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Atención. A continuación, vamos a hacer un spoiler de la serie The Good Place.
En la temporada 3 de The Good Place, los protagonistas descubren que nadie ha llegado a ese “buen lugar” en aproximadamente 500 años. Inicialmente sospecha que los demonios del mal lugar han manipulado el sistema. Sin embargo, al final, nuestros héroes comprenden que la explicación del problema es en realidad mucho menos pérfida, aunque no más reconfortante. El mundo moderno, al parecer, se ha vuelto tan moralmente complejo que prácticamente todas las acciones están moralmente comprometidas.
Mientras que un campesino europeo medieval podía comer verdura sin ningún escrúpulo moral, su contraparte moderna que hace el mismo acto aparentemente benigno está atrapada en una red moral mucho que su pera su capacidad evaluación o incluso su misma imaginación: ¿De dónde vienen las semillas? ¿Se trató con justicia a los trabajadores que plantaron, cuidaron y cosecharon los productos? ¿Cuál es la huella de carbono del transporte y la refrigeración? ¿La cadena de supermercados que lo vendió brinda apoyo financiero o moral a causas no éticas?
La serie se basa en la idea, hilarante, aunque completamente anticristiana, de que uno llega al “buen lugar” al lograr una cierta cantidad total de puntos en el transcurso de la vida terrenal y que con cada acción gana o pierde un punto. Y así, mientras que el campesino medieval puede conseguir 20 puntos por comerse una zanahoria, la persona moderna acaba perdiendo miles de puntos por la misma acción.
Para salir de este círculo vicioso bastaría que en la serie apareciera una persona familiarizada con la enseñanza católica sobre la cooperación con el mal gritando: "¡Sabemos cómo resolver el problema, amigos!".
Sin embargo, lo brillante del dilema del programa de televisión es que experimentamos instintivamente de igual modo que está mal cooperar con el mal como que es profundamente injusto ser juzgado con tanta dureza por asuntos sobre los que uno tiene tan poco control, o incluso conocimiento. ¿Qué puede hacer uno?
Una respuesta instintiva común es sugerir que simplemente nunca es moralmente lícito cooperar con el mal y que cualquier análisis moral que pretenda demostrar lo contrario es simplemente una cuestión de complicidad y pereza moral: en resumen, una excusa.
Esta respuesta ha salido a relucir recientemente en varias respuestas populares de las redes sociales a diversas declaraciones de obispos católicos, de la Conferencia de los Obispos Católicos de Estados Unidos, de varios institutos de ética pro-vida y de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Todos ellos afirmaron que las dos primeras vacunas salidas de los laboratorios, las producidas por Pfizer y Moderna, no plantean ningún dilema moral real para los católicos.
El problema de decir que nunca es lícito cooperar con el mal es que, cuando rascas la superficie, nadie realmente se lo cree. Al menos, no de manera consistente. Cada uno de nosotros coopera con el mal todos los días. Y muy pocos de nosotros perdemos el sueño por eso. Cooperamos con el mal cuando compramos y cuando votamos, cuando invertimos, cuando vemos películas, cuando pagamos impuestos y cuando publicamos en las redes sociales. ¡Incluso podríamos cooperar con el mal cuando reciclamos!
¿Deberíamos perder el sueño por eso? En ocasiones, sí, aunque normalmente, no. Es decir, algunos de estos casos de cooperación con el mal no están permitidos, aunque la gran mayoría lo están [1].
¿Cómo podemos notar la diferencia? La enseñanza católica al respecto suena muy técnica y abstracta, y en cierto modo lo es. Ahora bien, en el fondo no es más que una redacción cuidadosa y detallada de lo que la mayoría de nosotros ya entendemos intuitivamente: a saber, que en general está mal cooperar con el mal, pero que ciertas instancias de cooperación bajo ciertas circunstancias pueden estar justificadas y son incluso inevitables.
