Mikel Azurmendi es de San Sebastián y cuenta ya 78 años. Está jubilado de profesor universitario.
Su vida ha sido un lugar de grandes contrastes. Fue expulsado del seminario en tiempos de Franco y se fue a vivir a Francia, donde trabajaba y estudiaba a la vez. Allí fue donde le invitaron a fundar la banda terrorista ETA, en la que militó hasta que vio que iba a haber muertos. Entonces se salió y siguió la aventura europea.
Con el tiempo volvió a dar clases en el País Vasco, donde fue de los pocos que se atrevió a condenar públicamente los atentados, por lo que se convirtió en uno de los objetivos señalados por ETA. Acabó siendo el primer portavoz del Foro de Ermua y fundador de Basta Ya.
Las profesiones que ha ejercido a lo largo de su vida también son muy variopintas: desde operario de una fábrica en Francia hasta la dirección del Instituto Cervantes en Tánger, pasando por sus clases de filosofía en la UPV (Universidad del País Vasco) hasta su autoría de novelas policíacas.
Ha sido premiado por su actividad a favor de los Derechos Humanos y por su literatura, que oscila entre la ficción, el estudio etnográfico, la biografía y los ensayos más diversos.
Con toda esta vida, rica e intensa, llena de riesgos y logros, y ya pasados los setenta, le llegó el momento en que él creía que se iba para el hospital a morir. Un medicamento que tomaba le llevó a las puertas de la muerte. Hasta ese momento, pensaba que Dios, si existía, no tenía nada que ver con la vida.
Testimonio de Mikel Azurmendi en la diócesis de San Sebastián:
Muy crítico con la ilustración, también lo era con el pandemonio político que le rodeaba, pero su único horizonte de significado era la inmanencia y belleza de la tierra, que se muestra frondosa en los alrededores de su casa.
Respecto a Dios era agnóstico, como su querido Wittgenstein, a quien reconoce uno de los grandes filósofos de todos los tiempos.
En aquella cama de hospital tuvo que quedarse mucho tiempo, en una agonía insomne, en la que empezó a disfrutar del programa de radio que Fernando de Haro hacía en la cadena COPE.
En la voz de aquel hombre, y en sus comentarios sobre la actualidad, empezó a sorprenderse de que había otro de mirar el mundo siempre capaz de rescatar los rasgos positivos de lo que sucedía, como si hubiese razones para esperar un destino bueno.
Una vez recuperado, retomó la relación con Javier Prades, Rector de la Universidad San Dámaso de Madrid, con quien había coincidido en alguna ocasión en una mesa redonda.
Se dio cuenta de que aquel otro hombre, durante años, le había estado enviando felicitaciones de Navidad sin que él le hubiese dado respuesta alguna. Contactó con él para pedirle perdón.
De estas dos relaciones, de estos dos encuentros nació el estupor que le llevó al re-descubrimiento del cristianismo, no como mito o como conjunto de normas, dice él mismo, sino como una vida personal o comunitaria que desborda gratuidad.
Es precisamente esto lo que narra en su libro, El abrazo. Hacia una cultura del encuentro (Almuzara, 2020), donde el escritor hace experiencia, encuentro tras encuentro, de que la Iglesia es una tribu – como él llega a llamarla – que siempre ha estado ahí, palpitante de humanidad, mientras que él no la veía, porque "para ver hay que mirar".
La lectura de esta obra resulta fascinante. Está escrita en un castellano generoso. Leer sus páginas constituye la oportunidad de descubrir que el evangélico "sed como niños" sigue siendo posible a cualquier edad, y que el modo de que tu vida cambie tiene que ver con un nuevo método con respecto a nuestros tiempos racionalistas: el "venid y veréis" de Jesús.
Mikel Azurmendi es lo único que ha hecho, seguir el origen de su estupor, y no ha parado de encontrarse personas normales en cuyas vidas trasparece lo extraordinario: Macario (el chófer ingeniero de Madrid); Chules (el abogado de Bocatas en Madrid); Ferran y Jordi (directores de colegio en Cataluña); familias con hijos que acogen o adoptan a niños discapacitados o cuyos padres biológicos están pasando un mal momento, etc.
Viendo, una tras otra, estas vidas de este mundo pero que permiten avistar ya el otro, Azurmendi, completamente desplazado en su modo de ver la vida, al final de sus páginas nos advierte:
Como si se tratase del antropólogo inocente, Azurmendi recoge testimonios que son perlas entre los miembros de esta tribu católica en la que él se ha adentrado.
Uno de ellos, Ferran, nos dice:
En tiempos de la pandemia, resulta muy estimulante y esperanzador leer cómo la historia del pueblo de Dios se sigue escribiendo en nuestros días, y que no tenemos nada que envidiar de lo que se nos cuenta y se vive en el evangelio.
En El abrazo, constatamos que Los hechos de los apóstoles perduran, pascuales, en el mismísimo corazón de la posmodernidad.
Entrevista para el Meeting de Rimini: