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Sé que te lo han dicho muchas veces, también de niño lo escuchaste, en tus clases de catecismo, pero te lo recuerdo hoy con mucho cariño:
Hay tres disposiciones básicas para recibir a Nuestro Señor:
1Estar en gracia de Dios
Antes de recibir dignamente la Sagrada Comunión debes estar libre de pecado grave, esto es fundamental.
Para ello necesitas tener conciencia de si has cometido pecado mortal, saber cómo ensucia tu alma. Te pone en riesgo pues podrías perder tu eternidad en el cielo y te aleja de Dios.
Puedes vivir en gracia, ayudado por los sacramentos, que te fortalecen espiritualmente y te ayudan a conservar tu amistad con Dios.
Pero, debes tener claro… no puedes comulgar en pecado mortal. Y no es algo nuevo…
Las Sagradas escrituras nos hablan sin rodeos de ello. Por favor lee despacio estas palabras:
¡Confiésate!
Todos somos pecadores. ¿Qué hacer entonces? Te doy un consejo, uno muy sencillo y he visto los grandes beneficios espirituales que ha traído a tantas personas que lo han seguido. Busca un sacerdote y confiésate.
Una buena confesión sacramental restaura tu amistad con Dios y te devuelve la paz.
No tengas miedo de confesarte, el sacerdote no te va a juzgar y debe guardar en secreto todo lo que digas. Y los beneficios que vas a recibir son grandes.
En Aleteia te explicamos por qué debes confesarte con un sacerdote.
Nos faltan dos disposiciones también importantes:
2Guardar el ayuno Eucarístico una hora antes de comulgar
Esto no incluye tomar agua o medicinas.
3Saber a quién recibes
Cada vez que leo esta disposición, me lleno de una gratitud difícil de explicar. Para saber a quién recibimos basta abrir nuestras Biblias:
Ahora mira de nuevo al sacerdote mientras hace la consagración y medita las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo”.
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Amable lector de Aleteia, oremos por nuestra Iglesia, nuestros sacerdotes y por nosotros, para que Dios nos ilumine y santifique. Seamos santos para Jesús.
Nos encanta que nos escriban y nos relaten sus aventuras con Dios. Te paso mi email personal:
cv2decastro@hotmail.com
¡Dios te bendiga!