En Cuba, mucho antes del estallido reciente, los párrocos habían protagonizado una seguidilla de púlpitos en rebelión contra el castrismo. Sus mensajes encontraron terreno fértil y no han parado desde entonces. El pueblo cubano se siente acompañado por sus pastores espirituales.
Algo hace pensar que el régimen cubano ha llegado a la conclusión de que dejarlos hablar resulta un peligro menor que intentar callarlos. No lo harán y, en ese proceso, pueden amalgamar a la gente -ya suficientemente indignada- en torno a su mensaje pastoral.
Constantemente aparecen sacerdotes que denuncian las insoportables penurias del pueblo, sin mencionar a los religiosos (as) quienes, a través de un comunicado emitido el 3 agosto pasado piden frontalmente que se libere a los detenidos por el régimen de Miguel Díaz-Canel a causa de las manifestaciones del 11 de julio en las que se pedían libertades.
Han recordado el texto constitucional: el "sobreseimiento libre de las actuaciones, en los casos de las personas que ejercieron su derecho constitucional de manifestarse pacíficamente (artículo 56 de la Constitución)". La vigente, hay que recordarlo.
En Nicaragua, la puja entre el poder civil y la Iglesia no puede estar más al rojo vivo. Las fiestas del santo patrono se han convertido en una coyuntura donde el régimen pretende llevar a cabo una procesión sin el clero.
Es la respuesta al anuncio del Cardenal Brenes de suspender unas fiestas tan masivas en vista de la grave situación provocada por la pandemia del Covid 19.
En otras palabras, quieren al santo y la limosna, aunque saben bien que cuando el régimen de Ortega va, la Iglesia nicaragüense vuelve.
En Venezuela, el último episodio que mete al gobierno de Maduro en camisa de 11 varas es la insolente respuesta de la vicepresidenta a una carta del Secretario de Estado vaticano, enviada al máximo organismo empresarial con ocasión de una invitación que recibiera para participar en su Asamblea Anual a la cual, como era de esperarse, no pudo asistir.
En esa misiva, el cardenal Parolin, gran conocedor de Venezuela donde pasó varios años como nuncio apostólico, aboga por un diálogo sincero y por el protagonismo de la sociedad civil en la superación de la crisis actual. Y lo dijo en estos términos: "Dejar que el bien común prevalezca sobre intereses particulares y el apoyo responsable de la sociedad civil y de la comunidad internacional".
Ello bastó y sobró para que llovieran improperios que un airado Maduro lanzó sobre el prelado, los que aderezó con los más furiosos insultos.
Por su parte, su vicepresidenta coreó, pidiendo "a los curas que quieran hacer política" que se quiten la sotana, luego de que el obispo auxiliar de Caracas, Ricardo Barreto, leyera esa carta del secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, que pedía impulsar el diálogo en el país. Exactamente lo mismo que la Iglesia propone en todas partes donde prospera un conflicto.
En vista de estas reiteradas e irreverentes embestidas, consultamos a un destacado sacerdote jesuita, Luis Ugalde, de origen vasco pero con toda su vida en Venezuela, quien ejerció por 20 años el rectorado de la Universidad Católica Andrés Bello, impartiendo las cátedras de Historia del Pensamiento Político y Sociología Política en la Escuela de Ciencias Sociales.
Es constantemente reclamado en foros nacionales e internacionales y muy respetado por sus puntuales escritos de corte político en la prensa. Hace pocas semanas estuvo con el Papa Francisco. Conversó con Aleteia sobre el recelo del poder hacia los sacerdotes.
– ¿Cómo es eso de que los curas no deben meterse en política?
El problema es el sesgo. Cuando Mons Arias Blanco pronunció una homilía que empujó la caída del dictador Pérez Jiménez (1958), era una maravilla. Pero si haces lo mismo con ellos, la reacción es distinta. Es cinismo puro.
– En América Latina es frecuente ver gobiernos autoritarios mandando a callar a los curas…
Ahora y antes también. La diferencia es: si la derecha está en el gobierno, molestamos y somos comunistas; y si es la izquierda la que manda, entonces los curas obedecen al "imperio" y son reaccionarios.
– ¿Estorba Dios o la sotana?
