"Deseo vivir y morir por Dios". Así de claro lo tenía Henriette, una joven de católica de color, cuando se enfrentó a la tradición que impulsaba a las mujeres criollas o mestizas a mantener una relación de concubinato con hombres blancos. No solo le parecía algo deleznable y humillante para una mujer, sino que su camino en la vida estaba muy alejado del matrimonio. Sin dudarlo, Henriette asumió el riesgo y rompió con muchos moldes en la América de mediados del siglo XIX.
Su nacimiento se sitúa en el 11 de marzo de 1813. Henriette Díaz DeLille era hija de una mujer de color y un hombre originario de Francia. Su abuela materna, una mujer de origen africano, había sido esclava. Su familia vivía en el barrio francés de Nueva Orleans donde Henriette creció rodeada de sus hermanos y hermanas en una comunidad católica.
Henriette era una niña feliz que pronto descubrió lo bonito que podía ser ayudar a los demás. Pero antes de que pudiera disponer de su propia vida, sus padres, Marie-Josèphe y Jean-Baptiste, tenían asumido que su futuro pasaría por aceptar una tradición conocida como aplacage que consistía en “ofrecer” a mujeres mestizas, negras o criollas americanas a hombres blancos europeos para que mantuvieran una relación de concubinato con ellas, puesto que muchos de estos hombres ya estaban casados. Para ello, su madre se afanó en convertirla en una joven elegante y discreta que debía acudir a bailes en los que encontrar a ese supuesto marido.
Algunos historiadores aseguran que Henriette llegó a tener una relación de aplacage de la que habrían nacido dos hijos, fallecidos prematuramente. Algo que no está del todo corroborado. Lo que sí está claro es que cuando ya había superado los veinte años, se rebeló contra aquella tradición que rechazaba de pleno y se enfrentó a su familia anunciando su decisión de abrazar la vida religiosa. Henriette llevaba tiempo en contacto con algunas comunidades religiosas de la zona, en concreto había estado dando clases en una escuela católica que la hermana Marta Fontier, fundadora de un centro en el que había abierto sus puertas a niñas de color.
En 1834 tomaba una decisión que cambiaría su vida, hacerse monja. Un año después, una enfermedad mental dejaba a su madre inhabilitada y a Henriette se le otorgaba el control de todos sus bienes. Una vez se aseguró de que Marie-Josèphe estuviera bien cuidada, utilizó el resto de dinero para hacer realidad su sueño de crear una congregación de religiosas dedicadas a los más necesitados. En 1936 nacía la congregación de las Hermanas de la Presentación; un año después, la Santa Sede aprobaba la nueva orden que en 1842 asumiría el nombre por el que se las conoce en la actualidad, la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia.
La obra de las primeras mujeres que siguieron a Henriette DeLille, muchas de ellas criollas, fue organizar un centro de ayuda a los ancianos, el primero del que se tiene constancia que se fundara en los Estados Unidos de este tipo. No solo ayudaron a los ancianos, las Hermanas de la Sagrada Familia se volcaron en dar apoyo a los pobres, los enfermos y los niños, sin distinción de raza o sexo y ayudando a libres y esclavos.
La hermana Henriette DeLille fallecía el 16 de noviembre de 1862 en plena Guerra Civil Americana, conflicto que concluiría con la liberación de los esclavos en los Estados Unidos. A su muerte, la congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia era aún una comundad humilde y pequeña de apenas doce religiosas pero todas ellas con una fe y una voluntad inquebrantables que las llevó a seguir ayudando a los débiles siguiendo el mensaje de Jesús. Poco a poco, la herencia de Henrietta DeLille fue dando sus frutos y en la actualidad está presente en muchas ciudades de los Estados Unidos y en Belice.
En 1988 se iniciaba el proceso de beatificación y el Papa Benedicto XVI la nombró venerable en 2010. De llegar a buen puerto el proceso de beatificación, Henriette DeLille se convertiría en la primera mujer afroamericana en ser canonizada.