Hugo Canefri nació en Castellazzo Bormida (Alessandria, Italia) a mediados del siglo XII en el seno de una familia socialmente importante. Su padre era Arnoldo Canefri. Su madre, Valentina di Fieschi, era hija del conde Hugo di Lavagna y hermana de Sinibaldo di Fieschi, que más tarde sería el papa Inocencio IV. El abuelo paterno había hecho donativos a la iglesia de Sant’Andrea di Gamondio.
Fue elegido caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta), aunque en esa época a sus miembros se les llamaba hospitalarios y sanjuanistas. Sin embargo, los datos biográficos apuntan a que nunca fue ordenado sacerdote. Vistió siempre, eso sí, el hábito negro (más tarde sería de otro color) con una cruz blanca de ocho puntas que recuerdan a las ocho bienaventuranzas.
El siglo XII es época de Cruzadas. En la primera Cruzada, Godofredo de Bouillón conquistó Jerusalén a los infieles en el año 1099. Entonces, el hospicio que se levantó junto al Santo Sepulcro para atender a los peregrinos, fue donado por el califa de Egipto, Husyafer, al beato fray Gerardo de Tenque, fundador de la Orden de Malta.
Tras esta primera Cruzada, ese lugar sirvió no solo como hospital de los cruzados heridos en la batalla, sino que también fue el origen de la Orden de Malta, bajo los auspicios del papa Pascual II, a petición de fray Gerardo.
Cuando Hugo se integra en la Orden, esta ya tiene medio siglo de vida y goza de gran prestigio. La formaban seglares y caballeros que habían hecho voto de defensa de la fe y de ayuda a los pobres, en latín tuitio fidei et obsequium pauperum, en los trabajos de enfermería. Los capellanes eran «una tercera clase» y se ocupaban de la atención pastoral.
San Hugo participó en la tercera Cruzada junto a Conrado di Monferrato y al cónsul de Vercelli, Guala Bicchieri. Al regresar de estas campañas, fue nombrado capellán de la Encomienda del hospital de san Giovanni di Pré, en Génova.
Su vida entonces tomó otra ruta: la de la entrega plena al Señor en la oración y en la obra de caridad de atender a los enfermos y marginados de la ciudad, además de prestar cuidado a los peregrinos que iban o regresaban de Tierra Santa. Hugo no volvió a tomar las armas y su vida se hizo muy penitente: por ejemplo, dormía en el sótano, sobre una tabla de madera.
A los que fallecían en el hospital, san Hugo de Génova se encargaba de darles sepultura con sus propias manos.
Llamaba la atención su fe, su amabilidad con todo tipo de personas, su modestia y su piedad.
Se le atribuyen milagros en vida, como el haber logrado de Dios que hubiera agua para las lavanderas del hospital un día de mucho calor en que se había roto el suministro. También le vieron convertir, por su oración, el agua en vino en un banquete, como hizo Jesús en las bodas de Caná. Y salvó de la muerte a la tripulación de un barco que iba a naufragar. Hay testimonios de algunos fenómenos místicos que se producían cuando Hugo estaba en misa o en oración: entre otros, lo vieron el arzobispo de Génova y cuatro canónigos.
San Hugo de Génova tuvo vida religiosa más de medio siglo y falleció el 8 de octubre del año 1233. Fue enterrado en la primitiva iglesia donde residía y sobre ella se erigió la de San Giovanni di Pré donde hoy siguen venerándose sus restos.
Su festividad se celebra el 8 de octubre.
Oh, Dios,
que otorgaste al bienaventurado Hugo de Génova
la gracia de perseverar en la imitación
de Cristo pobre y humilde,
concédenos, por su intercesión,
avanzar fielmente en nuestra vocación,
para llegar a la perfección que nos propusiste en tu Hijo.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Si quieres conocer la vida de otros santos, puedes clicar aquí.