¿Cómo podemos educar en el esfuerzo en una sociedad que es hedonista, líquida y que obtiene todo en un clic? Requiere ponerle ganas y estar constantemente pendiente de cómo nuestros hijos van desarrollando esta capacidad.
El esfuerzo supone responsabilidad, es decir, ser constante, perseverante y consciente de las consecuencias de nuestros actos. Obliga a luchar contra la pereza, levantarse del ordenador para ayudar en casa, hacer la compra, recoger el cuarto, estudiar…
Educar la voluntad es importante porque ayuda a los niños y jóvenes a desarrollarse más plenamente como personas. De esta forma lograrán la felicidad. Sabemos que los placeres inmediatos pueden proporcionar una satisfacción momentánea, pero no la felicidad auténtica.
Los expertos nos explican las ventajas de educar a nuestros hijos en la cultura del esfuerzo:
Existen estudios que revelan que el esfuerzo y la autodisciplina promueven la creatividad y el desarrollo del talento. La famosa regla de las 10.000 horas de Ericcson afirma que, si deseas lograr la excelencia en una materia, es necesario dedicarle ese número de horas.
Esto supone 10 horas por semana a lo largo de 20 años, 20 horas por semana a lo largo de 10 años, o 40 horas por semana a lo largo de 5 años.
En definitiva, mucho esfuerzo y mucho tiempo.
Se trata de que el niño o adolescente practique el esfuerzo de forma habitual para que pueda lograr sus metas y madurar como persona. ¿Cómo nos sentimos cuando conseguimos las cosas por nuestra tenacidad y el “echarle” ganas? La premisa para educar en el esfuerzo es reforzar el “ser” más que el “tener”.
1.- Es un proceso largo y supone un entrenamiento constante. Será necesario que lo reforcemos con un premio afectivo, un beso, un reconocimiento con palabras, un abrazo o una sonrisa.
Los niños de 0 a 5 años absorben todo lo que ven y se les explica. Es recomendable que distingan entre el bien y el mal y desarrollen pequeñas tareas de acuerdo a su edad: obedecer, recoger los juguetes, aprender a vestirse o ayudar en alguna pequeña tarea de la casa. Este es el primer paso del entrenamiento.
Incluso cuando son muy pequeños debemos intentar que se esfuercen, no estar permanentemente dándoselo todo, por ejemplo, hacer que gateen para coger un sonajero, en el caso de los bebés. Así, de forma inconsciente, obtienen la tendencia de intentar ser autónomos.
2.-Enseñar con el ejemplo. Ser coherentes con nuestro estilo de vida y enseñar a que disfruten de los detalles pequeños y de lo cotidiano.
3.- Mostrarles humildad. Aunque cuando son pequeños nos ven como super héroes debemos hacerles entender que todo supone un esfuerzo. Es bueno ponerle ejemplos de cómo aprendemos de nuestros errores.
4.- Manifestar elogios y críticas positivas no por los resultados si no por el esfuerzo que le han puesto a algo. Explicar porqué se produjo un error durante su proceso para que entiendan en qué han fallado y expresarlo de forma positiva: “Esta redacción la has hecho muy bien, pero fíjate, aquí falta una coma. Seguro que la próxima vez también lo harás fenomenal.”
Se trata de evaluarlos por lo que hacen, no por lo que son. Así evitamos ponerles etiquetas y que asuman un rol permanente. Si decimos “qué torpe eres” el niño asumirá que es torpe.
Por el contrario, si le decimos “no hace falta que lo hagas deprisa, es mejor que te tomes tu tiempo para hacerlo bien” se dará cuenta de que es cuestión de actitud y constancia, no de cómo es él.
Mostremos cada día nuestro amor infinito, nuestra paciencia, felicitándoles por lo que consiguen, valorando su esfuerzo cuando fracasen y dándoles tiempo para que aprendan.
Este seguimiento les permitirá aprender a analizar lo que hacen y desarrollar un perfeccionamiento de forma continua.
5.- Explicar que lo que más deseamos es que ellos sean felices, que nos preocupamos por ellos y por eso nos esforzamos y somos responsables como educadores. Enseñemos cómo pueden gestionar sus emociones de acuerdo a cada edad.
6.- Las normas de la familia no pueden ser cambiantes. No podemos decir “no” un día y al siguiente decir “sí”. Para ello tendremos que valorar qué responsabilidades son acordes a cada edad.
7.- Refuerzo exterior. Si podemos, es bueno que desarrollen algún tipo de actividad en asociaciones juveniles que compartan nuestros valores y refuercen nuestra labor.
8.- A medida que van creciendo, deben adquirir más responsabilidades. Hay que explicárselas y enseñarles cómo deben hacerlas. No se trata solo de hacer los deberes del cole, sino de tener responsabilidades en la familia como cuidar de los hermanos más pequeños, poner y quitar la mesa, ayudar a los padres en lo que necesiten, etc.
9.- Enseñarles a disfrutar de la satisfacción de conseguir lo que persiguen gracias a la constancia. Contagiarles nuestro optimismo ante la vida.
10.- No evitemos su fracaso. Padecemos cuando ven que a pesar del esfuerzo no consiguen su objetivo. No caigamos en la trampa de intervenir para protegerles. Deben aprender a afrontar la derrota y tolerar la frustración.
Mejor enseñemos que tendrán que hacer frente a las adversidades de la vida, igual que nos ha pasado a nosotros. Aprenderán a tener templanza, a perseverar y luchar contra los obstáculos. La dificultad fortalece y cada triunfo aumenta y expande el alma.
Por cierto ¡nunca le hagas los deberes! Son muchos padres los que creen que así ayudan a sus hijos porque acaban antes, pero no es así. Podemos explicarles lo que no entiendan, ponerles ejemplos, pero no hacérselos.
Si el pequeño no tiene ninguna necesidad especial, no nos pongamos a su lado para ver cómo hace los deberes. Cuando acaben podremos supervisarlos y explicarles lo que no hayan entendido.
Es mejor que adquieran poco a poco su autonomía.
11.- Instruir en valores como el respeto, el agradecimiento y la honradez.
12.- Deben aprender a elegir amigos que les enriquezcan y sean verdaderos compañeros de viaje que les ayuden a ser mejores personas.