Para empezar: según la enseñanza católica, solo hay una categoría de cooperación con el mal que siempre es permisible. E incluso esa, conocida como "cooperación material remota con el mal", solo puede justificarse por razones proporcionadas. Si esto suena muy técnico, la sabiduría popular sintetiza la premisa básica en la idea de que se trata de "el menor de dos males".
La cooperación material remota con el mal tiene dos características distintivas básicas. Primero, es material. Esto significa que el agente cooperante no tiene la intención del mal con el que está cooperando. Puedo votar por alguien que hará algún mal que no tengo la intención de que ocurra. O puedo dar dinero a alguien, pagando su salario o comprando su producto o dando limosna, sin pretender el mal que hará con ese dinero. Esa es la cooperación material. Pero si yo votara a alguien que hará algún mal que yo apoyo y pretendo, o si le doy dinero a alguien con la intención de que se lo gaste de mala manera, eso sería una cooperación formal, y eso nunca está permitido.
En segundo lugar, es remota. Técnicamente, esto significa que la cooperación no conduce directamente a la perpetración del mal. Si lo hiciera, sería próxima. Las líneas aquí son un poco más confusas y los especialistas en ética a veces no estarán de acuerdo sobre si un acto de cooperación dado es remoto o próximo. Esto se debe a que la cooperación no es simplemente remota o próxima, sino que puede ser más o menos remota (y, en consecuencia, menos o más próxima). Todavía hay una línea dura en el espectro por trazar, pero puede requerir un alto grado de experiencia saber dónde trazarla en este o aquel caso difícil. Esto no debe distraernos del hecho de que, en la gran mayoría de los casos, los especialistas en ética están de acuerdo en si un acto de cooperación dado es remoto o próximo.
Pero el hecho de que exista cooperación remota y próxima en una especie de espectro (aunque con una línea divisoria clara en el medio) es muy importante. Significa que los actos de cooperación que son técnicamente remotos, según la definición, aún pueden ser más o menos remotos entre sí. Y debido a que la cooperación material remota con el mal no está necesariamente justificada, sino que debe estar justificada por razones proporcionadas, lo remota que sea la cooperación entra en juego. Cuanto más remota sea la cooperación, más bajo será el listón de razones proporcionadas. La cooperación menos remota, aunque posiblemente justificable, necesita superar un listón más alto.
Lo que nos lleva a las dos primeras vacunas que han demostrado ser seguras y efectivas en ensayos de Fase 3, que han recibido aprobación regulatoria en un número creciente de jurisdicciones, que han comenzado a distribuirse y administrarse, y cuyo uso se considera por la abrumadora mayoría de expertos católicos en ética y obispos para ser clara y fácilmente justificables. ¿Cómo se hizo esta evaluación?
Enfáticamente no es el caso, como muchos de los que rechazan la posición de la Iglesia han afirmado falsamente, que la enseñanza de la Iglesia permite vacunas que usan "células fetales abortadas" en las pruebas, pero no en la producción. Tal encuadre falso, a veces de manera inocente, a veces intencionalmente, hace que la enseñanza de la Iglesia parezca arbitraria e inconsistente. Pero, aparte del hecho de que términos como “células fetales abortadas” son engañosos (un punto al que volveremos), debe decirse que, según la enseñanza de la Iglesia, ambos tipos de vacunas constituyen una cooperación material remota con el mal.
Es decir, el uso de cualquier tipo de vacuna podría estar justificado por razones proporcionadas. De hecho, la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la COVID-19 ni siquiera distingue entre las dos, diciendo simplemente que:
Sin embargo, hay que hacer una distinción, porque el punto más destacado no es que las pruebas estén bien y la producción no, sino que las pruebas son una forma más remota de cooperación con el mal que la producción. Las pruebas ponen el listón más bajo en términos de las razones proporcionadas necesarias para justificar el uso. Pero, como lo deja claro la respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, una pandemia mundial que ha matado a más de tres millones de personas y ha dejado decenas de millones de enfermos, algunos con secuelas graves, también justifica el uso de vacunas que recurrieron a líneas celulares derivadas de tejido fetal en la producción.
