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Las mujeres no lo han tenido fácil en la cúpula de reinos e imperios. Durante siglos, pocas llegaron a ostentar el poder como propietarias del mismo. Pero no pocas lo ejercieron en la sombra o con fórmulas como la regencia.
En Francia ha habido varias reinas regentes, como Catalina de Médicis, pero en la Edad Media era algo poco habitual. Una reina venida de tierras castellanas y heredera de una de las soberanas más ilustres de los siglos medievales, se convirtió en pieza clave para el reinado de uno de los reyes más importantes de la historia de Francia.
Blanca de Castilla era la quinta hija de Alfonso VIII y su esposa Leonor Plantagenet. Nacida en Palencia en 1188, Blanca tenía ascendencia castellana por vía paterna e inglesa por vía materna.
Por sus venas corría sangre de la importante estirpe de los Plantagenet; era nieta de Leonor de Aquitania, una de las reinas más poderosas e importantes de la Edad Media de quien heredó una personalidad y un temperamento que le serían muy útiles a lo largo de su vida.
Durante su infancia, Blanca recibió una educación exquisita y creció en un ambiente piadoso. Pero sus años de felicidad junto a los suyos terminaron abruptamente cuando tenía apenas doce años de edad.
Era prácticamente una niña pero los asuntos de estado y el equilibrio de poderes en la Europa medieval la requerían en Francia. Su abuela, que por aquel entonces era una anciana de setenta y ocho años, salió de su retiro en la Abadía de Fontevraud para viajar hasta España y elegir a la mejor infanta para el heredero al trono francés.
De las hijas de Alfonso VIII, Berenguela, la mayor, iba a heredar los reinos de su padre, mientras que Sancha había fallecido en la infancia. Por delante de Blanca se encontraba su hermana mayor Urraca, cuyo nombre fue el principal impedimento para no ser elegida por su abuela Leonor.
El nombre de la infanta, bastante común entre la realeza de los distintos reinos españoles, era impronunciable para cualquier persona francófona, así que fue el dulce nombre de Blanca el que la situó como la candidata más adecuada. Su formación y su piedad fueron, por supuesto, elementos que también avalaron la elección de la infanta.
En 1200, Blanca de Castilla abandonaba su hogar y marchaba a Francia donde contraería matrimonio con un joven príncipe de trece años. A pesar de ser una unión por intereses dinásticos y de que los cónyuges no se conocían, la unión entre Blanca y el futuro Luis VIII se convertiría en una de las más sólidas de toda la realeza medieval.
No solo se quisieron como pareja, sino que ambos compartieron las decisiones de estado. En 1223, a la muerte del rey Felipe Augusto, ascendía al trono Luis VIII y su esposa, la reina Blanca.
El matrimonio tuvo varios hijos a los que la reina educó personalmente enseñándoles a todos por igual, príncipes y princesas, disciplinas como el latín, además de transmitirles una intensa piedad.
En 1226, el rey Luis VIII fallecía cuando regresaba de batallar en la cruzada contra los albigenses, dejando al reino de Francia en una situación complicada. Su hijo y heredero, Luis, tenía doce años por lo que era necesario que alguien tomara las riendas del territorio.
La elegida por los consejeros del rey y probablemente por él mismo en su lecho de muerte, fue su amada esposa, Blanca. Convertida en regente, se apresuró para hacer coronar a su hijo en la catedral de Reims. A partir de entonces se iniciaba una regencia en la que Blanca demostraría ser una gran reina.
No solo pacificó el reino, aplacando las revueltas provocadas por aquellos que se negaban a que una mujer dirigiera los designios del reino; terminó igualmente con la cruzada albigense y continuó formando a su hijo para que pronto se convirtiera en un buen rey.
Muchos historiadores coinciden en otorgar a Blanca el mérito de haber hecho de su hijo uno de los reyes más queridos por Francia y de toda la cristiandad. Dispuesta a prepararlo para su cometido, Blanca no solo supervisó su educación sino que mandó elaborar una de las biblias más espléndidas de la Europa medieval.
La Biblia de San Luis
Conocida como la Biblia de San Luis, esta joya de tres volúmenes y más de cinco mil iluminaciones se conserva en la Catedral de Toledo. Considerada como una de las biblias más fastuosas de todos los tiempos, con el oro como base para los colores de las iluminaciones, sirvió para educar en la fe y la piedad al hijo de Blanca.
Madre e hijo formaron una unión sólida en la cúpula del poder donde Blanca asesoraba a su hijo y Luis escuchaba con devoción a su madre. Juntos emprendieron la fundación de distintas abadías, entre las que destacan Maubuisson y Notre-Dame de Lys, lugares a los que la reina se retiraría cuando su hijo asumiera en solitario las riendas del poder.
Uno de los proyectos más importantes de su reinado fue sin duda la construcción de la Saint-Chapelle de París, un imponente relicario de cristal erigido para custodiar el mayor tesoro adquirido por Blanca y su hijo, las reliquias de la Pasión de Cristo, la corona de espinas, un clavo y un trozo de la Vera Cruz. En la actualidad se encuentran en Notre Dame de París.
Blanca de Castilla, regente de Francia, fallecía en noviembre de 1252 sin poder despedirse de su hijo, quien había marchado a las cruzadas. Luis IX lloró sinceramente la muerte de su madre quien hizo de él el soberano en el que se había convertido. Como afirman sus biógrafos, la canonización de San Luis fue la culminación de la educación cristiana que Blanca de Castilla le había dado a su hijo. Otra de sus hijas, Isabel, fue beatificada.