Es Navidad en las calles, en las casas, en mi alma. Se acerca ya el día en el que viene Jesús y mi alma anhela su venida.
Le pido a Dios milagros en mi vida, busco lo extraordinario, como si lo necesitara para creer.
Sé que a veces sucede lo inesperado, lo soñado. Lo normal es que no, que sólo ocurra lo habitual, lo normal, lo razonable, lo lógico. Son milagros silenciosos, pequeños.
Yo sigo a lo mío y me levanto cada mañana dispuesto a componer un nuevo día.
Perdonar
Pero no siempre acierto en mis decisiones y mis pasos no siempre son claros, más bien son confusos.
Y me irrito, o me vuelvo inconformista, deseando que la vida sea a mi manera.
Me equivoco si no aprendo a ser feliz con lo que soy, con lo que tengo, con lo que vivo.
El alma quejumbrosa será siempre infeliz. No lo deseo, no lo quiero.
Sé que tengo que perdonar para limpiar el rencor y el resentimiento. Me lo dice el cuerpo cuando se queja enfermo.
Sé que el perdón me hará bien cuando se me regala, sana mi alma intransigente y triste.
Cuando perdono logro que el rencor quede muy lejos y de repente siento por dentro una herida escondida que duele menos.
Pero lo intento y no lo consigo, me vence el resentimiento y no soy feliz. Mis deseos no tienen suficiente fuerza, son sólo buenas intenciones.
Más ternura
También me digo a mí mismo que voy a tener más ternura en mi trato con los que quiero. Lo necesito, me hará bien a mí y también a ellos.
El amor expresado en gestos cálidos ayuda, anima y levanta.
Pero luego me pongo a ello y me muestro hosco, es mi timidez, me tachan de distante. No digo un te quiero, no doy un abrazo.
Me dispongo a romper la distancia que me separa de los que están lejos, de los que no me hablan, de los que no veo.
Pero luego la vida va muy rápido y se me escapa el tiempo solventando urgencias sin llegar a hacer lo que deseo.
Propósitos que quisiera cumplir
Me digo que voy a querer más y mejor a los que van conmigo. Dejando mis hábitos cansinos, mis críticas constantes, mis estados de humor cambiantes.
Y luego, metido en la vida, olvido mis buenas intenciones y peco de lo mismo, la misma forma de hacer las cosas, la misma debilidad manifiesta.
Entre el deseo y su realización hay un buen trecho. Digo querer algo y luego no lo hago.
No consigo hacer lo que me propongo. Me faltan las fuerzas, o ese tiempo que es tan escaso, me faltan horas.
Quiero vivir alegre en medio de las preocupaciones y mi rostro me traiciona, se vuelve gris, con arrugas de ensimismamiento y turbación.
Sueño con una paz que venza mis guerras, y luego me ofusco en luchas eternas que nunca se acaban.
Me dicen que en Navidad hay que vivir de forma diferente y yo me lo propongo, pero estoy muy lejos de conseguirlo.
En Navidad quiero...
¿Cómo se corta la tendencia que siguen mis pasos en carrera hacia la tristeza? ¿Cómo detengo el devenir de las olas antes de que rompan contra la roca?
Parece todo tan fácil sobre el papel, la teoría siempre funciona. Pero la vida es algo más grande, más difícil de controlar, más imprevisible, más compleja.
Quiero que sea Navidad en mi vida, en mi corazón y que la nieve de la presencia de Dios cubra todas mis deficiencias.
Quiero que un Niño Dios al nacer llene de ternura mis amores, cubra de paciencia mis tensiones, libere mis egoísmos para que se imponga la generosidad y logre así Dios que venza su amor en todas mis insatisfacciones.
Acoger el amor
¡Qué fácil sería todo si me dejara hacer por María, para ser Belén, tierra nueva de un Niño Dios que lo cambia todo!
Me gustan las palabras de Juan Pablo II sobre ese amor que sueño:
Tal vez por todo ello decido no tenerle miedo a ese amor que me desestabiliza y me impulsa a ser mejor persona.
Ese amor que viene en forma de encuentros que no esperaba, de sorpresas con las que no contaba.
Me pongo en medio del camino de este adviento que se acaba esperando aún sorpresas.
Abro los brazos soñando abrazos que tal vez no sucedan. Y sé que mis oídos no pueden taponarse con gritos que me impidan oír la única voz que me cambia de verdad por dentro.
Esperando en silencio
No leo basura que me llena de inquietud. Ni veo esas imágenes que me ensucian por dentro. No oigo mis gritos interiores que intentan terminar con la paz que llevo dentro.
En estos días antes de Navidad permanezco callado, esperando a que me hable Dios.
Aguardo quieto a que venga a mi encuentro ese Niño que quiere llenar mis sueños. Espero sin miedo a que me descanse su amor imposible que aguarda a la puerta de mi alma a que le deje entrar.
Sé que su nacimiento altera todas mis previsiones sacándome de mis costumbres tan arraigadas.
El asombro de su venida viene a trastocar mis planes. Creer en Jesús me confunde porque exige un salto de fe tras otro.
No tengo fuerzas para cambiar lo que deseo, pero sé que Dios puede hacerlo posible. Sólo Él puede, haciéndose carne de mi carne y poniéndose a caminar a la altura de mis ojos.