Pero permítanme agregar una advertencia. La existencia y disponibilidad de vacunas seguras y efectivas que son menos problemáticas moralmente, es decir, aquellas que usaron las líneas celulares comprometidas solo en las pruebas, eleva el listón ético para otras vacunas. En otras palabras, las razones proporcionadas necesarias para utilizar alternativas menos éticas son, en consecuencia, mayores cuando existen opciones más éticas. Y así, dada la oportunidad de elegir (aunque recordemos que a menudo son los pobres los que tienen menos libertad aquí), uno debería optar por la opción menos comprometida. Si bien no son del todo "éticamente irreprochables", los católicos deberían estar muy agradecidos de que las primeras vacunas que han salido son mucho menos problemáticas de lo que podrían haber sido.
Pero ¿qué tan comprometidos están? Es decir, ¿cómo de remota es la cooperación con el mal en cuestión? El sacerdote y experto en ético Matthew Schneider escribe:
Tenga en cuenta que los dos primeros pasos que menciona también se aplicarían a las vacunas que utilizan estas líneas celulares en la producción. Son los pasos tres y cuatro que las distinguen unas de otras.
Todo esto debería ayudarnos a entender por qué la Congregación para la Doctrina de la Fe puede decir que “pueden utilizarse todas las vacunas reconocidas como clínicamente seguras y eficaces con conciencia cierta que el recurso a tales vacunas no significa una cooperación formal con el aborto” (§3). No es que no haya ningún nivel de cooperación con el mal. Es que el grado sumamente remoto de lo que la Congregación para la Doctrina de la Fe llama en este caso “cooperación material pasiva” (§3), como sostiene el padre Schneider, recibir la vacuna, es una cooperación más remota con el mal que comprar productos de empresas que ofrecen donativos a Planned Parenthood. Por otra parte, las razones proporcionadas para hacerlo son mucho mayores.
Cuando entendemos tanto los procesos científicos reales en cuestión (muy pobremente representados por frases exageradas e incendiarias como "hecho con partes del cuerpo de bebés abortados"), como el marco ético que la Iglesia usa para evaluar tales asuntos, queda claro por qué el coro de aquellos de los expertos católicos es tan unánime. El grado de lejanía es tan grande, y el listón de la razón proporcionada es tan correspondientemente bajo, que sería fácilmente justificado por enfermedades mucho menos devastadoras que el COVID-19.
No obstante, es indudable que existe un gran potencial de malentendidos aquí y en varios puntos. Y corresponde a quienes tienen la autoridad y la experiencia para enseñar y ofrecer la mayor claridad posible sobre esos puntos. Exploremos a su vez estos peligros de malentendidos.
Algunos católicos han expresado la preocupación por la aprobación de estas vacunas por parte de la Iglesia. Incluso si se concede el cálculo moral, puede tener el efecto involuntario de dar la impresión de que el aborto no es en realidad tan gravemente inmoral como la Iglesia siempre ha sostenido. No se equivocan. Es por eso por lo que la Congregación para la Doctrina de la Fe tuvo cuidado de enseñar que, " el uso lícito de esas vacunas no implica ni debe implicar en modo alguno la aprobación moral del uso de líneas celulares procedentes de fetos abortados" (§4).
Hay quienes imaginan que la Iglesia ha tenido que manipular sus convicciones sobre el aborto para llegar a la conclusión políticamente necesaria de que estas vacunas son aceptables. Quizás sea revelador que este grupo incluya a personas que piensan que es bueno que la Iglesia haya manipulado su enseñanza sobre la vida y otros que lo consideran una abominación. Este grupo tan extraño necesita escuchar,dadas sus diferencias, que la Iglesia continúa enseñando lo que siempre ha enseñado sobre el aborto y que la aprobación de estas vacunas es perfectamente coherente con la tradición de reflexión ética de la Iglesia sobre estas cuestiones.
La gran ironía aquí es que el lenguaje preferido por aquellos que expresan su preocupación de que la aprobación de vacunas significa que la Iglesia ha abandonado su defensa de los no nacidos a menudo contribuye al mismo problema que perciben con razón. Debido a que tienden a ser escépticos con respecto a estas vacunas en primer lugar, se sienten tentados a usar un lenguaje gráfico en sus descripciones de las pruebas y la producción de vacunas para hacer que la cooperación parezca mucho más cercana de lo que realmente es, tal vez incluso técnicamente próxima y, por lo tanto, inadmisible.
Pero hablar de vacunas hechas de partes del cuerpo o de la presencia del ADN de niños abortados (una imposibilidad con las vacunas de ARNm, que no contienen el ADN) paradójicamente hace que parezca que la aprobación de estas vacunas por parte de la Iglesia en realidad ignora la gravedad del aborto. No podemos negar los resultados de un razonamiento ético sólido debido a los peligros que conlleva la incomprensión de ese razonamiento.
Pero debemos ser muy cautelosos en la forma en que nos comunicamos sobre el tema. Lo que más se necesita para mitigar la impresión de que la Iglesia está descuidando su deber de hablar en nombre de los no nacidos, no es un lenguaje deshonesto e incendiario, sino más bien un lenguaje claro, mesurado y preciso. Aquellos que eligen una retórica exagerada e inexacta en sus intentos de enfatizar la gravedad del aborto están contribuyendo a la confusión que aparentemente están tratando de aclarar.
Otra preocupación que se ha expresado es que la aprobación de la Iglesia de estas dos primeras vacunas, aunque sea técnicamente correcta, es imprudente porque disuadirá a los científicos y a los gobiernos de la investigación y el desarrollo necesarios para desarrollar vacunas verdaderamente eficaces. Esas voces sugieren que lo que se necesita de la Iglesia ahora no es la aprobación de vacunas imperfectas, sino fuertes llamamientos a favor de vacunas éticas.
Ciertamente, la Iglesia debe continuar su llamado a crear vacunas éticas. Y la Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe pide “tanto a las empresas farmacéuticas como a los organismos sanitarios gubernamentales, que produzcan, aprueben, distribuyan y ofrezcan vacunas éticamente aceptables que no creen problemas de conciencia, ni al personal sanitario ni a los propios vacunados” (§4).
Pero la sugerencia de que la aprobación pase a un segundo plano frente a tal exhortación fracasa en gran medida debido a su impracticabilidad. En primera instancia, la Iglesia no puede simplemente abandonar su deber de hablar sobre la permisibilidad de recibir las dos únicas vacunas seguras, efectivas y disponibles en medio de una pandemia mundial. Eso constituiría un incumplimiento inexcusable del deber.
En segundo lugar, esta objeción ignora el cronograma para el desarrollo de vacunas. El hecho es que actualmente se están desarrollando decenas de vacunas, muchas de las cuales no han recurrido a líneas celulares comprometidas en las pruebas o la producción. Esto se debe en gran parte a la constante enseñanza y promoción de la Iglesia y sus aliados sobre este tema durante décadas. Estos desarrolladores de vacunas no van a detener su trabajo ahora porque la Iglesia ha dicho que el uso de las dos primeras vacunas está justificado. Tal aprobación tampoco llevará a los gobiernos a rechazar ninguna de estas vacunas, en caso de que resulten seguras y eficaces. Oremos todos, por supuesto, por el éxito de estas vacunas y promocionémoslas vigorosamente si tienen éxito, pero no perpetuemos el sufrimiento y la muerte que trae esta pandemia negándonos a aprobar vacunas cuyo uso está claramente justificado.
La Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre este asunto deja claro que los católicos pueden rechazar estas u otras vacunas por motivos de conciencia [2]. Que algo sea permisible no lo hace obligatorio. Dicho esto, la Congregación nos recuerda que seguimos siendo responsables unos de otros y que aquellos que declinan la vacunación deben tomar su responsabilidad de proteger a los vulnerables en sus comunidades con sus acciones muy en serio.
Entonces, no, el rechazo de estas vacunas por razones de conciencia no es disentimiento. Pero, si bien rechazar la vacunación no es disentir, enseñar que otros católicos deben rechazar la vacunación sí lo es. De hecho, es más que disentir, lo cual no es pecaminoso en sí mismo; está provocando un escándalo, que ciertamente lo es.
Cuando uno encuentra que su conciencia no se mueve por las enseñanzas de la Iglesia, esto no es pecado, pero implica ciertas obligaciones. Incluso si no podemos tener la voluntad de creer cosas en las que no creemos o encontrar argumentos que nos obliguen a convencernos (solo intentar), debemos intentar comprender sinceramente las enseñanzas de la Iglesia y mantener abierta la posibilidad de aprender algo que cambie nuestra mente. Esto implica un espíritu abierto y curioso, no quejumbroso ni combativo. Además, no debemos usar nuestras plataformas para desacreditar la enseñanza de la Iglesia, y mucho menos para tergiversarla ante otros, sino más bien buscar humilde y discretamente la aclaración y la comprensión. Es posible que nuestras propias preguntas honestas ayuden a la Iglesia a aprender algo, pero es mucho más probable que seamos nosotros los que tengamos algo que aprender.
Denunciar públicamente o rechazar la enseñanza de la Iglesia, ya sea tergiversándola, descartándola, burlándose de ella o de sus representantes, o enseñando a otros que no pueden seguirla, es causar escándalo, dañar la unidad del cuerpo de Cristo y comprometer la misión de la Iglesia en el mundo. En resumen, es mortalmente serio. Y no son pocas las personalidades católicas de las redes sociales que deberían emprender un serio examen de conciencia sobre los posts que publican.
Vale la pena señalar que la gran mayoría de nuestros cálculos morales sobre esta cuestión está en el lado de la ecuación de "qué tan remota es la cooperación". Esto parece razonable si consideramos que la población está mucho más familiarizada con la devastación provocada por el COVID que con los grados de lejanía que implican las pruebas y la producción de vacunas. Pero es importante reconocer que un cálculo moral también debe ocurrir en el lado de las “razones proporcionadas” de la ecuación.
Si bien puede parecer que debería bastar con decir “pandemia mundial” y seguir adelante, es importante reconocer que muchas personas que tienen preguntas sobre la enseñanza de la Iglesia sobre este tema no están convencidas de la gravedad de la pandemia. Esto generalmente toma la forma de resaltar las tasas de mortalidad relativamente bajas de COVID-19 para los segmentos jóvenes y sanos de la población.
Pero la tasa de mortalidad no es un buen indicador de la gravedad de la pandemia por al menos dos razones. En primer lugar, muchas más personas se enferman gravemente de las que mueren, y muchos de los que se enferman se enfrentan a complicaciones a largo plazo que apenas estamos empezando a comprender. El impacto del virus está mucho más allá del recuento de muertes. Nos vacunamos contra la gripe porque pasar una semana bajo el control de la gripe es una gran dificultad para muchos de nosotros, además de ser una grave amenaza para algunos de nosotros. Una enfermedad no necesita matar para tener un impacto negativo importante. Incluso en términos del impacto económico de la hospitalización, el trabajo perdido y otros tipos de daños colaterales, la COVID-19 es una enfermedad muy grave para muchas personas, incluso si otras son asintomáticas.
