Un día como hoy, 7 de mayo, pero de 1824 Ludwig Van Beethoven estrenaba su célebre Novena Sinfonía en re menor op. 125, una de las obras más emblemáticas no sólo del compositor sino de toda la historia de la música occidental.
Además, el 9 de este mes la Unión Europea celebra el “Día de Europa” en recuerdo de la denominada Declaración Schuman, en la que el ministro de exteriores francés dio el primer paso hacia la integración de los Estados europeos.
Y, como es sabido, primero en 1972 el Consejo de Europa convirtió el tema de la "Oda a la Alegría", procedente de la Novena Sinfonía de Beethoven, en su himno, y luego, en 1985, fue adoptado por los dirigentes como himno oficial de la Unión Europea en adaptación de Von Karajan.
En ocasión de este doble aniversario compartiremos nueve curiosidades, algunas más conocidas que otras, de la célebre obra del músico alemán.
Aquel día Viena estaba expectante por la que iba a ser la primera aparición pública de Ludwig van Beethoven en doce años. Se trataba del estreno en el Teatro Imperial de su Sinfonía nº 9. Sin embargo, para ese entonces Beethoven ya estaba completamente sordo, debido a lo cual no pudo oír la interpretación de su monumental obra.
No obstante se cuenta que el compositor estaba sentado en la orquesta y se suponía que dirigía la ejecución. De todas maneras Michael Umlauf, el maestro de capilla y quien de hecho llevaba a cabo la dirección, dijo a sus músicos que no prestaran atención a Beethoven cuando marcara los tiempos.
El gran Ludwig siguió el estreno inmerso en la lectura de una copia de la partitura e imaginando en su mente los sonidos. Al finalizar el concierto la gente estalló en aplausos, pero Beethoven no podía escucharlos y continuaba sumergido en los pentagramas. Uno de los solistas lo tocó del brazo para alertarle y entonces Beethoven pudo ver a la multitud aplaudiendo.
Se inclinó y saludó al público por última vez. Después de aquella presentación de la que sería su última sinfonía, Beethoven se retiró de la vida pública. Fallecería tres años después.
Escena libre de la anécdota en la película “Amada Inmortal”:
El éxito del estreno de la Novena Sinfonía fue absoluto, a punto tal que el público ovacionó la obra con repetidas andanadas de aplausos y con sus pañuelos al aire.
Sin embargo, cuando los asistentes estallaron en gritos y aplausos por quinta vez, el comisionado de policía se vio en la obligación de exigir silencio. Y es que tres andanadas de aplausos eran la norma para la familia imperial, de modo que no era prudente que Beethoven obtuviera cinco.
Quizás hoy sea considerada una de las mayores obras de la música “tradicional”, pero en su momento significó una verdadera ruptura con la tradición. Por aquel entonces las sinfonías clásicas eran compuestas con una duración que habitualmente no superaba la media hora (aunque el mismo Beethoven ya había compuesto algunas más largas) y seguían una estructura clásica en sus cuatro movimientos: Allegro, Adagio, Scherzo, Allegro.
La obra de Beethoven fue un caso extraordinario, pues su duración supera la hora de ejecución y además, si bien en apariencia sigue la estructura tradicional con sus cuatro movimientos, éstos son desarrollados de manera completamente original, logrando una nueva experiencia de la música sinfónica. Sus transformaciones rítmicas son constantes y rompen con el sentido del equilibrio y la mesura del clasicismo.
Además, en “la Novena” Beethoven –el último de los clásicos y el primero de los románticos– introdujo por primera vez la percusión en una sinfonía, dotándola así de una particular potencia emocional.
Otra importante innovación es desde luego la inclusión del coro y los solistas en el cuarto movimiento, pero ello merece una mención aparte.
En el último movimiento Beethoven introdujo en su obra a cuatro solistas y un coro, quienes interpretan el texto de “An die Freude” (“[Oda] a la Alegría”) del poeta alemán Johann Christoph Friedrich von Schiller. El poema es de 1785, ligeramente anterior a la Revolución Francesa, y apela a la unión y la fraternidad entre todos los hombres: “¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh diosa celestial, en tu santuario! Tus encantos atan los lazos que la rígida costumbre ha separado y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.”
No fue Beethoven el primero en musicalizar el texto. Ya Franz Schubert en 1815 había puesto música a aquellos versos (D 189), pero la versión de Beethoven se convirtió en la definitiva sin lugar a dudas. De hecho, el compositor agregó algo de texto propio, que es lo que se oye cuando entra el barítono. “¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría! ¡Alegría! Alegría!”. Después, inmediatamente, comienza el texto de Schiller, que también sufrió algunas modificaciones por exigencias de métrica.
