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Entrevistamos a Don Luigi Usubelli, sacerdote italiano, recién llegado de su primera misión en el Astral, un velero de dos mástiles de la ONG Open Arms.
El Astral surca el mar Mediterráneo en busca de botes de inmigrantes en peligro, con la intención de salvaguardarlos de los posibles naufragios y de avisar a salvamento marítimo para llevarlos a puerto seguro.
Don Luigi es el capellán de la comunidad italiana de Barcelona, lleva el pelo largo y tiene bigote y perilla de espadachín. Desborda simpatía y cordialidad.
– ¿Cómo surgió esta aventura, atípica en un cura, de convertirse en tripulante de una embarcación que intenta proteger a inmigrantes africanos?
Yo también soy inmigrante. Soy italiano y vivo en Barcelona. Es verdad que pertenecer a la Unión Europea lo hace todo más fácil, pero antes de España he estado de misión en Australia y en Cuba, siempre acompañando a la comunidad italiana en esos países.
Por eso mi vida es una experiencia de acogida, en la que soy acogido. De ahí que sea bastante sensible con los migrantes.
– El hecho de que un cura se sume a una expedición de este tipo resulta sorprendente en nuestros días.
La Iglesia siempre se ha caracterizado por estar, por llegar o por quedarse, en lugares donde nadie estaba, llegaba o se quedaba. En este sentido, me pareció que laicos, consagrados y sacerdotes católicos estaban un poco ausentes o eran poco visibles.
Nos faltaba representación. Aunque no soy el primer sacerdote en hacer una experiencia de este tipo. Antes que yo estuvo Don Mattia, también italiano, en el Mediterranea Saving Human, en pleno Mar Jónico.
– ¿Qué tal ha sido la experiencia como grumete en el Astral?
Ha sido corta, aunque humanamente intensa porque das el paso de lo virtual a lo real, de lo que has visto en la televisión a la carne de la propia vida.
Es muy diferente estar ahí. Percibes más el drama de la gente que lo ha arriesgado todo por estar en esa barca precaria para llegar a Europa.
En cuanto a la dificultad más física, pese a ser de Bérgamo, un pueblo de interior del norte de Italia, no me he mareado apenas. Lo más duro fue la vuelta, porque había mucho mar de fondo y me maree. Todos nos mareamos.
– ¿Estaba previsto volver tan pronto?
La intención inicial era estar 20 días. Al final, hemos estado una semana solamente, porque tras llegar al mediterráneo central y rescatar tres embarcaciones de inmigrantes tunecinos que querían llegar a Italia, se estropeó uno de los motores. Y el capitán decidió volver a puerto porque el pronóstico del tiempo era malo y no éramos una tripulación profesional.
Desgraciadamente no puedo enrolarme en la nueva misión que zarpa el 20 de setiembre porque tienen previsto volver a principios de noviembre, y yo tengo bodas y comuniones antes que eso.
– Cuando surgió la posibilidad de formar parte de esta expedición, ¿qué opinaron tus superiores en la Iglesia?
Tras tener un encuentro vía telemática de quince minutos con Óscar Camps, el director de la ONG, gracias a las gestiones de Mn. Peio, Rector de la parroquia de Santa Anna de Barcelona, pregunté a mi superior en las comunidades italianas en el extranjero, al Dicasterio correspondiente, al Cardenal de Barcelona y al Obispo de Bérgamo, y a todos les pareció muy bien.
– ¿Qué tal ha sido la experiencia como representante de la Iglesia en el Mare Mortum?
La Iglesia tiene que estar donde la gente más sufre. Hay que estar con un estilo sobrio. Uno dice: soy cura y estoy aquí como vosotros. De ese modo sencillo se han abierto vías de diálogo con el resto de la tripulación.
Incluso el capitán del barco, un griego ortodoxo me puso en la guardia junto a él, de 9 a 12 de la noche, para poder hablar de ciertas cosas. Con la mera presencia, sin estructura, las inquietudes nacen.
– ¿En ti han nacido inquietudes acerca de la acogida o de la hospitalidad durante el viaje?
He tenido tiempo para pensar. La acogida es algo humano. Somos todos acogidos porque todos nacemos. Nadie nace si no lo acogen. Por eso la humanidad de uno se desarrolla más en la medida en que es acogido y en la medida en que acoge.
Yo creo que la acogida empieza por esa parte de nosotros mismos que no queremos o no nos atrevemos a mirar. La acogida empieza cuando decides librar la batalla para abrazar esa parte de tu humanidad a la que temes.
Por eso digo que lo que hacemos en este barco no es una experiencia humanitaria, sino espiritual: hemos decidido arriesgarnos a que emerja toda nuestra humanidad.
– ¿Y qué pasa si decides no entablar esa batalla espiritual de la que hablas?
Al no dejarte abrazar por completo, escondiendo una parte de ti, dejas que te venza el miedo. Y de ese miedo a ese otro que hay en ti surge el odio hacia el otro que está fuera de ti, hacia el diferente, hacia el que no se parece a ti.
Los migrantes son solo una de las cuestiones exteriores de esa dificultad espiritual para dejarse abrazar por completo.
– ¿Cómo resumirías escuetamente lo que te llevas de estos días en alta mar?
En el evangelio se dice muchas veces: "No tengáis miedo". Es lo primero que dice Jesús al resucitar, curiosamente. Ya no hay que tener miedo. Por eso la periferia no está solo fuera de nosotros, sino también dentro. El miedo genera violencia con los demás.
Salir a rescatar a estas personas que huyen de las distintas crisis que los azotan, es embarcarse en busca de nuestro propio yo. Como apóstoles somos pescadores de hombres, y ese pescar hombres tiene que ver con pescar la propia humanidad tantas veces censurada.