En segundo lugar, existe una paradoja epidemiológica en el hecho de que las bajas tasas de mortalidad por COVID son una gran parte de lo que hace que la enfermedad sea tan mortal. Los virus con tasas de mortalidad muy altas generalmente se consumen antes de conquistar el mundo. Es precisamente la baja tasa de mortalidad de COVID entre los jóvenes, sanos y que se mueven mucho lo que ha llevado a su dramática propagación y, por lo tanto, a su enorme recuento de muertes. Y el hecho de que haya logrado alcanzar este recuento frente a la movilización social masiva para limitar esa propagación nos dice cuán mortal es este virus.
Además, por muy baja que sea la tasa de mortalidad para muchos de nosotros, es bastante alta para algunos de nosotros. La forma más fácil, y quizás la única, de proteger realmente a los más vulnerables es reducir drásticamente la prevalencia del virus en la población general. No hay forma de hacerlo sin vacunas.
Por último, el hecho de que la versión actual más extendida del virus COVID tenga una baja tasa de mortalidad no garantiza que todas las versiones futuras la tengan. La gran cantidad de virus individuales en el mundo significa que las mutaciones ocurren constantemente y, como indican nuestras fuentes de noticias, cada vez hay más virus mutantes que tienen el éxito suficiente para sobrevivir y reproducirse. Y con cada mutación exitosa surge la posibilidad de una versión más letal del virus, o una en la que nuestras vacunas sean menos efectivas. Reducir la prevalencia del virus en la población general con vacunas no es solo la mejor manera de proteger a los vulnerables. También es nuestra mejor apuesta contra oleadas posteriores de un COVID más virulento.
Una última preocupación registrada por aquellos que dudan en aceptar la aprobación de estas vacunas por parte de la Iglesia es que enseñar que el uso de estas vacunas está justificado termina pareciendo justificar el aborto. La nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe también responde a esta preocupación:
Este es un lugar donde debemos ser extremadamente precisos en nuestro lenguaje. Solo y siempre debemos decir que el uso de la vacuna está justificado, nunca que el aborto está justificado. De hecho, la razón por la que el uso de estas vacunas necesita justificarse es porque el aborto nunca está justificado. Y, de hecho, lo mismo se aplica al uso de las líneas celulares comprometidas en el desarrollo o la producción. Si el uso de estas líneas celulares estuviera justificado, no habría necesidad de justificar el uso de las vacunas producidas con ellas.
Piense en ello como una cadena: si se justifica el aborto, entonces no necesita justificación la prueba (o producción) y ni siquiera el uso de la vacuna. Pero, si postulamos que el aborto nunca está justificado, aunque lo esté la prueba, no necesitamos justificar el uso de la vacuna. El uso de la vacuna solo necesita justificarse porque el aborto y el uso de líneas celulares derivadas de los cuerpos de los niños no nacidos nunca están justificados por los fines a los que se destinan, por buenos que sean.
Pero si según el corazón de la fe cristiana nunca podemos hacer el mal para que de ello salga el bien, Dios es un Dios que saca el bien del mal. Los cristianos no deberían sorprenderse cuando esto sucede. Tenemos la convicción más profunda de que la creación es intrínsecamente buena, que el bien es infinitamente más grande que el mal, y que el bien vence al mal precisamente en esos momentos en que el mal parece triunfar. Es por eso por lo que colgamos representaciones tridimensionales de un hombre ejecutado cruelmente, no solo en nuestras iglesias y aulas, sino incluso en las paredes de los dormitorios de nuestros hijos.
Dios salvó al mundo mediante la falsa convicción y la crucifixión brutal de un hombre inocente, un hombre que también era Dios. El deicidio, el mayor crimen imaginable, es el medio por el cual se alcanza el fin de nuestra salvación. ¿Esto hace que el deicidio sea bueno? ¿Esto justifica que los tribunales canguro ejecuten a personas inocentes?
La estructura moral del universo es tal que Dios constantemente y de forma sorprendente saca el bien del mal. Esto va desde los casos más mundanos, donde, por ejemplo, reconocemos que quedar atrapados en el tráfico de camino al trabajo nos salvó de enviar un correo electrónico que habría complicado en lugar de resolver una situación tensa, a cosas como guerras brutales y mortales que producen avances tecnológicos y médicos que mejoran y salvan vidas.
