La historia de la familia Madrigal es un agitado recorrido por la diversidad colombiana representada en animales como los tucanes y los chigüiros; el ajiaco, comida típica de los bogotanos; el paisaje multicolor de Caño Cristales; la riqueza rítmica de la cumbia, la salsa y el vallenato; las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez y su novela Cien años de soledad, y, por supuesto, las víctimas de las violencias de muchas décadas.
La sexagésima producción de Walt Disney Productions es una emotiva fantasía musical dirigida por los estadounidenses Byron Howard, Jared Bush y Charise Castro Smith y musicalizada por el neoyorquino Lin-Manuel Miranda. En sus 109 minutos de duración, las voces de reconocidos artistas de Colombia, Estados Unidos y otros países, les dan vida a muchos personajes de ficción, tan típicamente colombianos como el café, al que en este país se le llama “tinto”.
Alma y la vela
La película comienza con un sutil manejo del momento en el que Pedro Madrigal, el padre de la familia, es asesinado en una zona rural, obligando a Alma –la esposa y madre– a huir junto con sus tres hijos menores de edad.
En esta parte, es evidente el drama de la violencia padecida por Colombia durante décadas y el consecuente desplazamiento forzado de miles de personas a otras regiones o a las grandes ciudades. Allí adquiere protagonismo la señora Alma (soplo de vida, según la Biblia), la matrona que se encarga de sacar adelante a su familia sin tener la compañía del esposo.
Es ella la que toma del suelo una enorme vela que siempre debe estar encendida en casa y que todos en la familia Madrigal deben evitar que se extinga. Y luego, en una reunión con hijos, nietos y vecinos, les dijo con claridad: “Hace muchos años esta vela bendijo a nuestra familia con un milagro: nuestra casa”.
Para fray Hevert Lizcano Quintero, de la Orden de los Carmelitas Descalzos, este hecho ya representa un valor del cristianismo en la película. “Esa vela de la casa Madrigal, es Cristo que se consume, la cera es imagen de su naturaleza humana que Él entregó por nosotros, por amor. Y la llama representa su divinidad”, reflexiona.
En entrevista con Aleteia, este sacerdote especializado en Cine en la Universidad Nacional de Colombia, hizo un paralelo con el tiempo de Adviento y afirmó que “la casa [Madrigal] es la corona donde reposa la luz que alimenta a cada miembro con una gracia especial para la comunidad, esa es la grandeza de esa luz que permite que todos sean irradiación de un Dios que vino a servir y no a ser servido”.
Un milagro para la familia
Otro elemento cristiano destacado en Encanto es la recurrente mención a un milagro que comienza con el rescate de la vela prendida y el propósito de Alma de mantenerla viva para que los Madrigal no sufran más desventuras. Ahí es donde aparece Mirabel, la adolescente que no era tenida en cuenta porque no poseía dones mágicos.
Es ella la que le pone fe al significado de la luz al establecer el nexo entre la vela encendida, el milagro de tener una casa y la necesidad de la unidad familiar –otro valor del cristianismo–.
Al analizar el papel de Mirabel como articuladora del milagro de mantener unidos a los Madrigal, el padre Lizcano Quintero recalca lo siguiente:
“Los cristianos sabemos que no podemos ser luz, ni la fuente de la luz, pero sí podemos ser irradiación de ella en un mundo que lucha por apagar a Cristo en medio de la oscuridad que genera el odio”.
Pero hay más ingredientes cristianos a destacar en la película que durante su primer mes de exhibición ha recaudado más de 170 millones de dólares. Uno de ellos es el perdón que se resume en una emotiva escena a la orilla de un río donde la dominante abuela Alma –que no creía en Mirabel– abraza a su nieta, le pide perdón por los errores cometidos, le agradece por mantener viva la vela y salvar a la casa y su familia.
También es notable el trabajo de los vecinos que fueron solidarios con los Madrigal en la adversidad y les ayudaron a reconstruir su casa. Otro aspecto que tiene una connotación católica en Encanto es la referencia a la ‘Noche de las velitas’, una tradición colombiana que todos los 7 de diciembre saluda a la Inmaculada Concepción con el encendido de millones de velas en casas, calles, parques y plazoletas de todos los pueblos del país.
Es evidente el homenaje de Disney a Colombia con el realismo mágico de García Márquez; la palma de cera, árbol nacional; animales exóticos como el tapir y el jaguar; la ruana y el sombrero ‘vueltiao’, elementos del vestuario cotidiano; el tiple y el acordeón, dos de los instrumentos musicales insignias de la nación. De igual manera, quizá sin que los productores se lo hayan propuesto, se destacan otros componentes de una nación mayoritariamente católica: el sacerdote, el templo parroquial y la resiliencia.
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