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¿Sabes ver el amor de Dios por ti y mantener la alegría?

Jesús siempre me ha cuidado y quiere que esté alegre

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 10/03/22
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Aunque me sienta el peor pecador sobre la tierra Dios viene a abrazarme en este tiempo, a decirme que le importo y que perdona todo

Miro mi historia sabiendo que Dios me ha conducido siempre con un amor de Padre. Es una historia sagrada por la que es necesario dar gracias.

El pueblo de Israel mira su pasado y da gracias. Agradece por la vida, por el don que recibe y se conmueve.

Así quiero mirar yo mi vida en cuaresma. No soy un terrible pecador. No soy un gran santo. Estoy en el camino y tal vez la mediocridad marca mis pasos.

La pereza me impide dar más. El egoísmo me retiene en mi pobreza. Mis miedos no me dejan ser audaz.

Mi autorreferencia me lleva a querer ser yo el centro y no dejar que Dios lo sea en mi vida.

Porque cuando lo pongo a Él en el centro todo cambia y dejo de pensar que los demás tienen que girar continuamente en torno a mí.

Primero: ver su perdón

El perdón marca este tiempo, la misericordia de Dios. Me lo recuerdan las palabras del papa Francisco:

Aunque me sienta el peor pecador sobre la tierra Dios viene a abrazarme en este tiempo, a decirme que le importo y que perdona todo lo que he hecho antes.

La misericordia sana

Yo no perdono con tanta facilidad. Pero Dios sí que lo hace. Me mira conmovido, con dolor al tocar mi pena y me sana las heridas.

Limpia mi corazón. Abraza mi alma enferma y me dice que su perdón es mucho más grande que todos mis pecados.

Necesito ser más misericordioso conmigo mismo. Quiero perdonarme por las veces en las que no fui capaz de hacer el bien, de vencer mi tentación de hacer el mal. Esos momentos en los que me vi débil.

La tentación del demonio siempre aparece ante mis ojos y quiere llevarme por el mal camino. No he resistido porque es atractivo lo que me sugiere con su voz sibilina.

Jesús me mira y me perdona. El perdón de Dios es lo primero que veo al comenzar mis pasos por esta cuaresma.

¡Cuánto amor he vivido!

Busco la soledad en mi alma para encontrarme con el Dios de mi historia. Por eso la cuaresma comienza en el desierto.

En el silencio de un paisaje inmenso me siento solo y a la vez cuidado por Jesús. Mientras siento la dureza del calor noto el frescor de su abrazo. En el frío que me congela siento el calor de su mirada.

Y en ese desierto marcado por la soledad miro mi vida con gratitud agradecido por todo el amor que he vivido.

Es mucho lo recibido. En ocasiones me quedo atrapado en los dolores, en las pérdidas emocionales, en las rupturas, los quiebres, los pecados y las caídas.

Y entonces me quedo atenazado por el dolor que no me deja mirar la vida con alegría. Y siento que no tengo tanto que agradecer.

Como si el mundo y el mismo Dios estuvieran en deuda conmigo, me deben tanto. No es así.

Dar las gracias

Quiero aprender a agradecer. La gratitud es un don de Dios que ensancha el alma. Me hace ver que la última palabra sobre el sentido de mi vida la tiene Él.

Conoce muy bien lo que hay en mí, me mira por dentro, no le engaño con mis palabras y apariencias.

Ve mi corazón y sabe lo que hay en mí. Ve lo que está limpio y lo que está sucio. Conoce mis luces y mis sombras y me quiere.

Entonces lo miro agradecido porque me salva de mis tristezas. Es por eso por lo que la cuaresma es un tiempo alegre para mirar mi corazón agradecido.

Jesús me llama a estar alegre

Jesús quiere que esté alegre y aparte con rapidez la tristeza, la amargura, la desidia, la angustia.

La ceniza no me habla de tristezas. Aunque el ayuno me disguste. Y me cueste hacer silencio.

Jesús me recuerda que estoy llamado a vivir con alegría. Puedo dar mucho más. Puedo ser más feliz y pleno. Así me lo recuerda:

Que tenga alegría completa.

¿Qué cosas me quitan la alegría? A menudo veo que el mundo consigue entristecerme con facilidad. Y cada vez que lo consigue dejo de sembrar sonrisas.

Una mirada, unas palabras que me duelen, un acontecimiento que me quita la paz. La falta de alegría existe en muchos corazones.

Es casi una excepción encontrar personas que siempre están alegres y felices. Personas con paz en el alma que viven confiadas y sin miedo a que todo pueda salir mal.

Me gustan esas personas capaces de encender a su alrededor una llama de esperanza. Quiero vivir esa alegría plena a la que Dios me invita en el desierto de mi corazón.

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