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Para dar respuestas hay que asumir las dudas

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Branislav Nenin | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 28/07/21

Cuando pretendo encasillar o exigir un pensamiento único, lo único que consigo es matar la vida que no me pertenece

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Me pregunto cómo dar respuesta a todos los interrogantes que la vida me plantea. Leía el otro día:

«Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos plantea».

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No es tan fácil responder a todas esas preguntas que permanecen mecidas por el viento. Me gustaría que todo fuera blanco o negro, para no tener nunca dudas.

¿Y si las dudas brotan en el alma a medida que avanzo por el camino de la vida? Miro hacia atrás queriendo entenderlo todo. Y no es posible.

Pienso que estoy donde Dios quiere que esté ahora. Pero ¿y si hubiera tomado justo la opción contraria? ¿No pensaría que estaría también en el lugar que Dios quería para mí?

No es tan sencillo acertar. O más bien no es tan absoluto un camino o el otro.

Imposible no equivocarme ni alterarme nunca

Es verdad que cada decisión lleva consigo nuevas responsabilidades.

De ese modo lo que elijo se convierte en parte de una melodía que voy componiendo con las notas de Dios.

Sé que los pasos en falso me dan experiencia y los aciertos suben mi ánimo.

¿Cómo se puede contener en un vaso de cristal toda el agua del mar? Imposible. Igual que no se pueden detener las olas para calmar el mar.

Y no logro poner un límite al viento para que no sople alterando mi calma. Imposible contener la lluvia en sus nubes para que no me anegue.

Nada puedo hacer para que surja la lluvia de un cielo sin nubes. Nada parece estar en mi mano, no soy Dios.

Empezar a caminar y llorar

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No sé cómo recorrer este camino incierto que se abre ante mis ojos. Sólo puedo dar el primer paso del sendero. Y echar unas cuantas lágrimas en el vaso de cristal que sostengo taciturno.

Anhelo que la espera me permita ver el crecimiento de los brotes y la subida de la marea casi sin darme cuenta.

Medito la vida llena de un tiempo que no me pertenece. Vista desde el futuro mi vida es insignificante. Un poco de agua en el mar, sólo unas gotas. O una corriente de aire fresco.

Siempre buscando

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Mientras tanto no eludo la responsabilidad de buscar respuestas a las preguntas que surgen. No sé si dentro de mí, o dentro de Dios en medio de mis silencios.

Al menos busco respuestas que respondan a la vida. Sin dar seguridades absolutas a los que las buscan queriendo vivir tranquilos.

¿Para qué necesito tanta tranquilidad? Es fácil descalificar a los que no piensan como yo. O tachar de cobardes a los que no dicen lo que piensan.

Es fácil pretender que sólo lo objetivo merezca la pena. Pero no dejo de ser un alma en busca de un sentido. Como dice el poeta Fernando Pessoa:

«Si fuera objeto sería objetivo, como soy sujeto soy subjetivo».

Acompañar las preguntas

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Quizás lo objetivo me deja más tranquilo. Dos más dos son cuatro y no cuatro y medio.

Pero no pretendo erigirme en criterio único y siempre válido. Tan sólo acompañar las preguntas que escucho volando por el aire.

Y ver lo importante en medio de tantas cosas superfluas que me quitan la paz.

La vida merece la pena. Y no decido yo cuándo acaba o cuándo comienza. Y no tengo derecho a muchas cosas que son un don, no las puedo comprar, como tampoco la felicidad se compra.

El amor no se impone

No me pueden imponer la voluntad de otros, aunque esos otros por un momento parezcan más fuertes y poderosos.

El poder es pasajero y el que abusa del mismo, será siempre culpable de haber abusado. El amor es un don, nunca una exigencia.

No merezco ser amado. Sólo puedo amar y esperar la respuesta. Y cuando se convierte en exigencia en imposición, faltando al respeto, deja de ser amor automáticamente.

Las cosas no son lo que parecen, tienen una identidad honda que no siempre logro ver.

Debo aprender a escuchar más de lo que lo hago. Aceptar que no tengo la razón en todo lo que digo. Y asumir que no siempre las respuestas que escucho me dan respuesta.

La vida cambia, así como las personas. Y entonces el futuro que tengo ante mis ojos no es un dolor, es sólo un camino.

Y puedo tomar decisiones que otros no compartan. No soy un molde que se repite por todas partes para mostrar al mundo que somos todos iguales.

Aceptar mi originalidad me lleva a querer a los demás siendo distintos, amando la diferencia.

Cuando pretendo encasillar o exigir un pensamiento único, lo único que consigo es matar la vida que no me pertenece.

Confiar

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Creo en lo que leía el otro día:

«Tener una voluntad recia es maduro. Fijarse metas y objetivos. Metas a largo plazo. Hemos sido creados para ser felices y trasmitir la alegría a otros. Se puede aprender a ser optimistas. El optimista sabe ver un proyecto».

Marian Rojas Estapé, Cómo hacer que te pasen cosas buenas

Me gusta la actitud de los que confían. De los que son abiertos, no rígidos. De los que siembran esperanzas y no pasan el día condenando a los que no son como ellos.

Me gusta la paz dibujada en un abrazo. Y el mar contenido en una mirada, es el único lugar en el que cabe.

Aunque sólo sea en ese breve instante en el que miro y me miran y me detengo frente a las olas dispuesto a hundirme muy hondo.

Aceptar mis propias deficiencias, límites y pecados es la única manera de poder acercarme al que tiene dudas y preguntas.

Navego sin un manual de instrucciones buscando un camino. Miro dentro de mi alma, seguro que es el único camino.

Resulta gris y aburrido pintar el mundo de un solo color. Hay una paleta de colores y si Dios la ha creado no es para que todos sean iguales.

Acepto la verdad escondida en versos. Hay muchas canciones que me hablan del cielo.

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