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Querido lector:
He sentido tu amable compañía desde que empecé a publicar en Aleteia. He leído agradecido todas tus observaciones, reseñas y los e-mails que me envías. Sobre todo, me encanta cuando me dices:
¡Es maravilloso! Ya sabes que me encanta sorprenderlo. Justo hoy un lector me escribió:
Me has enseñado que a pesar de vivir en diferentes países podemos aprender los unos de los otros, que la oración nunca es en vano, y que este es un camino para andar juntos, acompañados, con espíritu de plegaria, anhelando encontrar a Dios.
No sabes cuánto disfruto tus comentarios... Me recuerdan a un Claudio inquieto, lleno de dudas que anhelaba la santidad y deseaba escalar la montaña de Dios, que tropezaba a mitad de camino y caía cuesta abajo.
Me levantaba y volvía a intentarlo sin desanimarme por la dificultad.
Lo que más me cuesta es luchar por mi alma inmortal, hacer grata mi vida a Dios, honrarlo con mis actos y pensamientos.
Hace un tiempo decidí que debía escribirte esta carta. Pero he dejado transcurrir los días. Te pido que me perdones.
Leo tus cartas. Me gustan tus inquietudes, tus preguntas a Dios, tus dudas, pues muchas son iguales a las mías.
A pesar de escribir estos artículos hay muchas cosas que no sé y las voy descubriendo igual que tú. La vida no es fácil lo sé, pero a la vez suele ser extraordinaria.
Me pides un consejo, te doy uno sencillo:
Este fin de semana fui con mi esposa Vida al interior del país. No te olvidé. Estabas en mis pobres oraciones.
Madrugamos para ver el amanecer, caminar en medio de un lugar apacible, rezar y agradecer a Dios el don de la vida. Te pensé mucho.
Aproveché y te hice esta pequeña grabación reflexionando sobre la vida. Espero que te guste.
Dios te bendiga y gracias por escribirme. Te dejo mi e-mail personal: