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Las personas somos seres para la relación. Cuando nacemos, necesitamos el cuidado y amor de otras personas para poder sobrevivir, para crecer, para poder llegar a ser lo que estamos llamados a ser. Hemos sido creados por amor y para el amor, y todos llevamos dentro el deseo de querer y ser queridos.
Tal vez no lo decimos con esas palabras, que suenan cursis, pero ese anhelo está ahí. Lo sabemos, sobre todo, ante la carencia: cuando nos falta el amor. Si tenemos la suerte de ser amados, podemos considerar que es “lo normal”; si no lo somos, nos hacemos dolorosamente conscientes de esa necesidad de que nos quieran.
Pero en este mundo que nos rodea, cada vez con más frecuencia nos encontramos con personas que tienen miedo de arriesgarse a amar. Hay circunstancias que se dan en este momento concreto que dificultan el amor. Me gustaría fijarme en algunas que me llaman la atención porque veo el daño que hacen a personas que aprecio.
El individualismo
Nos llegan constantemente mensajes que nos incitan a no depender de nadie, a labrarnos nuestro propio futuro, a no confiar en los demás. Es más, a desconfiar de que otros vayan a ayudarnos. Lo vemos en la competitividad instalada no sólo en los estudios y trabajos, también en el deporte y el ocio. Y eso se traspasa a las relaciones personales.
La insistencia en que “Si quieres, puedes”
O “Tú solo te puedes comer el mundo”. Mensajes que son falsos, puesto que no siempre puedes lo que quieres. Y que no sólo fomentan ese individualismo, además provocan frustración en las personas que, intentando con todas sus fuerzas lograr lo que desean, no lo consiguen. Este individualismo nos hace daño, puesto que somos seres para la relación, y las relaciones se construyen, pero -evidentemente- no en soledad.
La libertad entendida como valor absoluto
Unida a los dos puntos anteriores, va la consideración de la libertad como valor absoluto, entendida como no tener vínculos, para poder hacer en cada momento lo que queramos. Es un concepto equivocado, ya que libertad bien entendida es adherirse a un bien, no seguir en cada momento un impulso.
No querer "cerrarse" a otras opciones
Otra dificultad frecuente, relacionada con la anterior, es que uno no se decida a iniciar una relación con una persona para no cerrarse a otras opciones. Estamos acostumbrados a tener todo lo que queremos y a tenerlo a la vez. Por ejemplo, si te proponen ir a un concierto o a un partido, en realidad no tienes que elegir porque puedes ir al partido y ver el concierto en el móvil (y viceversa).
Pero, de esta manera, ni vives del todo el partido, ni el concierto; no estás “del todo”, ni disfrutas “del todo” ninguna de las dos cosas. Y estamos trasladando esta forma de vivir a las relaciones personales: estoy contigo, pero a la vez estoy con otros; no sólo porque mientras hablo contigo estoy pendiente del móvil, sino porque pienso que si inicio una relación contigo tal vez me quede sin la oportunidad de conocer a otra persona “mejor”. Y así tengo una relación a medias contigo, que no va a más porque eso me parece renunciar a otras oportunidades.
En realidad, así estamos despersonalizando las relaciones y cosificando a las personas, tratándolas como objetos. Como si hubiera un catálogo de personas disponibles y pudiera elegir cada día una distinta, e ir probándolas a ver cuánto me satisface cada una. Esto, desde luego, no es amor. Y comportarse así nos dificulta entablar relaciones verdaderas y valiosas.
Las heridas que todos tenemos también nos influyen
Dado que todos queremos amar y que nos amen, incluso rodeados de un ambiente de afecto es fácil que tengamos algún dolor causado por no haber sido queridos como deseábamos; o por no haber sido correspondidos por una persona a la que queremos. Estas heridas -grandes o pequeñas- condicionan nuestra forma de amar. Y pueden originar un temor a que nos hagan daño que nos lleve a ir al encuentro con los otros a la defensiva. Si sumamos la experiencia que todos tenemos de parejas con relaciones que no fueron bien, ese miedo a que nos pase lo mismo no ayuda a que nos atrevamos a amar.
Conocer estas circunstancias que nos están condicionando, nos ayuda a superar las dificultades que provocan. Y es que atreverse a amar es de valientes: abrirse a los demás repercute en bien para uno mismo, porque crecemos en el contacto con otras personas. Las heridas se curan, o al menos no duelen tanto, a base de amor. La libertad es auténtica cuando se adhiere al bien y se vive en la verdad; y el amor es bien, verdad y elección de la libertad.
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