(René Pape, Jonas Kaufmann, Waltraud Meier y Anne Schwanewilms bajo la batuta de Daniel Barenboin)
Aunque Viena lo aplaudió con sumo entusiasmo, en otras ciudades donde se presentó después la sinfonía, no tuvo al comienzo tanto éxito. Algunos directores rehusaron montarla porque consideraban que Beethoven la había compuesto ya sordo y que eso se hacía notar en la partitura. Curiosamente, algunos críticos consideraban que el cuarto movimiento –hoy por hoy el más célebre- opacaba el resto de la sinfonía y la tendencia en el siglo XIX fue a obviar la parte coral y sólo tocar los primeros tres movimientos.
A diferencia del siglo XIX, el siglo XX manifestó mucho aprecio por la obra, a punto tal que fue utilizada por ideologías de lo más diversas e incluso antagónicas. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la Novena fue la pieza sinfónica más tocada en ambos bandos. Toscanini, opuesto al fascismo y exiliado en Estados Unidos, la incluía regularmente en su repertorio.
Pero también un músico oficial del régimen de Mussolini como Pietro Mascagni solía dirigirla en multitudinarios conciertos. También lo hizo en el París ocupado un joven Herbert von Karajan, que era entonces miembro del partido nazi. Incluso fue la pieza escogida por la radio alemana para anunciar el suicidio de Hitler en 1945. En los juegos olímpicos de 1956 y 1964, por su parte, sonó como himno común para los equipos de las dos repúblicas alemanas.
Mención especial merece la interpretación en Berlín bajo la batuta de Leonard Bernstein, pocas semanas después de la caída del muro en 1989. El concierto se llevó a cabo con una orquesta formada por músicos de las dos Alemanias y en la oda final la palabra Freude (“alegría”) fue reemplazada por Freiheit (“libertad”). “Beethoven habría dado su bendición”, declaró entonces el director estadounidense.
La melodía del Himno a la Alegría es en principio sumamente simple. Es fácil de cantar y de recordar. Incluso un infante puede interpretar su secuencia de notas sin mayores dificultades al comenzar sus estudios instrumentales dado que prácticamente no sale de las cinco primeras notas de una escala mayor.
En ese sentido, la melodía tiene un rasgo popular y una llamativa sencillez. A la par, el tratamiento que Beethoven hace del leit-motiv es de no poca complejidad, como sucede con la sinfonía en su conjunto. La instrumentación no sólo es monumental, sino que se trata de una partitura muy exigente para todos los músicos.
La composición de la oda final no fue para Beethoven un proceso sencillo. Se cuenta que realizó más de doscientas reescrituras. Sin embargo, lo esencial de la melodía ya vivía en la mente y el corazón del compositor desde hace mucho tiempo antes y ya lo había utilizado él mismo en algunas obras anteriores.
El famoso tema de la alegría se deja adivinar en la segunda parte del lied Seufzer eines Ungeliebten und Gegenliebe publicado en 1796, basado en un poema centrado en un amor no correspondido.
La melodía aparece en el minuto 2:56 del siguiente video:
Doce años después Beethoven prepara un concierto en el que se estrenaban su Quinta y Sexta sinfonías. Allí presenta también su “Fantasía Coral” Op. 80 donde toma como tema de su segundo movimiento finale ese mismo tema del lied, presentado primeramente por el piano (que en el estreno fue interpretado por el mismo Beethoven) y al que siguen unas variaciones en que interviene la orquesta, para terminar con una brillante intervención de los solistas y coro, celebrando el poder divino de la música.
(Versión de Seiji Ozawa y Martha Argerich. Apréciese lo mencionado especialmente a partir del minuto 17.00)
Finalmente, con algunas variaciones en la melodía, retomó el tema en el mundialmente conocido y épico cuarto movimiento de la Novena, su última sinfonía.
Cuando en la década del 80 aparecieron los CDs, más allá de algunas idas y vueltas, se estableció que su duración fuese de 74 minutos. ¿Por qué? Porque de esa manera era posible grabar en un solo disco precisamente la Novena Sinfonía de Beethoven completa, sin necesidad de dividirla en un disco doble.
Hasta allí llegó la influencia de esta notable obra, patrimonio cultural de Europa y de la humanidad entera, con la cual somos llamados a hermanarnos inspirados por la música de uno de los mayores talentos artísticos de todos los tiempos.