No basta con vivir con alguien para quererlo. No basta con compartir el día y los sueños. Hay que volver a elegir a quien amo. Decirle que sí de nuevo, que es lo primero en mi vida.
Sólo así se puede reinventar uno el presente y soñar con tierras lejanas y maravillosas. Sin miedo, con las raíces bien puestas y las alas lanzadas al viento.
Me gustan las tormentas en la noche, mientras duermo. No alteran mis planes,dejan la tierra llena de agua y traen fecundidad.
Y los vientos cuando estoy protegido, lejos de las olas violentas. Amo su fuerza y su rabia. Llenan de vida mi silencio.
También me gustan los momentos de pausa en medio del trabajo, de la carrera, de la lucha. Pausas en las que miro al cielo y me pregunto por el sentido último de mi esfuerzo.
Y me gusta correr despacio y caminar de prisa, para no perder el tiempo. Subir los montes donde alguien me espera cuando llego arriba.
Amo vivir con una meta, con un destino, con un sentido. Me gustan las palabras profundas que desvelan misterios y las miradas mudas que dicen mucho más de lo que callan.
Me gustan esos abrazos largos que no terminan nunca y el adiós sentido sabiendo que hay un regreso.
Prefiero andar perdido antes que perder mi camino. Y sé que las mañanas rompen siempre la oscuridad de mi noche.
Albergo en el alma un deseo infinito de vivir para siempre, sin importarme dónde.
Pero llevo en la piel pegados esos lugares que un día fueron mi tierra o lo son ahora, no importa el tiempo.
He cortado el tronco seco de mi árbol helado, sabiendo que la vida brota de nuevo, desde las raíces.
No dejo de sorprenderme al ver cómo es la vida. Quizás igual en mí es posible cercenar lo podrido, lo seco, lo que duele. Y comenzar de nuevo venciendo las nostalgias y los resentimientos.
Por eso me alegra el nuevo día, ese que me ilumina y llena de esperanza. Me conmueven las lágrimas al recordar la vida, lo amado, lo vivido.
Construyo desde los cimientos que se han ido asentando dentro de mi alma. Sé que no lo sé todo y eso también me calma.
No me pongo presiones cuando alguien me pregunta. Y dejo más preguntas que respuestas.
No sé bien cómo vestirme por dentro cada día. Y deseo pintar el cielo con un azul muy claro e intenso.
Me alegran las palabras alegres y positivas. Las personas que sonríen. Aquellos que más perdonan.
Me gustan los resilientes, que de la lucha hacen una virtud. Y me emociona la presencia silenciosa del que cuida a un enfermo. Me parece un don esa capacidad de abrazar al que está malherido.
Tengo nostalgia de tiempos pasados. Y anhelo también tiempos que no llegan. Y sé que el presente es el mayor don que Dios me regala cada día. Lo acojo con una sonrisa. Y no me tiembla el pulso al besar lo que llega.
Soy ciudadano del cielo, peregrino de esta tierra y me gusta el ancho mar, sin orillas, mar adentro.
Me alegra ver el cielo abierto, sin nubes, todo claro. Y siento en lo más hondo que soy hombre, soy pobre, soy niño. Me gusta lo que decía Tim Guenard:
Esa actitud me parece esencial. Me gusta esa forma de enfrentar la vida con sus desafíos más grandes.
No me olvido de mis elecciones. Decido reelegir lo que he amado. Y me pongo en camino dejando atrás lo que no me gusta y me pesa demasiado.
Acojo con misericordia el dolor ajeno. Lo comparto, lo hago mío. No dudo de la verdad de todo lo que vivo, de lo que siento.
Acepto mis miserias. Y soy más misericordioso de lo que fui algún día. El tiempo me ayuda a mirar con más paz mi vida, sin caer en juicios ni críticas innecesarias.
Aprendo de los demás, no pienso que lo sé todo. Me pongo en la fila a esperar mi turno, sin querer imponerme, sin pretender ser especial.
Soy uno más, un hombre en camino esperando su momento. Tengo que ahondar en mi tierra para sembrar mi futuro.
Quito piedras y malezas. Y logro así que mi tierra pueda llegar a ser fecunda.