Una de las cosas más interesantes de las vacunas de Moderna y Pfizer es que son los dos primeros ejemplos de vacunas de ARNm que funcionan que se hayan producido. Las vacunas de ARNm se han teorizado durante algún tiempo —Moderna se fundó sobre la premisa— pero, hasta que la masiva inversión de capital y recursos humanos facilitada por la pandemia, el avance hacia la practicidad había sido esquivo.
Las vacunas de ARNm son interesantes por un par de razones. Desde un punto de vista científico, son una forma extremadamente eficiente y modular de fabricar vacunas. Con una plataforma de este tipo, las vacunas se pueden sintetizar y modificar rápidamente, lo que permite una respuesta asombrosa a nuevos patógenos. No es una coincidencia que las dos primeras vacunas COVID fueran ambas vacunas de ARNm. El desarrollo y la producción de vacunas de ARNm son rápidos. Ganaron la carrera a pesar de que nunca antes se había hecho una vacuna de ARNm. Ahora que sabemos cómo hacerlas, es una buena apuesta a que se produzcan de forma aún más rápida. Esta es una herramienta notable para tener en nuestro kit la próxima vez que un virus salte de una población animal a poblaciones humanas.
También desde un punto de vista ético, las vacunas de ARNm son muy prometedoras. Pfizer y Moderna no utilizaron líneas celulares poco éticas en la producción por la sencilla razón de que las vacunas de ARNm no utilizan líneas celulares en su producción, ni éticas ni de otro tipo. En otras palabras, si bien las dos primeras vacunas de ARNm del mundo no son moralmente perfectas, hacen que las vacunas sin problemas morales sean mucho más fáciles de desarrollar en el futuro, al menos sin problemas con respecto al aborto... ¿quién sabe qué harán con su dinero los multimillonarios que crean esta nueva tecnología?
¿Este notable avance justifica la pandemia? ¡Absoluta e inequívocamente no! Que Dios saque el bien del mal no significa que el mal sea bueno. Significa, más bien, que Dios es bueno. ¡Alabémoslo!
[1] De hecho, algunos casos de cooperación con el mal van mucho más allá de lo permisible y pueden volverse inevitables, ya sea en la práctica o incluso en la teoría. Por ejemplo, no apoyar materialmente a ninguna empresa que apoye a Planned Parenthood es prácticamente imposible en la economía moderna. Además, excluyendo la posibilidad de un partido o candidato moralmente perfecto, votar es siempre cooperación con el mal y, por tanto, habría que abstenerse de votar. Así que aquí tenemos un caso en el que es teóricamente imposible no cooperar con el mal.
[2] “Al mismo tiempo, es evidente para la razón práctica que la vacunación no es, por regla general, una obligación moral y que, por lo tanto, la vacunación debe ser voluntaria. En cualquier caso, desde un punto de vista ético, la moralidad de la vacunación depende no sólo del deber de proteger la propia salud, sino también del deber de perseguir el bien común.
Bien que, a falta de otros medios para detener o incluso prevenir la epidemia, puede hacer recomendable la vacunación, especialmente para proteger a los más débiles y más expuestos. Sin embargo, quienes, por razones de conciencia, rechazan las vacunas producidas a partir de líneas celulares procedentes de fetos abortados, deben tomar las medidas, con otros medios profilácticos y con un comportamiento adecuado, para evitar que se conviertan en vehículos de transmisión del agente infeccioso. En particular, deben evitar cualquier riesgo para la salud de quienes no pueden ser vacunados por razones médicas o de otro tipo y que son los más vulnerables” Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19 (§5).
Traducido y publicado del original, en inglés: How to Vaccinate Like a Catholic: A Guide Through the Prickly COVID-19 Issues con el permiso de Church Life Journal (University of Notre Dame)