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J.R.R. Tolkien vivió algunos de los períodos más oscuros de la historia de la humanidad. Luchó en la Primera Guerra Mundial, sobrevivió a la pandemia de gripe española, soportó la Gran Depresión y fue testigo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
En medio de todo esto, Tolkien adquirió el hábito de ir a misa todos los días.
Su horario diario típico comenzaba temprano yendo en bicicleta a misa en la iglesia católica St. Aloysius a las 7:30 con sus hijos Michael y Christopher.
Después, regresaban en bicicleta a casa para tomar el desayuno que su esposa Edith les había preparado.
Cuando su hijo Michael estaba teniendo problemas personales, Tolkien lo instó a recurrir a la Eucaristía, y le expresó cómo la Eucaristía mantuvo viva su fe durante los tiempos oscuros:
En una carta separada para Michael, reiteró nuevamente este hecho y compartió cómo la misa diaria era una parte esencial de su fe.
Tolkien se convertiría en uno de los autores más populares de todos los tiempos, y gran parte de su impulso creativo se debió a su relación íntima con Jesucristo, presente bajo la apariencia de pan y vino en la Eucaristía.
En medio de la oscuridad, Tolkien vio la luz del Hijo y esto le dio una esperanza que perduraría.