La Fundación que dirige Jesús Avezuela, la Pablo VI, afronta estos días 9 y 10 de marzo la celebración de su II Congreso ‘Iglesia y Sociedad Democrática’ que girará en torno a los dilemas y conflictos que nos plantea ‘El mundo que viene’.
Concebido como un encuentro de diálogo, con presencia de personalidades de todos los ámbitos y visiones ideológicas, lo que se ve de forma especial en la mesa dedicada al trabajo, en la que participan el vicepresidente de la CEOE, Lorenzo Amor o el secretario general de UGT, Pepe Álvarez.
También en la mesa política, en la que los principales partidos están representados por figuras que se reconocen cristianos de un modo u otro: Margarita Robles (PSOE), José Luis Martínez-Almeida (PP), Francisco José Contreras (Vox) y María Eugenia Rodríguez-Palop.
En las distintas mesas, que se concentran fundamentalmente en la segunda jornada, participarán filósofos como Diego S. Garrocho, Amelia Valcárcel o Adela Cortina, junto a otros expertos, como la pedagoga Carmen Pellicer, la periodista y escritora Ana Iris Simón, la viróloga Isabel Sola o Manuel Pizarro, presidente de la Academia de Jurisprudencia.
La Iglesia estará explícitamente representada por el cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona; el secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello; el obispo de Bilbao Joseba Segura; el obispo de Getafe Ginés García y la misionera en Camerún Victoria Braquehals, de la Congregación Pureza de María.
El congreso se celebrará en la sede de la Fundación Pablo VI en Madrid: Paseo de Juan XXIII, nº3.
¿Para qué sirve un congreso como éste?
Este congreso tiene su origen en el que se celebró en el año 2018. En aquella ocasión se celebró en el marco del 40 aniversario de la Constitución española, pero ya nació con vocación de permanencia, con intención de que fuera bianual. Su principal objetivo era poner en valor el papel de la Iglesia en la transición y en la construcción de la democracia en nuestro país.
El propósito de esta segunda edición se trata de plantear una mirada más al futuro y a los muchos retos que se plantean en el ámbito de la economía, el trabajo, la educación, la política y la ciencia. La Iglesia, tal y como nos animan a hacer las encíclicas de los Papas, quiere estar atenta a los signos de los tiempos, para dar respuesta a todo ello.
¿Qué espera la Fundación Pablo VI de estos diálogos?
La Iglesia no puede quedarse anclada en estructuras del pasado, tiene que seguir caminando y mirar al futuro y para lograrlo es bueno, a mi juicio, que esté en diálogo, y en consonancia, con los avances del siglo XXI. Eso no significa renunciar a sus valores y principios, ni muchísimo menos. Más bien al contrario, se trata de hacer una actualización de ellos en ese diálogo con la sociedad. Ese es el principal objetivo del Congreso.
Creo que debemos huir del victimismo, de la condena. A veces nos perdemos en estas cosas, evitando hablar con los que piensan diferente, o nos situamos en posiciones defensivas. Frente a eso el congreso plantea que la Iglesia es un actor social como los demás que quiere ponerse en comunicación con el resto.
Pablo VI ya trabajó en esto y la fundación lleva su nombre. Y el resto de los pontífices ha trabajado en esa senda de tender puentes con el mundo contemporáneo.
Ha comentado que la Iglesia es un agente social, y debería serlo, pero ¿está ejerciendo como tal?
Creo que sí está ejerciendo, pero cada agente social tiene un rol distinto, una naturaleza y un ADN diferente. El leit motiv de la Iglesia como agente social es su vocación misionera y la evangelización y hay muchas maneras de llevarlo a cabo. Y una de ellas es a través del diálogo.
Hay un debate vivo en estos dos últimos años acerca de la presencia de la Iglesia en la sociedad y de si está siendo capaz de lanzar al mundo su mensaje. Y uno de los reproches que se realizan es que quizás se habla demasiado de los problemas laicos del mundo y no tanto sobre la fe y sobre Cristo. ¿Se le podría hacer a este congreso ese reproche?
Este es un congreso que está concebido como un instrumento de diálogo entre la Iglesia y la sociedad. Hay otras plataformas, otros foros, la propia eucaristía de cada domingo, donde está Dios. Y Dios también está aquí, sólo que está de otra manera. Está en un diálogo con la sociedad.
Hablamos de economía o de educación, ciertamente, pero se puede hablar desde los valores de la Iglesia. Por eso hemos querido que en todas las mesas esté representada la Iglesia. En unos casos de una manera más expresa y en otros de forma menos expresa.
Vayamos a lo concreto, a partir de los temas de algunas de las mesas del congreso. ¿Cuál cree que son los retos que nos plantea el mundo global?
Son muchos y giran en torno a aspectos como el cambio climático, la globalización, los movimientos migratorios, el nuevo papel mundial de las sociedades occidentales, el poder de la tecnología… Y, desde el punto de vista de la Iglesia, también sobre la pregunta de dónde está Dios en esta nueva época. Por ahí queremos adentrarnos.
