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El miércoles, 4 de agosto, declarado por el Consejo de Ministros día de luto nacional con suspensión del trabajo en las administraciones e instituciones públicas, una multitud se reune en el puerto de Beirut para una ceremonia presidida por el patriarca maronita Bechara Raï.
Sin embargo, la población, abrumada por la profunda crisis que atraviesa el país desde octubre de 2019, por la corrupción endémica, las infraestructuras públicas en decadencia y los hospitales al borde del colapso por la pandemia de Covid-19 que avanza, no ve luz al final del túnel.
En los hospitales, muchas enfermeras ya se han marchado a trabajar al extranjero, al igual que los médicos, que se han ido o están pensando en irse. Los profesores de las escuelas católicas, cuyo salario ya no alcanza para alimentar a sus familias, están dimitiendo con la intención de emigrar.
A finales del año pasado, se enviaron más de 380.000 solicitudes de emigración a las embajadas de la Unión Europea, Canadá y Estados Unidos... ¡El futuro del país es muy sombrío!
Más del 50% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, incluso se puede hablar hoy de miseria.
En el Collège de la Sainte Famille Française de Jounieh, a una veintena de kilómetros de Beirut, la Hna. Eva Abou Nassar, encargada de la administración, nos cuenta que ha perdido a una veintena de profesores en junio y julio:
Y como el Líbano tiene que importar casi todo, todo se paga en relación con el dólar.
En el muro de la carretera que bordea el puerto, están inscritos los nombres de los “mártires” que murieron por la explosión, junto con algunas fotos de niños ya descoloridas por el paso del tiempo.
Frente a las ruinas de lo que queda de los silos de grano destruidos por la explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en un hangar portuario sin vigilancia desde 2014 –a causa de la irresponsabilidad de las autoridades, que se echan la culpa unas a otras- se alza una enorme escultura de chatarra retorcida, una forma humana con una paloma metálica en la mano.
“La han montado los manifestantes de la thawra (revolución), que llevan protestando contra el Gobierno desde octubre de 2019. El pueblo está harto de que la clase política se reparta el pastel sin preocuparse de las necesidades de la población...”, dice el abogado Wajih Raad, hermano del padre Samih Raad, que guía a miembros de la fundacion Aid to the Church in Need (ACN) por las calles del barrio de Gemmayzeh. Las calles todavía tienen muchas de las heridas del funesto 4 de agosto de 2020.
Muchos comercios tienen las rejas bajadas, los restaurantes que se alineaban en las concurridas calles están casi todos cerrados y el barrio parece muerto: nada que ver con los años anteriores a la crisis.
“El ambiente es lúgubre, a la gente le gustaría recomenzar, pero ¿cómo?”, se pregunta Wajih, que, no obstante, se muestra optimista contra todo pronóstico, con una esperanza firmemente anclada en su corazón. “¡Nos llevará varios años, pero lo lograremos!”.
Justo al lado, en el barrio de Mar Mikhaël, el imponente edificio de la sede de Electricité du Liban, completamente devastado, muestra sus ventanas abiertas. Cerca, un gran mural ya decrépito con la pregunta: “¿Qué nos depara el futuro?”.
“El papa Francisco nos infunde esperanza para afrontar esta crisis cuando llama a la Iglesia universal a no dejarnos en la estacada. El Papa no abandonará a la Iglesia del Líbano. Estamos recuperando cierta confianza, a pesar de todas las dificultades. ¡Por qué tener miedo al otro cuando tenemos fe en Jesucristo! El fermento es poca cantidad, pero es capaz de cambiar toda la masa”, concluye el P. Raymond Abdo, provincial de la Orden de los Carmelitas Descalzos del Líbano, que nos recibe en el monasterio de Nuestra Señora del Monte Carmelo, en Hazmieh, en los suburbios de Beirut.
La fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) se ha involucrado a fondo en sostener a la población libanesa, golpeada por la crisis desde el otoño de 2019 y por las consecuencias de la explosión del 4 de agosto de 2020 en el puerto de Beirut.
ACN apoyó en 2020 con unos 2.738.000 euros la reconstrucción de edificios religiosos destruidos por la explosión y dedicó 2.250.999 euros a ayuda de emergencia, además de ayudas a la pastoral, transporte, manutención, etc. El importe total fue de casi 5.439.000 euros.