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¿Los milagros más sorprendentes? Los interiores

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fizkes | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 16/01/22

Dios actúa más allá de las sanaciones físicas: la transformación espiritual de las personas hace aumentar la fe

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El milagro de Caná no es extraordinario.No me muestra la curación de una enfermedad incurable. No es la resurrección de un muerto. Es algo más sencillo, algo cotidiano:

“Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: – Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: – Sacad ahora y llevadlo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: – Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”.

Un milagro innecesario habiendo tantas necesidades, tantos enfermos en Israel. Pero en él se muestra la clave de la acción de Dios. Para que haya un milagro hacen falta mi fe y mi entrega.

Solo dar lo mío

Lo primero que Jesús pide es que llenen de agua las tinajas. El agua es lo único que me pide Dios.

No quiere que yo haga milagros en este mundo. No pretende que haga obras extraordinarias con mi poder.

Tan solo quiere que ponga mi agua a su servicio. Como cuando multiplicó el pan y los peces lo hizo a partir de lo que tenían en su poder los discípulos: dos panes y cinco peces.

Jesús siempre me pide que ponga yo algo, aquello que poseo.

Eso que puedo dar es siempre insignificante. No soluciona el problema. No da de comer a todos, no resuelve la necesidad existente.

En este caso el agua no salva a nadie. El agua es lo que todo el mundo tiene. Siempre hay agua que dar. Siempre hay dones que tengo y puedo compartir con el que no tiene.

Son los talentos que Dios me ha dado y puedo ponerlos a disposición de los demás. Mi agua, mis pocos méritos, mis obras pobres e imperfectas, mis palabras son las cosas que Dios necesita de mí.

La entrega a Dios aumenta la fe

Pero tengo que querer darlas. Si no las entrego sé que Jesús no podrá hacer el milagro. Es insignificante lo que aporto pero ese milagro aumenta la fe:

“Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”.

Los que ven el milagro se quedan maravillados. Tal vez porque el vino al final de la fiesta es mucho mejor que el primer vino.

Cuando ya no es necesario sacar el vino bueno llega el mejor. Cuando no es capaz el invitado de distinguir los vinos recibe el de mejor calidad.

Los milagros los hace Dios

Dios puede hacer milagros conmigo y puede dar el mejor vino con mis pobres medios.

Vivo obsesionado con producir yo el mejor vino. Con hacer cosas de calidad, con dejar mi nombre escrito en la historia de la humanidad.

Pretendo hacer yo los milagros. Que vean en mis obras que estoy actuando en su nombre.

Pero pretendo que me vean a mí, que valoren mis logros, que sean conscientes de las maravillas que puedo hacer en los demás. Tan pequeña es mi vida, tan pobre.

Me gustaría que todo fuera diferente. Que el mundo apreciara mis talentos. Me olvido de que es la obra de Dios la que importa.

Son sus manos las que transforman el agua en vino. No son mis manos ni mis palabras. No soy yo el que logra el vino mejor. En mis manos no hay milagros, tan solo tengo agua. Los milagros son de Dios.

Los milagros interiores son los más sorprendentes

Veo a mi alrededor muchos deseos de milagros extraordinarios. Curaciones milagrosas que aumenten la fe.

¿Necesito milagros para creer? No necesariamente milagros físicos, curaciones maravillosas. Sí necesito ver que Dios actúa. Decía el padre José Kentenich:

Esperamos de nuestro Santuario no ante todo y directamente sanaciones físicas, sino que desde él se atraiga a las almas, se obre la transformación espiritual del hombre, se imprima a la vida los rasgos de Cristo”[1].

Kentenich Reader Tomo 1: Encuentro con el Padre Fundador, de Peter Locher, Jonathan Niehaus

Los milagros más sorprendentes son los que suceden en el corazón del hombre.

La forma de vivir el dolor. La manera de llevar la enfermedad. La actitud ante la muerte. Que alguien pueda cambiar su forma de mirar la vida.

Son milagros cotidianos. No hacen mucho ruido. Pero aumentan mi fe. Cuando veo a Dios actuando en los corazones mi fe, como la de los discípulos, se hace más fuerte.

Veo corazones que entregan su agua para que Dios la convierta en vino. Y esa forma de mirar y vivir me conmueve.

Aumenta mi fe en el Dios que hace milagros sencillos para recordarme cada día que no estoy solo.

Yo le expreso hoy a Dios mi necesidad de vino. Me falta algo en el corazón. Dios actúa dándome su paz.

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