Uno de los retos de nuestro presente es la discusión sobre la realidad antropológica del hombre, que no aparece expresamente en el programa actual, aunque quizás sea materia para un futuro congreso.
El tema antropológico estará en la mesa dedicada a jóvenes y futuro. Ver dónde queda el ser humano en esta transformación tecnológica que estamos viviendo, con las redes sociales, la propia identidad de género, dónde estamos como seres humanos, si estamos perdiendo interés por el pensamiento crítico. También aquí puede tratarse el tema del transhumanismo o en la mesa de los grandes retos globales.
¿Dónde nos encontramos en este debate sobre lo que es ser hombre?
En este momento todo gira en torno a un ser humano de derechos y de decisiones voluntaristas, lo que obvia cuestiones antropológicas y naturales. Esto hay que repensarlo.
Yo no puedo ser lo que quiera en cada minuto. Las ideas de responsabilidad y de deber deben entrar de nuevo en el debate. El concepto de autoridad está desapareciendo y las sociedades son cada vez más horizontales y eso desgasta la idea de institución y de formalidad. Ello conduce a la quiebra de otros principios, como el respeto.
Esto conecta con el problema de la educación, que es objeto de otra de las mesas de trabajo. ¿Cuál debe ser su papel?
Tiene un papel fundamental para repensar juntos nuestro futuro; un nuevo contrato social. Tenemos que plantearnos si la digitalización es verdaderamente el reto principal de la educación, si hay que renovar sistemas educativos y métodos de enseñanza.
También querría que se abordara la reformulación del derecho a la educación, incluyendo los problemas de la política lingüística y el derecho de los padres a elegir. Por supuesto habrá que abordar el debate sobre la educación de calidad y sobre si son exitosos los denominados modelos cooperativos, si se han sacrificado métodos más tradicionales como la memoria. También la educación especial, la inclusividad, la investigación y ver si la FP es la verdadera apuesta de futuro.
Y muy ligado al debate anterior está el papel de las humanidades, qué lugar deben ocupar en una sociedad tan tecnologizada como la nuestra. Es un debate antiguo, que lo tuvimos en los años setenta y que ahora vuelve a emerger.
Otro que está emergiendo es el que plantea si no sería conveniente recuperar una educación en virtudes frente a la actual educación demasiado centrada en los valores.
En una reciente presentación de su nuevo libro ‘Tiempos de cuidado’, Victoria Camps planteaba esta cuestión, la defensa de la recuperación de las virtudes en cuanto eje transversal de la conducta del ser humano. Estoy de acuerdo y por eso me parece que el papel de las humanidades en la educación es fundamental.
Otro campo de discusión es el de la economía, en el que la Iglesia ha intentado mantener tradicionalmente un equilibrio entre el liberalismo de mercado y el socialismo.
La política económica de la Iglesia no siempre ha sido la búsqueda de un equilibrio, también se ha trabajado para lograr conquistas sociales para los trabajadores. Esto ya se planteaba en la encíclica ‘Rerum novarum’ de León XIII, de finales del siglo XIX, donde se demandaban mejoras para los trabajadores de los comienzos de la Revolución Industrial que luego se fueron implementando.
Pero, además, otra encíclica como ‘Cáritas in veritate’ pone en juego el papel que pueden desarrollar las empresas en beneficio de la sociedad. Creo que la Iglesia sí que puede aportar para el nuevo modelo de la responsabilidad social de las empresas. Va calando la idea de que la empresa debe jugar un papel en la sociedad más allá de la búsqueda del beneficio, y más allá también del marketing.
El congreso abordará también el problema del futuro de la política en otra de sus mesas redondas.
Hemos querido poner en diálogo a cuatro políticos con sensibilidad creyente y al secretario general de la Conferencia Episcopal. No para hablar de temas de actualidad, sino con más alturas de miras. Habrá que reflexionar sobre cuestiones como el bien común, los consensos, la buena política, los liderazgos… Me interesa mucho saber si la atomización política facilita los consensos o los dinamita, que no lo sé. ¿Por qué la política es hoy un desprestigio? Y en qué medida esto hace que los mejores no lleguen a la política.
Las democracias occidentales están viviendo un mal momento, cada vez más ciudadanos se sienten incómodos y decepcionados.
La situación es complicada, pero no creo que esto nos deba llevar a cuestionar el modelo. Podrá modularse o corregirse, pero ha sido un sistema de éxito que ha permitido una convivencia social como no se había producido en otros momentos de la historia. Que tiene muchos enemigos de mucha índole no lo niego, pero soy un defensor de la democracia. No creo que haya que tirar el edificio abajo. La institución requiere de un respeto, de unas formas que si las perdemos la ‘fatiga de materiales’ del sistema se acusa muchísimo más. Hay que cuidarlo.
Lo que nos interesa es trata el papel de la Iglesia en este contexto y en esto creo que se debe lanzar un mensaje que ayude a la construcción de la fraternidad y a esa defensa de la justicia en la sociedad, que es una de las piedras angulares de las democracias occidentales.