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Si en el desarrollo actual de la pandemia las vacunas son el instrumento más eficaz para evitar la propagación del virus, ¿un católico tiene la obligación moral de vacunarse?
Esta es la pregunta que muchos creyentes se plantean. En general, quienes así la formulan tienen un planteamiento más bien favorable a las vacunas contra la COVID-19.
Los católicos que experimentan dudas de carácter sanitario o ético reivindican más bien la libertad de conciencia para no vacunarse.
¿Qué responde la Iglesia católica a estas dos preguntas?
Vamos a verificar la respuesta a partir de las fuentes del Magisterio ordinario de la Iglesia católica.
El documento de referencia de la Santa Sede en esta materia es la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la COVID-19. Se publicó el 21 de diciembre de 2020.
Para la Iglesia la decisión de vacunarse o no vacunarse es una decisión seria con implicaciones morales y de salud.
Por eso afirma que “la vacunación no es, por regla general, una obligación moral”.
Podemos preguntarnos si la situación totalmente excepcional de esta pandemia y la incapacidad para encontrar otros medios seguros para evitar la muerte de personas constituye una de esas situaciones particulares que se escapan a la “regla general” mencionada por la Congregación vaticana.
De hecho, la situación de pandemia mundial, sus números imponentes de enfermedad y muerte, podrían llevar a esta conclusión.
Ahora bien, a partir de la información disponible, muchas personas tienen miedo de los efectos colaterales provocados por las vacunas para la salud. Y prefieren atenerse a la libertad de conciencia para no vacunarse.
Entre poner en peligro su salud por el virus o por las repercusiones de una vacuna, prefieren no vacunarse.
Para ello se basan en la información con la que cuentan o en sus condiciones específicas de salud.
El hecho de que las autoridades hayan detenido momentáneamente la distribución de vacunas como Johnson & Johnson o AstraZeneca para verificar efectos colaterales muestra que esta prudencia puede ser comprensible en determinados casos.
En todo caso, es suficiente para que una persona pueda recurrir a la libertad de conciencia.
La responsabilidad moral sería muy diferente si esa persona asume posiciones públicas contra las vacunas con el objetivo de desalentar o impedir vacunarse a las personas.
Eso solo estaría justificado moralmente si tuviera pruebas científicas fehacientes de que los daños de las vacunas no estarían justificados por sus beneficios.
Sin embargo, podemos asegurar que las autoridades sanitarias de los diferentes países del mundo, así como expertos científicos reconocidos, han descartado tajantemente esa posibilidad en estos momentos.
Ciertamente estas autoridades y expertos pueden equivocarse. Ahora bien, la casi unanimidad constituye un elemento determinante de credibilidad.
A esta constatación han llegado episcopados de varios países, que no tienen competencia en cuestiones sanitarias o científicas.
Por ejemplo, pueden leerse las respuestas a preguntas éticas sobre las vacunas contra la COVID-19, del Secretariado de Actividades Pro Vida de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, cuando se remite a las garantías sanitarias ofrecidas por las autoridades de su país.
El segundo motivo por el que algunas personas se avalen de la libertad de conciencia para no vacunarse es de carácter ético.
Estas personas constatan que, en los países occidentales, las únicas vacunas actualmente disponibles han sido producidas de manera más o menos directa a partir de líneas celulares procedentes de fetos abortados.
La Congregación para la Doctrina de la Fe confirma, en su Nota, que un católico puede vacunarse con la conciencia tranquila en estas circunstancias excepcionales.
Ahora bien, al mismo tiempo considera que nos encontramos ante un argumento válido para que una persona, en plena conciencia, tome la decisión de no vacunarse.
La Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, por su parte, ha aclarado que no todas las vacunas han sido realizadas con las mismas implicaciones éticas.
Como explica el Instituto Charlotte Lozier, citado con frecuencia por la documentación de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, Pfizer y Moderna suscitan preocupaciones a causa de las líneas celulares derivadas del aborto utilizadas en la fase de test, pero no en su producción.
Por el contrario, las vacunas AstraZeneca y Johnson & Johnson no solo han sido sometidas a test sino también producidas utilizando líneas celulares derivadas del aborto, lo que suscita más preocupaciones éticas.
Si un católico no puede escoger la vacuna, en virtud de la nota publicada por la Santa Sede, puede en conciencia vacunarse con cualquiera de ellas.
Sin embargo, en caso de poder elegir, tendrá que escoger aquellas que se hayan realizado con estándares éticos superiores.
Al mismo tiempo, la Congregación pide coherencia a estas personas sumamente sensibles al respeto de la vida humana:
En particular, añade la Santa Sede, quienes deciden en conciencia no vacunarse “deben evitar cualquier riesgo para la salud de quienes no pueden ser vacunados por razones médicas o de otro tipo y que son los más vulnerables”.
Es decir, quien no se vacuna está asumiendo una responsabilidad grave: pone en peligro la vida de las personas que le rodean.
Por este motivo, la Iglesia rechaza moralmente la posición de personas que se oponen a las vacunas sin argumentos científicos y éticos proporcionados a la urgencia sanitaria y al riesgo que pueden provocar potencialmente a su prójimo.
Estas personas pueden cometer un acto moralmente grave si, en ausencia de un fundamento científico o ético, incitan a no tomar medidas de seguridad que estén a la altura del peligro que la humanidad corre.
Si bien hemos visto que la Iglesia reconoce la libertad de conciencia, constatamos al mismo tiempo que subraya la gravísima situación que atraviesa la humanidad y los deberes que comporta.
En una entrevista emitida el 10 de enero pasado por el telediario italiano TG5, el papa Francisco reconocía que, en las circunstancias actuales, “yo creo que éticamente todos tienen que vacunarse”.
“Es una opción ética, pues te juegas la salud, la vida, pero sobre todo te juegas la vida de los demás”, explicó el Papa.
El obispo de Roma llega a esta conclusión a partir de dos consideraciones evidentes:
● Como explica la Congregación para la Doctrina de la Fe en su nota, dada la situación extrema en que vivimos, un cristiano, en conciencia, puede vacunarse con las vacunas actualmente disponibles, a pesar de su origen ético comprometido.
● En la situación actual, podemos estar razonablemente seguros de que las vacunas constituyen el único método eficaz con el que por el momento cuenta la humanidad para llegar a la inmunidad de rebaño, evitando así millones de muertes adicionales.
El Papa formuló en esa entrevista, que no constituye un pronunciamiento magisterial, pues era una conversación con un periodista, la responsabilidad moral con el bien común, u “opción ética”, que implican las vacunas.
Episcopados del mundo se han referido a esa responsabilidad moral como un “acto de caridad”.
Así lo han expresado, por ejemplo, obispos de Estados Unidos, los obispos de Paraguay, o de países de África.
“Vacunarse de forma segura contra el COVID-19 debe ser considerado un acto de amor al prójimo y parte de nuestra responsabilidad moral por el bien común”, afirman los Comités de Doctrina y Pro-vida de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos.
La decisión de vacunarse es una “responsabilidad moral” y constituye un “acto de caridad”.
Esto significa que para el cristiano el acto libre de vacunarse puede convertirse en una manera de vivir el Evangelio de Jesucristo, quien dejó a sus discípulos su “mandamiento nuevo”.
Por eso, cuando el cristiano se acerca libre y conscientemente a vacunarse, después de haber analizado las implicaciones de salud y éticas, podría estar haciendo un gesto concreto para manifestar el “mandamiento del amor” de su Señor a sus hermanas y hermanos.