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Descubre a Léon Bloy, el poeta católico del abismo

LEON BLOY
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Manuel Ballester - publicado el 21/02/22
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¿Qué escribiría Bloy, que hizo que Jacques Maritain y su esposa, a punto de suicidarse, se convirtieran a la fe y se bautizaran? Descubre a uno de los grandes autores católicos del siglo XX

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Si el desarraigo es uno de los rasgos esenciales de nuestro tiempo, quizá sea oportuno leer a Léon Bloy (1846-1917). Encontrarse con él es siempre un acontecimiento memorable en la vida de un lector auténtico porque, si bien es cierto que “pocos hombres son capaces de mirar su abismo”, Bloy se sumerge en el suyo y arrastra con él al lector.

Bloy muestra que, a pesar del vértigo, el abismo es la realidad auténtica del ser humano. Convive familiarmente con el abismo, al que llama infinito, misterio y Absoluto. Es, en suma, Peregrino del Absoluto (1914).

El influjo de Bloy ha sido grande. Borges señala que es uno de los siete autores que “forman el censo heterogéneo de los autores que continuamente releo”.

Por citar sólo un ejemplo más, cuando Jorge Bergoglio, convertido en papa Francisco, pronunció su primera homilía (Jueves, 14 de marzo de 2013), se refirió a Bloy en el siguiente sentido: «Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. […] Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de Léon Bloy: “Quien no reza al Señor, reza al diablo”».

Autor de dos novelas (El desesperado, 1887 y La mujer pobre, 1997) así como de una amplia obra ensayística, diarios, relatos, cuentos, artículos y, finalmente, una interesantísima correspondencia (de la que cabe destacar Cartas a mi novia), considera La mujer pobre como su obra cumbre.

Clotilde Maréchal es la mujer pobre, la pobre mujer que se ve envuelta por penosas circunstancias familiares y sociales, conducida hacia los estratos más bajos de la miseria y la degradación.

Con este personaje, Bloy retoma los temas típicos de la novela del XIX. Lleva, por decirlo así, a Clotilde hasta su abismo, hasta la desesperación. Por eso, Clotilde tropieza, cae, sufre. Sufre y se ve perdida. Asume su miseria. Siente que no puede más, que no vale la pena luchar ya que no es más que una «pobre perrita perdida a quien nadie reclamará. Tu destino, ya lo ves, es sufrir»; y así se ve ella: «Mi existencia es un campo triste donde siempre llueve…».

Clotilde toca fondo

Entre los muchos aspectos que merecen destacarse en Bloy, señalemos lo que podríamos denominar la teoría del “contrapeso”. Así, al describir al lamentable padrastro de Clotilde señala que «pertenecía, sin ninguna duda, a esa línea ideal de pillastres que la Providencia instituyó, desde el origen, para equilibrio de los Serafines».

Clotilde toca fondo. Y en ese momento, en esa precisa situación, aparece el contrapeso. En ese momento, el artista que inicia su salvación reconoce en ella a «la poetisa de la Humildad» y así la presenta a Cain Marchenoir, trasunto del propio Bloy, protagonista de El desesperado pero que aquí sólo acompañará a Clotilde breve y amistosamente.

Marchenoir, incapaz de pronunciar una palabra ociosa o zalamera, ante el abismo de miseria en el que yace Clotilde, ve más profundamente y sentencia: «usted es lo más grande que hay en el mundo».

Marchenoir no será, no puede ser, el compañero de Clotilde. Pero ella tendrá compañero y familia. Será acogida, valorada y amada. Y, a su vez, será acogedora y amante. Tendrá vida e irá haciéndose fuerte, aprenderá a afrontar los reveses.

La mujer pobre muestra todo eso. Muestra el sufrimiento. Y su sentido. Muestra el abismo de la miseria y la posibilidad de sobreponerse. Muestra, en suma, cómo (desde el misterio, el infinito, el Abismo) se ve con claridad la variedad de circunstancias de la vida.

Sólo cuando Clotilde ha naturalizado su realidad ante el Absoluto, puede decir que «sólo hay una tristeza, la de no ser santos; Il n’y a qu’une tristesse […] c’est de N’ÊTRE PAS DES SAINTS…».

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