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Tengo fe pero lo que pido es imposible, ¿qué hago?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 26/07/21
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No puedo lograr que todos tengan una vida plena y feliz, acabar con todo el mal del mundo, pero puedo ofrecerle lo que tengo a Dios

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Lo primero que experimento cada vez que enfrento un nuevo día, es el desborde, la impotencia, la conciencia de mi propia pequeñez.

Es ese momento que se desliza entre la noche y el amanecer en el que siento que nada está bajo control y todo parece perdido.

Un instante sutil en el que me confronto con lo que parece un problema irresoluble, una imposibilidad real.

Una misión que supera mis fuerzas. Un desafío que me saca de mi comodidad.

Necesito ponerme en marcha hacia ningún sitio. Arrojarme en el vacío esperando una mano amiga que me salve. Una sonrisa que sostenga mis lágrimas. Un abrazo que contenga mis miedos.

Pero tengo que pasar por ese momento en el que todo parece imposible.

Sólo entonces comprendo que no puedo seguir aferrándome como un náufrago a la tabla que me sostiene en el mar, sujeto por mis propias fuerzas y méritos.

Desprendido entonces de mi capacidad humana dejo espacio a la fuerza de Dios.

Me he dejado caer, abismado en el océano profundo. He saboreado la amargura de la derrota. He sentido la punzada del miedo.

Y he atisbado una salida que no se ve, gracias a esa fe que nace en lo profundo de mi alma.

Sólo cuando he experimentado la propia debilidad e impotencia comienzo a creer en los milagros.

Nada basta, nada de lo humano alcanza. Si no pongo mi nada, nada sucede. Y sólo si la pongo puede suceder todo.

Pero antes entro en ese instante de pánico lleno de dudas y miedos. ¿Será posible esta vez? ¿No estaré tentando la suerte?

¿No será que Dios me ha abandonado? ¿No será imposible todo lo que he soñado realizar?

Los planes de Dios superan los planes humanos. Me planteo un proyecto a la medida de mis manos, abarcable. Pero cuando supera mis fuerzas lo abandono por miedo al fracaso.

Yo me pongo los límites y delimito las barreras que no puedo atravesar, porque no sé hacerlo, porque no logro enfrentarlo, porque no tengo aptitudes suficientes.

Yo me limito tantas veces y digo que es imposible. Comenta Jacques Philippe:

Mis límites no me dejan ver más allá del horizonte marcado por mi vista. Me falta fe en lo que no veo.

Sólo observo el límite y la carencia. Aplico la lógica y hablo de lo que es razonable y lógico, de lo prudente.

Lo imposible se yergue ante mí con una fuerza inaudita. No puedo avanzar porque yo mismo me he defraudado de la vida.

Se me exige algo que no puedo dar. No puedo multiplicar los panes para que lleguen a muchos.

No puedo lograr que todos tengan una vida plena y feliz. No puedo salvar a todas las personas que Dios pone a mi alrededor.

No puedo acabar con todo el mal del mundo. Ni mitigar el sufrimiento de tantos, ni abolir las leyes que atentan contra el amor.

Tampoco puedo conseguir que no haya más injusticias ni muertes. No puedo, es imposible.

Pero no es imposible tomar esos denarios en mis manos, o esos panes y peces y ofrecérselos a Dios.

Sé que no puedo lograr lo imposible, porque no me corresponde. Pero en ese momento de duda y miedo sólo tengo que llegar ante Dios y decirle al oído:

Aceptar que mi vida descansa en las manos del poder de Dios es lo que me salva.

Por más que hago cálculos humanos, busco medios factibles, hablo de plazos y de empresas posibles, al final sólo Dios me salva.

Por mucho que yo me esfuerce en añadir un día más a mi vida sé que será imposible.

Por más que pretenda que todo sea perfecto, lo que hago, lo que pienso, lo que digo o lo que escribo, no lo logro.

Cuanto antes asuma mi imposibilidad para vivir plenamente, seré más feliz, tendré más paz y mi vida será sin tensión.

No intentaré convencer al mundo de lo que no soy. Ni intentaré mostrar una imagen intachable buscando el reconocimiento.

No esperaré que nunca nadie conozca mi debilidad, incluso mis pecados. Tampoco me tensionaré todos los días pretendiendo ser yo el que haga posible lo imposible.

Me enfrento hoy como los discípulos a una imposibilidad real. No es posible dar de comer a tantos. Alzo la vista al cielo con desesperación y con fe.

No es posible acabar con la pandemia. No es posible salvar a todos los enfermos, a los más queridos. Lo acepto, no está en mis manos.

Se lo entrego a Dios y confío en que su amor me dará paz en mi debilidad.

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