Estorba el mensaje. Si estás en el gobierno tienes que desautorizar a cualquiera que te cuestione. Pasa contra todos en la sociedad. Si opinas y al gobierno no le gusta, te descalifican. Si es cura, pues hay que desautorizarlo porque no tenemos derecho de palabra aquí. Eso nadie se lo cree pero lo utilizan. ¡Ojo!, la gente está feliz de que la Iglesia hable en Venezuela.
– No hay quien lo dude y el primero que lo sabe es el régimen. Pero precisemos, ¿deben o no los curas opinar en temas políticos?
La distinción es clara. Hablemos para el hombre de la calle que entiende las cosas claras. “Tuve hambre y me dieron de comer, estuve preso y me visitaste” y usted, por ser cura, si es un sistema que produce hambre se tiene que callar simplemente porque es cura. Eso no es aceptable. Si usted, cura, se calló, usted es cómplice de una inhumanidad que es incompatible con el Evangelio. Punto.
La referencia es el Evangelio. Sobre todo aquello que atenta contra la persona humana, no solamente los curas pueden hablar sino que deben hablar.
Otra cosa distinta es la política partidista. Nosotros solo podemos ser partidarios de que la gente tenga comida, de que se respete su dignidad y de que disfrute de libertad. Si el régimen es dictatorial, eso molesta mucho, es obvio.
– Y si no lo es también pues todo gobierno, en algún momento, cede a la tentación de intentar poner freno a la Iglesia…
Lo que pasa es que el dictador puede frenar y los gobiernos democráticos no tanto.
– Los curas molestan y no es el tipo de molestia que producen los periodistas. Es algo más profundo y hasta más temido…
Claro, porque es la desautorización moral. Si hablas en nombre de Dios –y así hablamos- y dices que Dios desaprueba las injusticias tienes que caer mal. Y todo régimen, aún el más ateo, quiere la bendición de Dios, el Dios que él inventa.
El régimen se legitima en un valor absoluto. Si soy comunista el valor absoluto es la promesa de acabar con la explotación del hombre por el hombre. Ese es mi Dios; lo demás son medios para conseguir eso.
Si un cura dice: “Usted, con lo que está haciendo, atenta contra el plan de Dios, Dios no quiere esto que hace sufrir a la gente”, allí le estás quitando su legitimidad. El problema de estos regímenes es de legitimidad que pierden por su desempeño. El cuestionamiento moral es lo más peligroso para ellos.
– En varios de nuestros países tenemos sociedades casi desmanteladas, con los valores trastocados y los principios morales engavetados. ¿No es allí donde el sacerdote debe permanecer como testigo fiel, como una referencia profética? ¿Es eso hacer política?
Claro que no. Este es un reto, el de acompañar a la gente y hablar por quienes no son escuchados, por quienes pasan necesidad, por los que sufren y son perseguidos.
Afortunadamente en Venezuela, salvo rarísimas excepciones, hay unanimidad en los obispos y el clero en que esto que estamos viviendo es inhumano y ello molesta al gobierno.
– ¿Por qué el despropósito de Maduro ante la carta del cardenal Parolin?
Fíjese: cuando supe de la desproporcionada reacción del gobierno de Maduro ante la carta del cardenal Parolin, me di cuenta de que tomó por sorpresa a la vicepresidenta que asistió por el alto gobierno al evento. Claramente se molestó y lo dijo. Al día siguiente, la reacción de Maduro fue mucho más dura, absolutamente desproporcionada.
Cuando uno lee esa carta es evidente que él no habla del gobierno. Sólo dice que sería bueno que los responsables políticos, tirios y troyanos, dialogaran y se entendieran por el bien del país. Eso es el centro de la carta, es todo lo que dice.
– ¿Por qué la reacción? De un tiempo a esta parte, el régimen suele hacerse de oídos sordos ante lo que dice la Iglesia…
Maduro dice: "El único que puso la nota discordante fue un cura. Cuando todo el mundo está hablando de producir, de unirse por Venezuela, de superar la crisis económica, viene un cura, totalmente desconocido y leyó una carta, supuestamente de Pietro Parolín" – se refería a un obispo auxiliar de Caracas que asistió a la reunión empresarial y le fue pedido leer el mensaje del Secretario de Estado –.
Y aquí está la clave. Hay un pacto, vamos a desarrollar esta asamblea empresarial, asistirá el gobierno para presentar todo a conveniencia y los empresarios no van a hablar de usurpación del poder, ni de los problemas para invertir con esta hiperinflación, ni de nada que ensombrezca la imagen idílica que estaban construyendo entre gobierno y empresariado. Tal cual como si estuvieran haciendo borrón y cuenta nueva y abriendo la puerta al futuro promisor de Venezuela, pero sin pasearse por la crisis. Eso pactaron y Parolin fue el "aguafiestas" que no estaba programado.
– ¿Dónde está el “compendio de odios”, como calificó Maduro a la carta?
En ninguna parte hay “odio”, ni “veneno”, ni “rencillas” ni “casquillo” (*), ni “cinismo”, que fueron las palabras que utilizó; pero tú vuelves a leer la carta y no hay nada de eso. Simplemente le aguó la fiesta.
Por cierto, la carta brilló por su ausencia en los medios y hasta en predios eclesiales, aquí y afuera. Así que el altavoz para esa carta fue el propio Maduro.
Luego, el discurso del presidente entrante de los empresarios rescata todo lo dicho por Parolin, hay que dialogar y entenderse, no menciona al gobierno y ratificó que, en las condiciones en que se encuentra el país, es cuesta arriba invertir. Me pareció un gran discurso, inteligente y que intenta poner ciertas cosas en su sitio.
– Las críticas al Papa son muy duras y constantes hoy en Venezuela. Tanto, que parece un guión producto de un diseño perverso. "El Papa es comunista", repiten. Le pregunto: ¿cómo el Papa manda un mensaje que es un compendio de "odio, de veneno, de rencillas" a un régimen como el de Maduro? Porque Parolin no trabaja solo…
Yo le pregunto lo mismo a la ultraderecha. Que me expliquen eso. Por qué el Papa quien, de acuerdo a sus fantasías, está haciendo lo imposible por salvar a Maduro, manda esta carta que le saca de quicio. Porque, obviamente, Parolin no enviaría un mensaje alejado de los pareceres del Papa.
Hay muchos intereses en el mundo, pesados y muy fuertes, que están detrás de esas campañas contra el Papa. Cuando el Papa habla de contaminación, condena la guerra y el armamentismo, defiende a las comunidades indígenas, denuncia la trata de personas, todo eso afecta a esos poderosos intereses, a sus negocios.
Ellos están detrás. Su meta es erosionar el prestigio del Papa. Lo complicado es que lo consigan.
– Los dictadores ven al diablo bajo las sotanas, al menos dicen que allí está…
Por eso es que no hay que perder tiempo legitimando. “Yo tengo derecho a hablar”, no, hable y punto. Aquí, en Cuba, en Nicaragua, donde sea. La gente está de acuerdo en que debemos hablar y les parece muy mal que nos callemos. Callarse en un pecado ante el abuso y la injusticia. Y así lo entiende la gente. +
Naturalmente, eso molesta al gobierno. Que se molesten y reaccionen es una buena señal. En el documento del Concilio Vaticano II, en la parte dedicada a la Constitución Pastoral de la Iglesia en el mundo actual –Gaudium et Spes– comienza hablando de que "los gozos, esperanzas, tristezas y angustias de nuestro tiempo son los mismos de los discípulos de Cristo". Punto.
Por supuesto, para saber eso nos basta el Evangelio, pero allí está la actualización. "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón", agregan. Esa fue la reflexión de la Iglesia en el mundo actual. Está más que claro. Y cuando uno la aplica, hay consecuencias. Los regímenes aprietan pero es una responsabilidad ineludible para nosotros.
– No hay sorpresas…
Ni podemos escurrir el bulto. No podemos hacer otra cosa. Allí están los curas cubanos, los nicaragüenses. Los cardenales Brenes y Porras y muchos de nuestros obispos, siempre en la mira. Pero no hay manera de eludir nuestra misión ni queremos hacerlo.
Claro, si te van a detener, tienen que inventarse un delito. Detienen al delincuente, no al cura. Tienen que crear una razón para proceder contra alguien. Por ello a los dirigentes políticos de oposición los acusan de todo lo imaginable, de conspiración, de incitar a la violencia, de aliarse con los enemigos del país… y todo lo que ya sabemos de sobra.—
(*) Tanto en Venezuela como en Colombia “dar casquillo” significa crear cizaña, sembrar discordia. Se dice de una persona a la que satisface ver peleando a los demás