El año de Beethoven. Celebramos los 250 años del nacimiento de este genio extraordinario que dio aliento, poderío y alegría a la música
A comienzos del año 1824, Ludwig van Beethoven se encuentra en un proceso de cambio y reflexión. Viena, donde se estableció en su juventud, está lejos de parecerse a Bonn, su ciudad natal, atravesada por el Rin. No es la naturaleza la que reina en Viena, sino más bien la vida pública con sus vicios y su pompa.
Acaba de terminar su Novena sinfonía, también llamada Sinfonía con coral final sobre la Oda a la Alegría, que finaliza con el célebre texto escrito por Schiller. El futuro himno europeo y una de las sinfonías más hermosas del mundo.
Te puede interesar:
¿Qué has hecho? Así fue la primera Misa de Beethoven
La tentación del exilio
Decepcionado, humillado y saliendo a duras penas de la miseria, desea establecerse en Londres para crear allí su obra monumental en la que ha puesto todo su poderío.
Al saber de esta noticia, la élite de Alemania, desde el príncipe Lichnowsky hasta Diabelli, le envía una carta. El escritor Romain Rolland transcribe parte de esta carta en su artículo “Vie de Beethoven” para la revista francesa de comienzos del siglo XX Cahiers de la quinzaine, gracias a la cual tenemos conocimiento del contenido.
Te puede interesar:
Missa solemnis: la que Beethoven consideraba su obra más lograda
Todos quieren impedir que se marche y, en definitiva, que les abandone esa persona a quien consideran una potencia de su país. Lo que impacta de sus palabras es la importancia que dan a su fe y a su grandeza moral:
“Sabemos que ha escrito una nueva composición de música sacra [la Misa en re, op. 123] donde ha expresado los sentimientos que le inspira su profunda fe. La luz sobrenatural que penetra su gran alma la ilumina. Sabemos, por otra parte, que la corona de sus grandes sinfonías se ha visto aumentada con una flor inmortal…”
Su obra sacra le ayuda a recuperar su lugar
Además de su sinfonía, Beethoven acaba de terminar su célebre Missa solemnis, en la cual ha trabajado durante varios años. Es una de sus raras composiciones de carácter sacro y, sin embargo, una de las piezas principales de su obra global.
Aunque esta pieza esté dedicada a su amigo el archiduque Rudolf, entonces elevado al rango de cardenal, Beethoven mismo tiene una fe muy profunda y sincera que, además, está muy presente en sus escritos personales. Según escriben sus amigos en la carta en cuestión:
“Su ausencia durante estos últimos años ha afligido a todos los que tenían los ojos puestos en usted. Todos pensaban con tristeza que el hombre de genio, tan alto entre los vivos, permanecía silencioso mientras que un género de música extranjera intentaba trasplantarse en nuestra tierra, haciendo caer en el olvido las producciones del arte alemán (…). Solamente de usted espera la nación una nueva vida, nuevos laureles y un nuevo reino de la verdad y la belleza, a pesar de la moda actual (…). Denos la esperanza de ver pronto satisfechos nuestros deseos (…).Y que la primavera que viene florezca de nuevo doblemente, gracias a sus dones, para nosotros y para el mundo”.
Beethoven, profundamente conmovido por esta carta, permaneció evidentemente en Viena y pudo crear allí su Novena sinfonía al mismo tiempo que su Misa en re. Las dos obras provocan un entusiasmo casi frenético y el éxito fue sencillamente triunfal; aunque la Misa solemnis se interpretó por primera vez en San Petersburgo. A pesar de este nuevo afecto del público y de la élite, el concierto lo deja en la miseria material. A esta situación, Beethoven responde con sabiduría en su cuaderno personal: “¡Sacrifica, sacrifica siempre las naderías de la vida a tu arte! ¡Dios está por encima de todo!”.
Descubre la versión de la Misa solemnis con Jessye Norman y Plácido Domingo: