron sus mejores amigos en los momentos más difíciles. Rourke mantiene que, cuando te caes, hay gente que te empuja más en vez de ayudarte: se trata de alguien que se ha caído infinidad de veces y siempre ha conseguido levantarse y reinventarse.
De un pasado turbio a la búsqueda de la fe
En los encuentros actuales con los medios le han preguntado sobre su condición católica. Él ya había interpretado a San Francisco de Asís en Francesco, el filme de Liliana Cavani rodado en 1989 (y que sólo unos pocos vimos en su estreno), y aún siente afinidad por las películas sobre las vidas de los santos. Cree en los milagros, algo quizá inusual para una estrella.
Para él es un milagro, así lo atestigua en una entrevista, no haberse pasado 30 años en prisión dados sus antiguos excesos con las drogas, el alcohol y la violencia. Cuando estaba al borde del suicidio, años atrás, acudió a Lourdes en un par de ocasiones y sus plegarias obtuvieron respuesta. De ahí que rece el rosario tres veces al día, algo que quizá a muchas personas les parecerá impensable. “Quizá es por eso por lo que sigo aquí”, concluye.
Mickey Rourke considera que sólo hay un Dios y un Paraíso. Su fe es inquebrantable, y hoy su aspecto es como un mapa que refleja las particularidades de su vida: crucifijos, tatuajes, cicatrices y las huellas faciales de un montón de roturas y de operaciones de cirugía estética. Un sacerdote, el Padre Peter, le dijo una vez que no podía ir a la Iglesia o hablar con Dios sólo cuando el edificio estuviese ardiendo. Tienes que tener una relación con Dios antes de que el edificio esté en llamas, le dijo.
Las múltiples vidas de Mickey Rourke
Pocas personas cambian tanto y tantas veces a lo largo de su existencia. Es como si Mickey Rourke hubiese vivido varias vidas, y todas muy distintas (aunque el vínculo permanente de todas ellas siempre es el cine). Varias caras, varias identidades.
Primero fue la gran promesa de su generación, el tipo guapo que enamoraba a las mujeres y que aparecía en los papeles de rebelde en Diner, Fuego en el cuerpo, La ley de la calle y Sed de poder. Después, el actor extraordinario capaz de combinar grandes películas artísticas (Manhattan Sur, El corazón del ángel, El borracho) con el cine más comercial (9 semanas y media, Johnny el guapo, Arenas blancas).
A continuación, y ya en los 90, su década más trágica, se convirtió en un boxeador fallido, acusado de tongos y de maltratos, y entró en esa espiral de tóxicos, peleas y participación en largometrajes malos o fallidos.
Finalmente, la temporada en que encontró la fe y pudo apartarse de la idea del suicidio, de las drogas y del alcohol y Hollywood lo recuperó en algunos papeles memorables. Sus esfuerzos para levantarse y renacer tras cada error y cada tropiezo constituyen un ejemplo para quienes no van a rendirse al menor acecho del fracaso.